Falsa emperatriz

Visita al orfanato

—No entiendo su majestad, ¿es necesario que venga el rey con nosotras? —Inquirió

—Sí, quiero que conozca el imperio; además, no fui yo quien lo invitó —Respondió quitándose los guantes que traía puestos

Catalina la observó confundida, si ella no lo había invitado, entonces fue Bennett, pero ¿había la necesidad de hacerlo? Alysa se relajó sobre el asiento y observaba por la ventana, los ciudadanos cumplían sus labores como tenía que ser y no habían riñas, quejas o manifestaciones. Todo estaba en orden.

—Su majestad, ¿usted se siente cómoda al traer a su majestad el rey? —Sus palabras la confundieron, y tenía curiosidad a qué se refería

—¿Qué quieres decir, Catalina? —Preguntó

Hizo una expresión complicada y no respondió, para Catalina fue un acto grosero y no debía hacerlo ya que estaría violando el protocolo; aun así, no sabía que contestarle, desvío su mirada y la ignoro.

Detrás de ellas, venían Adrián y Marcus, el rey tenía una sonrisa en su rostro y esto confundió a su acompañante. Verlo así de sonriente desde que salieron del palacio no era normal y quería indagar qué sucedía, que pasaba por su mente. 

—Su majestad —Fue una roca en su mente sacándolo de sus pensamientos —¿Por qué está tan sonriente? —Decido observar su expresión y ver qué tan probable era que le contestaba "Acaso no puedo estar feliz"

—No ves el día, Marcus, está soleado, las aves cantan, la gente está alegre, ¿por qué no debería estar sonriendo? —No dejó aquella sonrisa que le preocupo a Marcus

Algo en su comportamiento no era normal, siguió con lo suyo, pero con la espina de que podría pasar, había estado sonriendo toda la mañana y sería una mentira decir que no le preocupaba su estado.

Pasó media hora y llegaron a su destino, un orfanato, donde había cincuenta niños, los mayores tenían quince años y eran los ayudantes de cuidar a los pequeños.

Al ver el carruaje, las directivas salieron y recibieron a la emperatriz con los brazos abiertos, ella bajó del carruaje junto con Catalina acercándose a ellas, se agacharon y abrieron sus vestidos. Sonrieron ante la presencia y dijeron —Bienvenida, a la ama y señora de estas tierras —Se levantaron, parándose  derechas

Alysa las abrazo a cada una, y todas quedaron perplejas, por su cálido contacto, melodiosa voz y buen carisma.

Ninguno de los nobles hacía eso, ni por lástima; y que la emperatriz lo hiciera se sintieron conmovidas. 

Adrián al ver lo que hacía sintió compasión y un poco de alegría, había escuchado en muchas ocasiones que un noble no debe tocar a un plebeyo, aun así, ella lo hacía como si se tratara de una persona conocida o un miembro de alto rango.

—Su majestad, había visto algo como eso —Admiraba cada pequeña acción

—No, jamás, pero siempre hay cosas nuevas por descubrir —Se acercaba a ellas y se hizo a un lado de la emperatriz

Las presentes al verlo, sabían que debía tratarse de un noble, sus vestimentas no eran propias de un ciudadano y por eso hicieron una reverencia. 

No sabían de quién se trataba, eso era un hecho, pero más que noble, él tenía que ser un superior, algo más que un duque, lord o político.

—Les presento a Adrián I Fernsby. Rey del imperio de las bestias divinas —Lo presentó Marcus con elegancia, las presentes al escuchar su nombre temblaron un poco, pero lo disimularon

Pero la más vieja de ellas, se acercó a él y en un acto sorprendente tomó a Adrián de las mejillas y lo acercó a ella. 

Lo observaba con cuidado y él no hizo nada, sonrió y lo soltó. Aunque estaba confundido por el acto repentino de la mujer no podía mostrarlo, menos cuando era un invitado.

—Tiene hermosos cabellos y sus ojos demuestran grandeza, sus poderes son magníficos y nunca imagine volver a ver un ciudadano de aquel imperio. Que sea usted quien lleve prosperidad y abundancia a su reino —Halago la anciana mientras tocaba las manos de Adrián

—Muchas gracias, supongo que usted conoció mi imperio en tiempos de paz. Es una lástima que el destino nos separara, pero no volveremos a juntar —Sostuvo más manos de la anciana y le sonrío amablemente

Alysa observaba su rostro y su amabilidad, los trataba como si tuvieran una confianza irrompible, ambos se veían realmente felices, una de las directivas los invito a pasar y amablemente lo hicieron observaban los rincones del orfanato, se daban cuenta de lo bien cuidado que estaba, las instalaciones y todo para criar niños en él.

Preguntaban frecuentemente sobre los niños, y ellas solo podían responder con delicadeza.

Salieron al jardín en donde estaban todos los pequeños, algunos lugares estaban cubiertos de hierba y otros eran consumidos por la tierra, jugaban y sus voces alegres y sus risas se escuchan a cada rincón.

—Su majestad... —Varios niños se acercaron a ella con solo notar su presencia

Una pequeña balanza de pequeños la cubrió hasta el torso, sus piernas eran tomadas y apenas y podía mantenerse en pie, sus manos elevadas al cielo para fueran tocadas junto con sus dulces voces saludando

—Su majestad, la emperatriz Alysa —Decían felices, armoniosos y alegres

—Tengan cuidado —Una mayor de quince años, se acercó ellos con cuidado y los fue separando

Ella se agacho con los brazos abiertos y los niños la abrazaron, por poco y la dejan caer, tantas personitas abrazando a quien los gobernaba. 

Acariciaba sus cabellos y les daba besos. No le daba asco, los amaba, le gustaba estar con cada uno de sus ciudadanos.

Al levantarse, las rodillas se ensuciaron, su chaleco también y su cara tenía algo de tierra. Se limpió por encima la cara; sin embargo, su ropa la dejó como si nada hubiera pasado.

—Su majestad, vamos a jugar —Alzó una niña la voz y con una sonrisa mueca saltaba.

—Cuéntanos un cuento —Replicó otro

—Mira esto es para ti —Un niño extendía flores pequeñas para que las viera y tomará

—Cálmense, haremos todas esas cosas, pero primero déjenme terminar unos asuntos pendientes —Tomó las flores que le extendieron y puso una en su cabello. Las demás las puso en el bolsillo del chaleco al lado de su pecho




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