Fábulas I

Extra 3

La Academia de la Bruma

Ceoren llegaba tarde a su clase. Se había quedado dormida y ahora tenía que correr por los pasillos de la Academia de la Bruma para intentar llegar cinco minutos tarde y que su profesor no se enfadara.

Los pasillos estaban medio desiertos, con tan solo algún alumno aquí y allá que, al igual que ella, se apresuraba a llegar a su clase. Sus pisadas reverberaban contra el mármol blanco del suelo y hacían eco en los corredores desprovistos de decoración. Las luces mágicas que colgaban de las grandes arañas de cristal eran los único que adornaba los pasillos y, como toda la academia, tenía un aspecto frío y cruel.

Ceoren se detuvo delante de la puerta cerrada. Cogió aire, intentando bajar el ritmo de su corazón, y entró. Toda la clase se giró hacia ella como si fueran muñecos guiados por un títere. Ceoren tragó saliva al encontrarse con los ojos de su profesor. Dacon Syl tenía unos ojos que hacían juego con el resto de la habitación: de un gris tan pálido que casi parecía blanco, como el mármol que cubría las paredes y el suelo. Hasta los bancos y las mesas estaban hechos del mismo mármol, aunque habían hecho una pequeña concesión al color al buscar un mármol azul hielo.

—Señorita Erie, llega tarde —le dijo Syl, fijando en ella su mirada desprovista de color. Ceoren aguantó la respiración—. Por esta vez lo dejaré pasar —sentenció—. Y ahora, siéntese.

Ceoren se apresuró a obedecer, navegando entre las frías mesas hasta su propio banco.

—No te has perdido nada —le susurró Myca. Compartía mesa con ella. Myca le sonrió y se le iluminaron los ojos azules. Todo en Myca se basaba en los contrastes. El cabello negro, los ojos azules, la piel blanca... En otra persona se hubiera visto común, pero Myca conseguía que se viera diferente, elegante. Coeren envidiaba la capacidad que tenía Myca para hacer que algo insignificante pareciera magnífico.

Hasta en la ropa era obvia esa capacidad. Myca llevaba un vestido de color azul oscuro con encaje negro en las mangas y en el corsé, con una gargantilla de obsidianas talladas en forma de lágrimas que le rodeaba el cuello a la perfección. ¿Contravenía todas las reglas de la academia al vestir así? Por supuesto. Se suponía que todos debían llevar las largas túnicas de color blanco que correspondía a la Academia de la Bruma, pero si se tenía dinero suficiente, los profesores y el director hacían una excepción y miraban a otro lado. La familia de Myca tenía dinero suficiente como para pagar por algo tan tonto como que sus hijos llevaran ropa hecha a medida. Ceoren no tenía padres y su ropa venía de la academia, al igual que sus libros —maltratados y viejos—, y todo lo que tenía —que no era mucho.

El profesor Syl retomó la lección y Ceoren abrió su libreta y preparó la tinta para tomar apuntes. A su lado, Myca tenía la barbilla apoyada en una mano y se entretenía mirando por la ventana que tenía a su lado, tamborileando con los dedos en la mesa. El profesor Syl no se atrevería a decirle nada a Myca: era la mejor de todo su año y Ceoren había escuchado como la gente susurraba sobre ella en los pasillos. A Ceoren nunca le prestaban atención: era sencillo averiguar cosas cuando te consideran invisible.

La lección fue aburrida y cuando terminó, tenía la mano agarrotada de tomar apuntes y los dedos manchados de tinta. Myca la esperó mientras terminaba de recoger y salieron juntas al pasillo.

—Esta noche hay una reunión en el pueblo. ¿Te vienes? —le preguntó Myca

—Claro.

Se despidieron. Tenían clases diferentes en esa hora y no se volverían a ver hasta que fueran al pueblo. El resto del día pasó con una lentitud horrible; Ceoren no veía la hora en que terminara la última clase para poder huir. No era una mala alumna, pero tampoco era de las mejores. Era difícil competir cuando tenías la mala suerte de estar en el mismo año que Myca Crest o con cualquiera de los Crest, en realidad.

Cuando se hizo de noche, Ceoren se cambió. No tenía mucha ropa decente que ponerse, así que fue sencillo. Se puso el vestido menos gastado que tenía en su armario, uno de color marrón oscuro sin ningún adorno, con el escote cuadrado y las mangas terminadas en pico. El pueblo estaba a unos veinte minutos caminando por los estrechos pasillos subterráneos que lo conectaban con la academia. Nadie se atrevía a ir caminando por la superficie y menos en invierno, cuando el frío era insoportable. Ceoren recordaba la primera vez que había visto la academia; también había sido la primera vez que había visto la nieve. Ella era de Ilynn, donde la nieve era algo irreal. Isla Bruma era muy diferente al clima cálido de su hogar. Ahora se había acostumbrado, aunque todavía echaba de menos el sol caliente y los bosques de Ilynn.

Myca la esperaba ya en el pueblo, delante de la taberna que solía congregar a una gran parte de los alumnos de la academia. Adaline, la hermana pequeña de Myca, ya estaba allí, rodeada de un grupo de gente que se reía cuando ella se reía y aplaudía cada uno de sus comentarios. Al verla, se levantó y la abrazó. Puede que Adaline tuviera la necesidad constante de estar con gente y que la adularan, pero a Ceoren le caía bien.

Se sentaron y les pusieron jarras de cerveza negra delante de ellas. Myca le sonrió por encima de su propia jarra, levantándola en un silencioso e íntimo brindis.

Ceoren bebió un gran trago. Y ya no recordaba nada más.




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