Mirietania. 8 de agosto.
Si Tiaby hubiera sabido que reinar era tan difícil, le habría lanzado la corona a Aaray a la cabeza en el momento en el que se lo había propuesto. Pero para su desgracia, ya estaba hecho y no parecía que nadie estuviera dispuesto a aceptar que ella renunciara al trono en favor de su hermano. Por alguna razón, se habían empeñado en que Tiaby fuera reina.
—Estoy harta de esto —le susurró a Mirren. Estaba a su lado, tumbado en la cama. Tiaby sentía su cuerpo cálido apretado contra el suyo, abrazándola con un brazo alrededor de las caderas, su mano izquierda reposaba encima de su vientre. Últimamente tenía la costumbre de dejarla allí. Decía que así podía sentir al bebé dentro de ella, aunque Tiaby dudaba mucho que pudiera hacerlo cuando ni ella notaba nada.
Estaba de apenas un mes. Hasta hacía una semana, Tiaby ni siquiera había estado segura de si la falta de su período significaba que estaba embarazada o era solo un retraso por el estrés. El médico se lo había confirmado hacía unos días y desde entonces, Mirren estaba más pendiente de ella que nunca. Aaray todavía no lo sabía, o al menos ella no le había dicho nada aún. Si su madrastra se había enterado por otros medios, todavía no se había encarado con Tiaby.
—Lo sé, pero tenemos que aguantar. Ahora es más importante que nunca que estemos unidos —le dijo Mirren.
Tenía razón, lo sabía. Mirren y ella habían decidido casarse, pero no habían recibido mucho apoyo del Consejo ni de los nobles de Zharkos. Nadie veía claro que Tiaby se casara con un «pretendiente al trono» de Lorea, ni siquiera Aaray lo veía claro ahora, no cuando sabían que Galogan estaba en Lorea tratando de conseguir la corona para sí mismo. Mirren debería haber hecho lo mismo, pero sus heridas lo habían tenido más de un mes débil en la cama.
—Duerme, Tiaby. Necesitas descansar para mañana.
Era más fácil decirlo que hacerlo. Tiaby tenía demasiadas preocupaciones en la cabeza y le costó horas dormirse. Cuando las sirvientas la despertaron, sentía que no había dormido suficiente. Se desperezó y dejó que la ayudaran a vestirse. Vetra, su antigua dama, todavía la servía, pero ahora había tres damas más a su alrededor. Seguía molestándole tener a tanta gente ayudándola, pero de alguna forma había logrado que fuera soportable.
Se puso un vestido sencillo, de color blanco con las mangas cortas; se recogió el pelo en un moño alto, despejando la nuca al máximo. El calor en Mirietania estaba siendo insoportable. Andar por las calles era imposible y hasta dentro del castillo hacia un calor asfixiante. Mirren ya se había levantado y estaba en la pequeña sala anexa a su habitación. El desayuno estaba colocado en la mesa.
A Tiaby todavía se le hacía extraño estar viviendo en los viejos aposentos de su padre, pero el Consejo —y Aaray, sobre todo Aaray—, habían insistido en que era lo mejor. Al parecer ofrecía una imagen de «continuidad» a su reinado. Para Tiaby era tan solo incómodo.
Desayunaron juntos, charlando de todo y de nada. Tiaby estaba demasiado nerviosa para mantener una conversación, como todas las mañanas, por otra parte. El Consejo la azuzaba todos los días para que se apartara de Mirren, para que hiciera planes de guerra, ganara apoyos, reforzara la seguridad de las ciudades... Había tantas cosas que no era capaz de seguirlos durante las larguísimas sesiones. Ni siquiera entendía la mitad de las cosas que le decían. Solo ahora se daba cuenta de todas las lagunas que había tenido en su educación. Su padre no se había molestado en que le explicaran las cosas más sencillas sobre llevar un reino o sobre cualquier cosa que le fuera útil. Como no quisieran que defendiera Mirietania con agujas de bordar, Tiaby no tenía mucho más que ofrecer.
Estaban terminando de desayunar cuando una de sus doncellas se acercó a Mirren con una nota. El hombre la leyó con los labios fruncidos.
—¿Qué dice? —preguntó Tiaby mientras apartaba el plato de delante de ella. No había sido capaz de comer más que unos pocos bocados. Tenía el estómago revuelto y no sabía si era por los nervios o por el embarazo.
—Es de Aaray. Me pide que vaya a la reunión del Consejo. Al parecer hay noticias de Lorea.
Fueron directamente al Salón del Consejo, una habitación rectangular con grandes columnas que sujetaban el techo en forma de bóveda. En las puertas había dos guardias; protegerían la única entrada todo el tiempo que el Consejo estuviera reunido. Tiaby se compadeció de ellos. Era primera hora de la mañana y ya estaban sudando dentro de las protecciones de cuero.
Después de morir su padre, Tiaby había sustituido a los miembros del Consejo. De nada le servía estar rodeada de cortesanos complacientes que le dirían cualquier cosa que ella quisiera oír. Ahora, había seis nobles, pertenecientes a las seis familias más importantes de Zharkos, tres hombres y tres mujeres, además de Aaray.
Las siete se levantaron al verla entrar, aunque Tiaby vio las muecas que hicieron dos de las mujeres al ver a Mirren tras ella. Habían sido las principales opositoras a su boda y Tiaby sabía que su compromiso con Mirren pendía de un hilo.
Tiaby se sentó en su silla, a la cabecera de la mesa. Mirren estaba en la otra punta y ella tenía a su izquierda a Aaray y a lady Lean a la derecha. Aaray fue la que le entregó el mensaje. Tiaby intentó ocultar que le temblaban las manos al cogerlo, pero no fue capaz de disimular su reacción mientras iba leyendo la carta. Cuando terminó, tiró el papel encima de la mesa y lady Lean lo cogió para leerlo ella misma.
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Editado: 12.08.2024