Fantasía de un último deseo

Yuuki y Max

―¡Alex! ¿Hasta qué hora piensas dormir? ―gritó su madre que estaba en la puerta de su habitación―. ¡Ya son la una de la tarde!

―¿Ya es tan tarde? ―preguntó somnoliento. Había dormido mucho debido a todo lo que sucedió ayer. Apenas recordaba en qué momento llegó a casa.

―Sí, ya vamos a almorzar.

La madre de Alex entró a la habitación. Con grandes esfuerzos ―debido a sus cien kilos― dio largos pasos por toda la ropa, libros y cuanta porquería había esparcida por el suelo, y así evitar pisarla. Al llegar a la ventana corrió las cortinas. Los rayos del sol iluminaron todo el cuarto.

―Ah, ¿el poder azul de mis manos a dónde se fue?

―¿Qué estás hablando? ―preguntó la madre.

―El poder que obtuve anoche ―dijo. Su cabeza aún estaba enterrada en la almohada y su voz no se podía distinguir con claridad―. Ahora tengo que protegerlos a todos-

La mamá rio.

―Parece que todavía sigues durmiendo. Mejor te dejo descansar. Anoche te quedaste hasta tarde entrenando. ¿No te gusta tomar un respiro?

Antes de abandonar el cuarto, miró a Alex y los libros de estudios repartidos por toda la habitación. Suspiró. Sabía lo mucho que se estaba esforzando por conseguir sus metas. Al salir, cerró con brusquedad con fuerza la puerta. Toda la habitación retumbó.

Alex despertó sobresaltado.

―¿Está temblando? ―exclamó muy asustado.

Se levantó rápido de la cama creyendo que iba a haber un fuerte terremoto. Pero, tras estar completamente lúcido, se dio cuenta que no era así. Se estiró un poco, y vio el reloj que estaba sobre el escritorio. Eran las 13:02.

―¡Qué manera de dormir!

Miró tras la ventana y llamó a su perro. Se alegró al verlo aparecer. Éste lo saludó con el aullido habitual y la alegría que siente un perro al ver a su amo.

―¡Rex! ¡Hola! ¡No vayas a desaparecer! ¿Bueno? Si te llego a perder, me muero.

Sintió satisfacción. Todo seguía su curso normal.

"Ahora que ya estoy despierto y recuerdo todo lo que pasó ayer, ¡Madre mía! Fue de locos, mucho más de lo que sucedió en el cerro y en el bus. Así que esas cosas son de otro mundo. Los tales Invasores. Me cuesta creerlo todavía, sigo pensando que existe la posibilidad de que lo haya soñado todo. El Viejo me pasó un artefacto raro, si fue verdad debería estar tirado en algún lado de la habitación".

Miró alrededor de su pieza. No había nada parecido a lo que le había pasado el Jefe.

―¡Verdad que lo guardé en el pantalón deportivo!

Registró la ropa había usado ayer, y efectivamente ahí estaba. Un artefacto diminuto redondo. No pesaba más de cien gramos. Tenía unos símbolos raros por los costados y en su centro algo rojo, era como una alarma, pero para Alex la forma y el color le recordó a un pastel de chocolate, café por la capa más externa y rodeando el centro rojo, una capa intermedia de color blanco.

―¿Se podrá comer? Es igual a un alfajor ―dudó si podría meterlo en su boca―. No, no creo. ¿Para qué será? Maldita cosa, obligado a comprar un chocolate para calmar la ansiedad que me está provocando.

Lo volvió a guardar y fue al comedor. La mamá lo llamaba ―como de costumbre, a pleno grito― para almorzar.

Mientras comía, el artefacto empezó a chillar. El ruido era como el de una alarma de celular. El centro rojo del artefacto brillaba intensamente.

"Aún sigo pensando que podría comerse. Se ve muy apetitoso".

El ruido estuvo presente por más de un minuto, lo que fue muy molestoso para Alex.

―¿Qué es esta maldita cosa? ―se preguntó en voz alta.

Para su tranquilidad, estaba solo. Su madre había salido luego de servirle el almuerzo. No la tenía frente a él, preguntándole insistentemente que era el artefacto que poseía. Su madre, de vez en cuando, le gustaba saber todo. Y sus hermanos aun no llegaban de la escuela. Ellos eran otra molestia más para él. Y el objeto seguía sonando insistentemente.

―¡Ah, qué desesperante! Comeré rápido e iré a ver a ese Viejo.

En quince minutos ya estaba saliendo de su casa. El artefacto ya había dejado de hacer ruido, para su satisfacción.

"Se supone que ahora soy un Cazador Espiritual. Tendré que pelear contra esas bestias y derrotarlas. ¿Por qué habré aceptado todo esto? Pensé que solo era un sueño. Pero me doy cuenta de que no. Mi deseo de protegerlos a todos me llevó a tales decisiones. Pero a la hora de la verdad, ¿podré realmente vencerlos? Si se me apareciera un Invasor ahora mismo, ¿cómo pelearía?"

Había avanzado un largo trecho ―calculó que en unos diez minutos más, estaría llegando a la casa del Jefe―, cuando el artefacto volvió a sonar.

―¡Qué objeto más molestoso! ―vociferó― ¡Debería comérmelo!

La tiró al suelo con fuerza, tratando de ver si se rompía. Nada. Ni siquiera se escuchó el impacto contra el cemento

―¿Y si la piso?

Un rugido se sintió tras su espalda. Ya lo había escuchado en otras ocasiones. Era un Invasor, muy parecido a los que habían aparecido cuando se enfrentó a sus miedos, hasta calculaba que tenían la misma altura. La única diferencia era que éste no tenía un aspecto conocido, era muy deforme. Poseía una cabeza humana de hombre con una sonrisa maquiavélica, de oreja a oreja y carente de dientes; tenía un único ojo, con el iris oscurecido y le faltaba las orejas y nariz. El resto de cuerpo era un desorden y caos de la naturaleza. Tronco de gorila, brazos como piernas y piernas como brazos. No tenía piel ni músculos. Era solo huesos.

¿De dónde había salido un Invasor con tal forma? Alex no pudo evitar burlarse de aquel monstruo. Los otros que había visto hasta ahora tenían un aspecto más intimidante, pero este... era un deforme.

Pese a la distracción, Alex pudo reaccionar porque el Invasor trató de agarrarlo con su mano y con la misma habilidad que demostró el día anterior, saltó a la mano y subió rápido por el brazo-pierna huesudo de su enemigo. Llegó en segundos a la cabeza, pero se detuvo en seco.




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