Falso positivo: La gran estrella colombiana

“Falso positivo” la estrella colombiana

Soy Luciana y nací para ser famosa, sé que sonará arrogante, pero no tengo dudas. Desde que tengo memoria, mi cuerpo ha bailado, mientras me muevo, veo claramente las formas geométricas dibujándose en mi mente, veo el ritmo, como las hojas dibujando obras de arte mientras el aire las guía. Todos lo dicen, los domingos en el pueblo, cuando sacábamos las sillas plásticas al frente de la tienda de Doña Magola, conmigo organizando las coreografías con mis amigas mientras sonaban las baladas más cortavenas del picó. Desde los doce, tal vez trece, ya sabía mover los brazos como si contaran historias y emociones. Era pura escarcha en medio del polvo. El público: gallinas, el viejito del sombrero y mi mamá, que decía que yo era más artista que Juana la Cubana.

Imaginaba los flashes, la gente gritando mi nombre, el periodista de gafas preguntándome cómo una gran artista se había forjado en aquel olvidado lugar. Yo respondía con una sonrisa falsa, de esas de gala, como si todo el mundo me adorara, aunque todavía nadie supiera cómo se escribe mi nombre.

Siempre supe que alguien me iba a descubrir, una de esas historias de película, ¿sí sabes? Un cazatalentos, un productor de televisión, un director de casting que pasara por el pueblo, me viera bailando, y dijera: “¡Esa es ella! ¡La necesitamos!”. Nunca imaginé que llegaran de noche, ni que llevaran botas, ni que vinieran en helicóptero.

Pero bueno, así empieza la historia de toda estrella, con una sorpresa, un golpe de suerte. Una oportunidad.

Una noche cualquiera, de esas en que el calor no deja dormir, llegaron por mí.

Yo estaba sentada en la sala, limándome las uñas con una lija que había encontrado por ahí, escuchaba la sinfonía de grillos, mi mamá dormía en la hamaca.

Entonces tocaron, fuerte, Como si me quisieran dejar sin puerta.

Me asomé por la cortina y vi los uniformes, verde oliva, relucientes; botas que no se ensucian con el barro de la calle; tenían una mirada que no preguntaba, que ya sabía la respuesta. Uno de ellos, el más alto, con cara de actor de cine malvado, dijo mi nombre a son de pregunta, con un brillo en los ojos, como si se hubiera respondido solo. No “Luciana”, claro, me llamó por ese otro nombre, el de antes, el que nunca me quedó bien, el que me raspaba la piel cada vez que lo decían.

—Es usted —dijo—. La hemos estado buscando.

Yo, la verdad, pensé que era una broma ¿Una cámara escondida? ¿Una escena sorpresa? ¿Un performance de los que hacen los estudiantes de arte? Pero no. Eran ellos, venían por mí.

El productor principal, los asistentes, los de logística, los del vestuario, todos parados ahí, con libretos en la mano.

—Tiene un papel importante —dijeron—. Una historia que contar.

—¿Yo? —pregunté—. ¿Una historia?

—Usted es perfecta para el personaje. Lo tiene todo: la imagen, la actitud, el pasado. Es como si lo hubiera ensayado toda su vida.

Y yo... bueno, yo ya lo sabía, lo sabes cuando has vivido soñando con salir del pueblo, con verte en pantallas, con que alguien te mire y te diga que eres única, lo último que haces es sospechar.

Así que me fui con ellos, sin preguntar mucho; un helicóptero, esta gente hace shows con mucha plata; una bolsa negra donde metieron mi ropa, para la ropa de lujo que me van a poner eso debe ser basura; las manillas plateadas con cadenas, incomodas, pero esta gente de la capital es excéntrica, me voy a tener que acostumbrar a la alta costura, aunque me lastime las muñecas. Soy una estrella.

Nos bajamos en un edificio gris que olía a archivo viejo y a café recalentado, me dieron una carpeta con mi guion, aunque yo no sabía leer muy bien ese tipo de letra, toda con sellos y números como si fuera una fórmula química.

El título decía: "General insurgente. Capturada en flagrancia" y debajo, un nombre que no era el mío: “Marta Elena Cuéllar”.

—¿Ese quién es? —pregunté bajito, tratando de no sonar muy ignorante.

El más joven de los cazatalentos, uno con cara de recién entrado a la empresa, se me acercó y susurró, bajando la voz como si estuviéramos entre bambalinas.

—Ese es su personaje. Acuérdese bien. Usted ahora es Marta Elena. Diga otra cosa… y va a ser peor para usted.

“Peor”, pensé. ¿Peor cómo? ¿Me descalifican? ¿Me sacan del set? ¿Pierdo el papel?

—Claro, claro —le dije—. Ya lo entendí. Marta Elena. Suena fuerte, ¿no? Como de protagonista de novela de las ocho.

Él no respondió. Me empujaron suavemente hacia un cuarto sin ventanas, con un escritorio al fondo y unas cámaras encima, había varias personas esperando, todas sentadas en silencio, con papeles en la mano. Algunas lloraban, otras me miraban con lástima. Debían ser parte del elenco, todas estábamos esperando nuestro turno. Me llamaron: Marta Elena Cuéllar y yo, como buena actriz, me levanté cuando me tocaba.

Entré sonriendo, me senté derecha, me puse seria, como en las películas cuando el acusado dice “no tengo nada que declarar”. Uno de los jueces me preguntó por una fecha, por un lugar, por un encuentro con unos hombres que jamás había visto, otro me hablaba de mapas, rutas, radios. Yo no entendía, pero me esforzaba por parecer natural, Era mi audición, al fin y al cabo.

—¿Reconoce que participó en ese atentado?



#1919 en Otros
#459 en Relatos cortos

En el texto hay: tragedia, lgbtiq+, conflictos guerra

Editado: 29.06.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.