Fantasía de un último deseo

Poder oculto

Se encontraba acostado en su cama. Aún era de día. Se levantó bruscamente y vio que todo estaba como antes de salir a trotar. El libro de biología yacía a su lado, abierto en la página donde había detenido la lectura. Estaba asombrado y confundido.

"O sea que todo eso fue un sueño ¡Qué alivio! Ya me estaba preocupando. Mira que tengo imaginación para soñar cada cosa estúpida. De seguro que también fueron imaginaciones lo del bus y lo del cerro. ¡Qué tonto! ¿Cazadores espirituales, poder oculto, Invasores? ¡Qué estupidez!"

Rio a grandes carcajadas mientras volvía a tomar el libro entre sus manos. Leyó solo por 10 minutos, el silencio que sintió en la casa lo incomodó. Su madre, por lo general, siempre estaba gritando. Sus hermanos peleaban entre ellos muy a menudo. Y su mascota Rex, ladraba muchísimo a todas horas. Pero esta vez ninguna de esas cosas estaba presente.

Salió de su habitación, ignorando el extraño silencio, y fue a la cocina a beber un poco de agua. Tenía dudas de si salir o no a trotar por temor a que le pasara lo mismo que le sucedió en el sueño. Temió que pudiera suceder algo así; que de pronto todo se volviera un bucle eterno. Salir a trotar, ser atacado por la bestia, que Naomi lo rescatara, conocer al Jefe y luego volver a despertar en su cama. ¿Acaso podía ser posible eso?

Desechó ese absurdo pensamiento. Lo mejor era dejar todo atrás. Sin embargo, tomó la decisión de quedarse en casa, por seguridad.

Y el libro de biología lo tenía muy atrapado. Tenía que seguir leyéndolo, para saber más. Fue a buscar el texto y salió al patio trasero de la casa para leer al lado de su mascota.

―¡Rex! ―Gritó Alex mientras abría la puerta del patio trasero―. ¿Cómo está el perro más hermoso del mundo?

Su gran amigo. Su mascota. Rex. Un Cocker de color negro, juguetón a pesar de que ya tenía 16 años. Era parte de la familia desde hace 12 años, el lazo que había entre ellos era muy profundo.

Lo llamó varias veces, pero el ladrido de siempre no se escuchó. Vio el patio y estaba completamente vacío. Buscó dentro de la casa del perro y tampoco lo encontró.

―Qué extraño, supongo que uno de mis hermanos lo sacó a pasear. Iré a preguntarle a mi mamá para estar seguro.

Entró rápidamente a la casa y llamó a su madre. No hubo respuesta. Siguió insistiendo. Nada. La casa estaba desierta, por lo menos en el primer piso. Solo estaba él. La inmensidad del silencio y la soledad esta vez sí lo asustó, aunque solo un poco porque fue capaz de mantener la tranquilidad.

―¿A dónde se fue todo el mundo? Debieron haber avisado que se llevarían a Rex.

Fue al segundo piso de la casa a echar un vistazo. La esperanza de encontrar durmiendo a alguien de su familia en una de las habitaciones se esfumó al darse cuenta de que el segundo piso, al igual que el primer nivel, estaba completamente deshabitado. Buscó algún rastro que haya dejado su familia, pero todo estaba en orden.

"¿A dónde fueron? Si iban a salir todos, debieron haberme avisado. O tal vez sí me avisaron, pero estaba tan metido en el maldito sueño que no lograron despertarme. Eso debió haber sido".

Volvió a su habitación a echarse un rato en la cama, pero un ruido en la cocina lo hizo ir inmediatamente a ella.

"Pero si no había nadie... ¿Habrá entrado un gato?"

Mientras iba a la cocina, miró su reloj de pulsera para ver la hora. Solo vio quince minutos y avanzando. Estaba en modo cronómetro. ¿En qué momento lo había iniciado? No lo supo. Iba a detener el tiempo, pero justo antes de hacerlo, llegó a la cocina. Se sorprendió al ver a la persona que se encontraba ahí.

―¡Abuela! ―se acercó a ella para darle un beso en la mejilla―. Hola. ¿A qué hora llegó?

―¡Qué cosas dices, Alex! ¡Si yo vivo aquí! ―contestó la abuela.

La cara de extrañeza de Alex fue evidente. Si sabía bien, la abuela no vivía ahí. La casa de ella estaba ubicada en un pueblo al sur de Lyon.

"¡Qué raro! Aunque ahora que lo pienso en los últimos días he estado un poco ausente debido a los entrenamientos. En uno de esos días, debió haber venido la abuela a vivir aquí y mis papás no me dijeron nada para tenerlo como sorpresa".

El aspecto más avejentado de ella también lo dejó sorprendido. No la veía hace dos meses. La recordaba con muy pocas arrugas en el rostro, con un pelo que mantenía el color negro y estaba un poco pasada de masa corporal, pero ahora... todo era distinto. Sus grandes arrugas figuraban en su rostro, el pelo era blanco y estaba demasiado flaca. Una persona no podía cambiar tanto físicamente en dos meses. ¿O sí?

―¡Qué sorpresa abuela, me alegro de volver a verla! ―dijo Alex con una sonrisa. Ocultó sus dudas y le habló como si nada estuviera pasando―. Oiga, ¿Sabe dónde está Rex? Lo estuve buscando pero no lo he encontrado.

―¿Rex ? ¿De verdad te refieres a Rex? ―la abuela lo miró extrañado. Se acercó a Alex y le tocó la frente. La extrañeza pasó a ser compasión y pena―. ¿No tendrás fiebre? Aún lo recuerdas mucho, ¿cierto? Lloraste mucho por su muerte. Entiendo que aún te afecte un poco. Estuvieron muchos años juntos.

―¿Qué está diciendo? Rex no está muerto ―exclamó Alex.

Pero el semblante serio de su abuela causó que unas lágrimas se asomaran en sus ojos al darse cuenta de que era verdad

―Pero ¿qué pasó? No recuerdo que haya muerto ―dijo. Se acercó y abrazó a su abuela.

Las lágrimas cayeron por sus mejillas.

Por su mente un vago recuerdo surgió, lastimándolo, clavándole una dura estaca en su corazón. Rex corría con él por la calle. Un bus que transitaba en la vía de al lado se acercó a toda velocidad. Rex cruzó la calle sin darse cuenta del bus que aparecía. Alex, que también había cruzado, no alcanzó a agarrar a su perro que fue completamente arrollado por las ruedas del bus. Murió al instante.

―Tranquilo, ya pasó un año desde su muerte ―lo consoló la abuela.




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