ALEIDA
Como todos los días, me sentía abarrotada, sin embargo, como todos los días forcé a mis músculos a obedecerme y no dejarse engañar por la comodidad de las sábanas.
Arrastré mis pies escaleras abajo de mi lujosa casa. Vivir en Estados Unidos no estuvo tan mal como creí, poco a poco le agarré cariño al país y a mi escuela, pero ya era momento de cambiar una vez más.
Otra mudanza.
Resoplé pesadamente al llegar al comedor y me dejé caer sobre una silla de madera. Seguro tenía un aspecto horrible, aunque ni así llegaba a ser fea.
Podría ser un desayuno pacífico, pero tenía cuatro hermanos.
—No es veneno, es comida —le regañó Julie, nuestra hermana mayor; a Devan, el mayor de todos.
Devan era el consentido -varón- y Julie la consentida –mujer- así que formaban la parejita de hermanos mayores perfecta, aunque Julie siempre era más madura que Devan.
—No es mi culpa que cocines del asco —replicó con una mueca mirando el plato frente a él con desconfianza. Ni la mesa tocaba.
—¡Siempre a todos les gustó mi comida! Qué casualidad que ahora a ti no.
—¡Da asco! Voy a tener náuseas como acerque un bocado.
—Está embarazo —bromeó la vocecita de Adelaida.
Después de los mayores estaba yo y, por último, las menores; Adele y Adelaida eran un par de mellizas similares a ángeles en la Tierra. Sus cabellos rubios y su piel tan clara como la mía, los mismos ojos celestes de mamá que deslumbraban en la claridad. Ambas tenían apenas nueve añitos, pero eran pequeños demonios con aspecto de angelitos.
Yo consideraba que fueron las que ganaron la belleza familiar en todo el linaje, aunque otros debatían que esa era yo. Quién sabe.
—Cierra la boca, niña.
—¡Apuren! Hay que llegar cada uno a sus escuelas —bramó Julie.
Removí el tenedor en el plato, pero no comí ni un trocito.
—Nunca entendí por qué a cada uno nos mandaron en una escuela más lejos que la otra —dijo Adele, comiendo lo más rápido que podía.
—¡Devan, cómete ese huevo! —gritó mi hermana cada vez más furiosa.
Y mi pobre hermano hizo el intento de tomar un poco en el tenedor y acercarlo a sus labios, metió la mitad y masticó lentamente, todos lo miramos atentos como si se tratara de una revelación, pero Devan al final hizo una mueca de asco y se levantó para correr fuera del comedor.
—¡Idiota! —gritó Julie otra vez.
—Dejen de gritar como animales. —Las sienes me palpitaron de dolor. —Es temprano.
—Tú tampoco has probado mi comida —respondió ella en tono más calmado y bebió un poco de jugo de naranja, mirándome con recelo.
—Pero porque yo no tengo hambre.
En ese instante sentí otra persona a mis espaldas, entrando por el umbral con su poderosa presencia, todos nos quedamos en silencio porque desde que mamá murió a él no le gustaba demasiado el ruido mañanero.
También olí el café. Papá llevaba una taza con líquido humeante que dejó en la punta de la mesa y tomó aquel lugar con suma tranquilidad, si bien era una persona muy seria, nos regaló una sonrisa cariñosa.
—Buenos días —murmuró antes de llevarse la cerámica a los labios.
—Buenos días, papi, ¿verdad que cocino bien? —habló Julie inmediatamente.
Él dejó la taza nuevamente y asintió apenas.
—Cuando le pones ganas. —También era muy sincero.
Julie bufó, ofendida y comenzó a recoger los platos vacíos y le entregué el mío ya que no pensaba comer nada. Papá me miró con sus ojos llenos de cansancio al notarlo.
—Otro día sin alimentarte bien —dijo con tono reprobatorio.
—Y los que siguen.
Suspiró y pinchó un poco del desayuno que su hija le preparó.
—Aleida, no me gusta nada como estás decayendo.
—Vamos a mudarnos otra vez, no me pidas mucho.
—Creí que no te gustaba Estados Unidos.
—Le tomé cariño.
—En Canadá puedes empezar de cero. Allá seguramente nos quedemos permanentemente.
Levanté una ceja. Me puse cómoda con los brazos sobre la mesa.
—¿De verdad?
—Bueno, la verdad es que no prometo nada, pero es mi plan —asintió.
—Hubieras tomado esa decisión aquí, ahora tengo que despedirme de Heather.
—Sabes que las cosas no son tan sencillas.
Desgraciadamente. Heather era la única amiga que conseguí hacer después de tantos años evitando a la gente, pude hacer una amiga íntima sin meterme en un grupo más grande. Era lo más seguro que conseguí, Heather era discreta y no llamaba la atención, justo lo que necesitaba. También era buena amiga, graciosa y divertida.
Yo era una persona muy sociable, me gustaba juntarme en los grupos grandes, y tener que esconder ese lado de mi personalidad fue una tortura adolescente, nunca pude disfrutar de nada. Cuando creí que podría sobrellevar la soledad siendo amiga de Heather, me cae la noticia de que necesitábamos mudarnos una vez más.
Suspiré de nuevo. Me estaba enojando.
—Creí que cambiar de continente sería más seguro —susurré.
Si bien yo era muy opaca con mis sentimientos, ante mi padre era aún una niña transparente, confiada y sensible, pero astuta.
—La Organización Oculta no pierde el tiempo, les costó años, pero finalmente trazaron una alianza con el país para entrar y encontrarnos. No es seguro.
—No creo que Canadá lo sea mucho más; está cerca y les debería tomar pocos meses poder ingresar ahí también.
—Calculé todo, no nos enviaría a un lugar sin saber qué nivel de seguridad tendríamos. Esta vez no iremos a vivir entre la ciudad, tengo todo listo para aislarnos.
Fruncí el ceño al levantar la mirada.
—¿No era más peligroso esconderse obviamente antes que camuflarse? Tú mismo dijiste que, como saben que estaremos escondidos, buscan primero en las zonas privadas fuera de las ciudades, en bosques, montañas, campos y granjas y por último acuden a los lugares concurridos como capitales o ciudades de pocos habitantes. Si nos alejamos de la civilización nos encontrarían con más razón, ¿no?