Falsa inocencia

Capítulo 1 Javier

 

 

Ayer me lo crucé en el ascensor. Fueron tres minutos intensos en los que mi corazón empezó a latir fuertemente, estaba temblando y nerviosa pero intentando que no me lo notara. 

Él, ni siquiera me miraba, hasta que de mi boca salió un susurro:

—Hola Javier, ¿qué tal la mañana?, hace un calor increíble, que verano más bueno…—solté de repente.

—Sí, bastante, pero no me gusta el calor… —respondió en un tono lacónico y pasota.

¿Un calor increíble? ¡Pues claro que hacía calor, si estábamos en verano! ¿No se me podía haber ocurrido otra cosa más ingeniosa? ¿A quién pretendía agradar así?

A partir de este encuentro decidí que, de alguna manera, Javier se fijaría en mí, fuese como fuese. Se me metió entre ceja y ceja aquel merluzo… era tan guapo y sexy... 

No lo conocía mucho, apenas nos habíamos cruzado en tres o cuatro ocasiones. 

Vivíamos en el mismo edificio. Más que un bloque de vecinos parecía un centro psiquiátrico, a cada cual más pirado, excepto Javier, o al menos para mis ojos, aunque todavía no sabía mucho de él. 

Pero vayamos por pasos para ir conociendo los entresijos de la historia, de momento, si les parece bien me presento... 

Me llamo Laura, soy esbelta y llamativa a los ojos de los hombres, seductora o eso creo... con unas largas piernas y unos pechos altos y firmes, mi larga y cuidada cabellera morena es abundante y frondosa cosa que me hace aún más atractiva, no es que me lo tenga creído, más bien al contrario, soy un poco tímida, y humilde como me educó y como es mi madre, pero es lo que me suelen decir los demás al verme.

Soy de un pequeño pueblo de los Pirineos, he acabado recientemente mi licenciatura de derecho y hablo inglés perfectamente, también algo de ruso que aprendí en un viaje que hice a Moscú, las lenguas de me dan bien, tengo una gran capacidad para retener palabras y muy buena memoria. 

Al acabar la carrera me fui a Barcelona en busca de oportunidades, ya que en mi pueblo, o trabajaba en una conocidísima fábrica de cárnicas, que exporta sus productos a todo el territorio nacional, o me dedicaba a la prostitución. Esto de la prostitución no lo digo porque en el pueblo seamos todas muy putas, sino porque allí cerca hay un macro prostíbulo conocido en toda la provincia. Y ni una cosa ni la otra me apetecía lo más mínimo después de haber estudiado muy duro durante años.

Al principio me costó bastante adaptarme al bullicio, a la agitación y a la algarabía de la gran urbe, tampoco me fue fácil ni barato vivir en Barcelona, tuve que ir adaptándome poco a poco a todos los cambios que me iban viniendo, que no fueron pocos ni sencillos.

Por suerte, encontré un pisito muy cuco y no muy caro, en una finca modernista, en uno de esos edificios con encanto. Un hermoso edificio en una calle estrecha y sinuosa del barrio Gótico, aunque le faltaba un poco de mantenimiento. 

Se podía apreciar a simple vista una fachada con bonitas molduras y balcones de hierro forjado en forma de arco. En la entrada, un vestíbulo con suelo de mármol y dos enormes columnas te daba la bienvenida, y al fondo un viejo ascensor.

A los pocos días de instalarme en mi piso, me tocaron a la puerta, cuando abrí, un señor de apariencia más bien siniestra se presentó como el presidente de la comunidad. 

La causa de su inesperada y puntual visita se debía según él, a que venía a ponerme al día de mis derechos y obligaciones, a la vez que a chismorrear e investigar todo lo posible acerca de mí persona.

—¿Quién es usted? ¿Qué se le ofrece caballero? —le pregunté. 

—Soy el Sr. Benavides, el Presidente de la comunidad, ¿tiene usted unos minutos para conversar conmigo? —me contestó sin quitarme los ojos del escote. 

—¡Claro que sí!, pase y tome asiento —¿qué le iba a decir?— ¿A qué debo el honor de su visita, señor Benavides?

—Siempre hago una visita de cortesía cuando llega alguien nuevo al edificio, sobretodo para ponerle al corriente de la normativa, y de paso, le explicaré algunas cosas que debería saber de nuestro querido edificio y sus habitantes.

—Muy bien, por favor entre y acomódese. 

El señor Benavides, al que conocí en ese mismo momento, era un hombre que había sobrepasado de largo la edad de la jubilación y por lo visto, tenía tiempo de sobra para investigar a todo el mundo. 

Según me dijo, llevaba más de diez años siendo el presidente de la comunidad, porque todos confiaban en su gran labor al frente del cargo, aunque a mí me pareció más bien caótico, quisquilloso y chismoso. También me explicó que había sido bibliotecario en la más grande, la mejor y más famosa biblioteca de Barcelona, y también me dijo que le apasionaban las novelas de detectives y que añoraba los tiempos en que todo el mundo le pedía su opinión para escoger un libro, ahora, sólo le quedaba la presidencia de la comunidad como único método para hacerse notar y relacionarse con la gente. 

Posiblemente hubiese sido en un pasado bibliotecario, se le notaba instruido y educado en su manera de hablar, pero deduje que exageraba con lo de la mejor biblioteca de Barcelona, me pareció algo fantasioso en su relato.

—No se fíe usted de ningún vecino, cuando necesite algo venga a decírmelo a mí —me dijo amablemente—. Estoy en el tercero B, justo enfrente del piso del Sr. Javier y encima de usted. No tema por mí, no molesto nada, soy muy silencioso no hago nada de ruido.



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En el texto hay: suspense, misterio, amor

Editado: 23.01.2020

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