Falsa emperatriz

Dos hombres, un perdón

Bennett estaba con Alysa, le había pedido que hablara seriamente con él, había imaginado cualquier cosa, temas políticos, económicos, familiares ahora teniendo a sus padres viviendo en el palacio, pero no, nada de eso era. 

Realmente le sorprendió escuchar lo que salió de sus labios. 

—Quiero empezar de nuevo —dijo atrayendo la atención de Alysa —no he sido un buen esposo desde que… bueno ya sabes a dónde quiero llegar, no te he puesto atención, no he estado al tanto de tus necesidades. Además de Ignorar tus sentimientos, perdóname Alysa —tomó su mano casi arrodillándose para besarla 

¿Qué estaba viendo? Un hombre arrepentido, no, eso no era, era bastante pronto como para que olvidara a su amante. 

Estaba fastidiada por su reacción, tenerlo arrodillado, humillándose no le agradaba cuando era fingido, estaba segura que eso era, no cabía en su mente que estuviera haciendo todo eso por ella. 

Aun así, su mejor idea en ese momento fue creerle todo lo que le decía, cerró sus ojos tratando formar sus labios en sonrisa. 

Por poco y no comente su acción por la vergüenza que sentía al ver a Bennett de esa manera. 

—Levántate, si tanto quieres mi perdón, lo tienes, pero no te humilles más —dijo Alysa 

Él se levantó obedeciendo y rodeando su cuerpo, con sus brazos la abrazo fuertemente. 

«Mi perdón solo fue de palabra, sin un sentimiento intermedio no hay nada» pensó Alysa masajeando la espalda de Bennett 

«Me siento culpable al hacer esto solo por conveniencia, si hubiera otra forma de arreglar lo que he hecho y satisfacer a todos. Mis padres y mis dos mujeres» Bennett suspiro profundo ante ese abrazo para luego sonreír 

Se separó de ella que seguía con esa sonrisa, acarició su mejilla con suavidad. 

Desde las ventanas del palacio eran observados, en el tercer piso del palacio estaba Rodolfo que observaba con orgullo la escena, en el segundo piso estaba Eileen que a través de la ventana observaba paralítica aquella mirada de Bennett. 

La dulzura de los dos en un hermoso sinfín de mentiras que los estaba llevando a la parte más hipócrita de su relación. Aun así, dolía, dolía ver a su amor de un año de relación con otra. 

Otra que era su esposa, pero a Eilleen en ese momento no le importaba, fue tal su enojo que no fue solo su mente la que se terminó corrompiendo, sino también su corazón. 

*** 

Era la tarde mientras firmaba documentos, la puerta de su oficina fue tocada y por debajo una carta fue pasada. 

Se levantó para tomar aquel papel, dirigiéndose a él con curiosidad, la A mayúscula al principio del sobre le dieron ligeras indicaciones que le decían de quién era la carta. 

La abrió con emoción, sonriendo ansiosa 

«Hoy en la noche, en el mismo lugar, misma hora» la nota estaba escrita por Adrián 

Sonrió guardándola en su vestido, volviendo a su trabajo. 

La hora indicada para los dos era a media noche, todos dormían y el palacio estaba un poco más despejado que los demás, por lo que era sencillo tener esa fortuna de escapar. 

*** 

La noche se aproximó rápido, algo que la sorprendió, tal vez fue su ansiedad la que la hizo llegar a ese punto, a ese bello punto donde solía encontrarse con el rey. 

Sabía el camino de memoria, caminaba con rapidez dando ligeros saltos mientras alrededor de su hombro cargaba una bolsa con comida, estaba segura que hablarían por largo rato como la noche anterior. 

Además de traer comida, también traía una poción de sueño. 

Al llegar al punto de encuentro, a la hora indicada, sus ojos se abrieron al ver que no había nadie, la luna brillaba en su esplendor pero al no ver nada estaba con la guardia alta. 

Preparó su oído, y a su lado izquierdo escuchó el crujir de las hojas secas, era cada vez más fuerte, como si se estuviera acercando a ella y metiendo la mano a su bolsa sujeto una daga. 

«¿será Adrián? No. Él no debería entrar por esa parte del bosque» respiro profundo al seguir su mirada 

Aquellos pasos se hicieron más fuertes, y rápidos, estaba asustada hasta que de la oscuridad y bruma del bosque salió una bestia. 

Salto alto quedando su pelaje con el contraste de la luna. 

Era tan grande como un lobo, y a juzgar por su rostro también lo parecía, sus ojos se abrieron abrumados, tomó la daga sin darse cuenta que no había quitado el forro. 

Antes de que se pudiera acercar a ella lanzó la daga a su cuello enterrando la concuerda, logrando que el animal cayera al suelo, su ceño estaba fruncido hasta darse cuenta de las siete colas que tenía la bestia.

—¡ADRIÁN! —se acercó a él transformado en bestia 

Asustada buscó en su cuello las manchas de sangre pero no veía nada, observó la daga en el piso viendo el forro que la cubría. 

Bajo sus hombros junto con su cabeza, pegó sus manos a sus ojos apretando sus dientes. 

Adrián la observaba con curiosidad, se levantó un poco del suelo olfateando su rostro, para luego con una de sus patas dar pequeños golpes en su pierna. 




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