Fantasía de un último deseo

Prólogo

―Me gustas...

Al fin era capaz de decirlo. Aquellos cinco minutos tratando de confesarse le parecieron eternos. A pesar de la agitación de su corazón y de morderse constantemente los labios, las palabras salieron solas.

La cara de sorpresa de ella fue evidente, estaba sonrojada. Y él también lo estaba. Quería esconderse o salir corriendo, pero hacer algo así solo demostraría su cobardía. Tenía miedo, ¡pero ya no podía dar marcha atrás! ¡Necesitaba saber cuáles eran los sentimientos de ella!

Hubo un incómodo silencio en que Alex no supo qué hacer. Aquellos segundos le parecían perpetuos. Se sintió como si estuviera naufragando en un mar desconocido. No sabía para donde debía nadar, si zambullirse o si dejar que la corriente se lo llevara. Pero había que ser sincero con su situación: ya estaba completamente sumergido e iba ser muy difícil volver a la superficie.

Se dio cuenta que aquel silencio no lo beneficiaba en nada. Mientras más tiempo estuviera sin decir palabra alguna, más incómoda resultaría la situación. Tenía que decir algo.

―Siempre he querido decírtelo ―sintió cómo la saliva transitaba lentamente la garganta, causándole mayor nerviosismo―. Desde que te conocí... desde la primera vez que te vi.

Ella se mordió el labio inferior sin saber qué palabras elegir. Tras unos segundos de incomodidad, su rostro había recuperado el color habitual. Comenzó a hablar y al momento de hacerlo el corazón de él volvió a enloquecer tan intensamente que sentía que el pecho le iba a estallar. ¿Acaso era eso posible? No lo sabía. Solo bastaba con imaginar qué palabras saldrían de esos hermosos labios para ponerse nervioso

―Yo...

La puerta de su habitación se abrió de golpe. Alex despertó sobresaltado.

―¿Tú qué? ―preguntó sin distinguir con claridad que estaba frente a él―. ¿Qué piensas de lo que te dije? ¿Podremos estar juntos?

―¿Con quién hablas?

―¿Eh?

Poco a poco, observando su alrededor, se dio cuenta de la cruel realidad. No estaba frente a la mujer que le gusta, declarándose. No. Se hallaba acostado en su cama y su hermano estaba de pie en la puerta de su habitación. Todo había sido un sueño.

"¡Rayos!"

―¿Qué te pasa? ―preguntó su hermano, que lo miraba emitiendo sonoras carcajadas burlescas desde su posición.

―Nada, un sueño.

―¡Qué fantasías más raras tienes! Apuesto que con todos los sueños que has tenido, podrías fácilmente hacerte un escritor de novelas románticas ―dijo sin parar de burlarse de su hermano mayor.

―Bueno, ¿qué quieres? Si viniste a despertarme así debe ser algo importante.

―Pásame el juego que te presté hace unos días. Lo necesito urgente.

―¿Era solo eso? ¡Diablos! Podrías haber venido más tarde. Estaba ocupado ―respondió muy enojado con su hermano.

―Sí, ya veo. Muy ocupado ―exclamó con ironía―. Quizás con quien estabas soñando. Ya, dame lo que te presté y sigue en lo tuyo.

―Está ahí, en el escritorio ―apuntó con el dedo hacia el mueble que se encontraba al costado derecho de la cama―. Sácalo y vete.

Estaba molesto. Solo quería volver a su sueño. Volver a aquellos tiempos que tanto anhelaba. Volver... Volver... Volver... Pero ya no era posible. El pasado se había marchado dejando solo el recuerdo y el anhelo de un reencuentro.

Su hermano avanzó por la desordenada habitación y llegó al escritorio. Tomó el juego que buscaba y salió cerrando bruscamente la puerta.

Alex miró el reloj de pulsera. Eran las diez en punto, muy temprano para levantarse un miércoles de fines de febrero. Las vacaciones de verano aún no acababan. Volvió a acostarse, cubriendo su cuerpo por completo con la fina sábana blanca.

"Con que era un sueño. Parecía tan real. ¿Real? ¡Pero si eso sí sucedió! ¿Hace cuánto que pasó? ¿Hace seis o siete meses? Sí. ¡Qué rápido pasa el tiempo! Y yo lo sigo recordando y soñando siempre. ¡Qué mal! Aunque, no me esfuerzo en olvidarla. Es algo que no puedo hacer. Debo seguir buscándola... "

―¡Alex, te llaman afuera! ―gritó, de pronto, su madre.

No escuchó ningún alarido. En ese momento se encontraba completamente sumido en sus pensamientos.

"La forma en cómo desapareció fue tan extraña..."

―¡Alex! ―siguió gritando su madre. Los chillidos retumbaban en toda la casa. Desde la habitación de él se escuchaba como sus hermanos le rogaban a la mujer que no gritara tan fuerte. Alex ni se inmutó en lo más mínimo.

"Y su familia no sabe nada. Ni la policía ha encontrado rastros de ella... Han buscado en otras ciudades y pueblo... y nada. Es como si se la hubiese tragado la tierra".

La puerta volvió abrirse bruscamente. Para la suerte de Alex, no era la molestia de su hermano, pero si era su madre.

―¡¿Y tú estás sordo?! ―vociferó la madre.

―¿Qué pasa ahora?

―Alguien te está buscando afuera ―dicho eso la madre salió de la habitación cerrando la puerta con la misma brusquedad con la que la abrió.

―¡Ten cuidado con la puerta! ¡Después no estaré comprando una si la rompes! ―gritó enojado.

"¡Mierda! ¿Por qué nadie en esta casa deja dormir en paz?"

Se colocó unas chancletas y salió rápidamente al encuentro de su visitante. ¿Quién podría ser? Hace un mes que no se juntaba con sus amigos.

―¡Hola Alex! ¡Lindas tus chancletas de perro!

Quién lo venía a ver era Max.

―¡Hola! ―lo saludó con un fuerte abrazo. Se sentía feliz de volver a verlo―. ¡No te burles! ¡Tienen estilo! ―después de tanto tiempo era capaz de volver a sonreír. ¡Cómo le hacía falta la compañía de él para alegrarse!―. Vamos a conversar a mi habitación.

―Está bien.

Max saludó a la madre y a los dos hermanos de su amigo. Luego se fueron a la pieza.

―¿Y a qué se debe tu visita? ―preguntó Alex cuando ya estaban sentados. Él en su cama y Max en una silla de escritorio.




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