Fantasía de un último deseo

Un Cazador solitario

Max se hallaba recostado en su cama. Hace poco había vuelto del colegio. En un rato más iría a la casa del Jefe para entrenar. Ahora solo quería descansar. La soledad del departamento en el que vivía le hacía una compañía especial. Al principio había sido muy duro, pero ahora le gustaba. Desde hace años residía en ese lugar y con esa situación en particular. Había perdido a sus padres en un accidente de tránsito. O eso fue lo que creyó en un principio.

¿En qué momento empezó a vivir solo? Todo comenzó hace tres años. Su familia estaba formada por su padre, su madre y él. Vivían en una gran parcela ubicada en Esmeralda, una ciudad situada al norte de Lyon. En esa ciudad, sus padres se desempeñaban de geólogos en el Servicio Geológico Nacional. Debido a su gran labor y años de trabajo, poseían grandes fortunas. La casa en la que vivían era gigantesca. Sin dudas, la vida que llevaban era muy lujosa y tranquila, pero debido a que sus padres querían independizarse y lograr un negocio propio, decidieron irse a vivir a Lyon.

―Es lo mejor para nosotros, Max ―le dijo su madre, al ver que Max no quería irse―. Estamos cansados de que alguien nos dé órdenes. Llegó el momento de que nosotros seamos nuestros propios jefes.

―¿Pero por qué no abren el negocio en Esmeralda? Irse a Lyon, es empezar una vida nueva.

Su madre lo miró con compasión. Max la miraba con tristeza. No quería perder contacto con sus amigos.

―Ven acá, hijo ―la madre atrajo a Max a su cuerpo, dándole un fuerte abrazo―. Sé que es duro para ti. Pero todo saldrá bien. No te preocupes. Además, vas a pasar a secundaria. Muchos compañeros se van a otros lugares a seguir sus estudios. Es normal que pase esto. Tienes las redes sociales para poder comunicarte con ellos y nosotros estaremos viajando constantemente a Esmeralda.

―No entiendo el para qué irnos a Lyon ―Max suspiró.

―La competencia geológica es muy fuerte en esta ciudad. En Lyon hay uno que otro centro especializado. Allá tenemos vía libre para abrir una empresa y posicionarnos como una de las mejores en el mercado.

Max aceptó a regañadientes. Se transportaron en un camión gigante rumbo al sur. Cuando llegaron a su destino, compraron un departamento muy cerca del Colegio Los Halcones. Su madre lo inscribió de inmediato en ese colegio para que empezara la secundaria. Fue en ese tiempo cuando Max conoció a Yuuki. Durante los primeros días, todo marchó de maravilla. Sus padres estaban en proceso de abrir una empresa. El éxito estaba asegurado. Pero la desgracia llegó el 20 de julio del 2015.

Sus padres habían vuelto a Esmeralda a buscar las últimas pertenencias que le habían quedado. Además, habían ido a concretar la venta de la parcela. ¿Qué podía salir mal? En una de las curvas de la carretera, el auto en el que se transportaban volcó hacia un precipicio. Murieron esperando la ayuda. Max estaba en el colegio cuando se enteró de la noticia. Quedó impactado. Sin embargo, no lloró en ningún momento.

En el funeral mucha gente se había reunido. Tanto familiares como amigos le daban las condolencias a Max. Iba a extrañar a sus padres, pero tenía que seguir viviendo.

―Les prometo que seguiré adelante con sus planes. La abuela me ha estado insistiendo para que me vaya con ella de vuelta a Esmeralda. Pero... no quiero. Me quedaré en Lyon a vivir en el departamento que compraron. Terminaré mi secundaria en el Colegio Los Halcones y entraré a unas de las mejores universidades a estudiar Geología. Y abriré la mejor empresa que haya existido. Sé que ya están muertos y no me escuchan... ―exclamó Max mirando la tumba. Un nudo en la garganta se le había formado, pero se mantuvo fuerte. No iba a desperdiciar todo el esfuerzo de sus progenitores.

Max era el único heredero de una gran fortuna. Aquella le permitiría vivir tranquilo sin necesidad de trabajo por muchos años. Incluso le alcanzaba para costear la carrera de Geología. Lo que le deparaba el futuro eran retos muy difíciles, pero no iba a dar un paso al costado.

Sin embargo, la vida le tenía preparado más desafíos de los que tenía planeado.

Cuando había pasado casi un año tras la fatal muerte de sus padres, la policía local le entregó la videocámara que llevaban sus progenitores en el auto y que había servido de prueba para toda la investigación posterior. En ella había un vídeo de aproximadamente 30 minutos donde mostraba dos ángulos de cámara. Desde una perspectiva, se observaba a sus padres manejar, sonriendo y cantando. En la otra, se apreciaba el oscuro exterior y la carretera serpenteante apenas iluminada por los faroles del coche. De pronto, se observa cómo su padre perdía el control del volante y se precipitaba a un denso bosque. Se escuchaban los gritos y la desesperación. Antes de que fallecieran, la voz de la madre se escuchó con claridad.

―Perdónanos, por no seguir viéndote crecer. Me entristece mucho no poder seguir a tu lado, pero sé que seguirás adelante con tu vida. Eres un hombre muy fuerte. No te rindas. Por mucho que te golpee la vida, por favor, no te rindas. Te estaremos cuidando a lo lejos... ―una fuerte explosión entrecortó las palabras de la madre. Pese a estar a punto de morir, continuó hablando―. Max, te amamos mucho.

Lo último que se observó en el vídeo fue cuando la madre agarró la cámara y la lanzó fuera del auto, salvando la grabación de una explosión final. Al oír las palabras de su madre, Max estalló en un llanto desconsolado. Quería volver a sentir el abrazo de sus padres. No quería estar nunca más solo. La soledad era una cuchilla filosa que cada día se le clavaba con más fuerza.

Vio la grabación una y otra vez durante una semana, encerrado en su habitación. Solo salía del lugar para ir al baño y a comer. En cada repetición, había algo que lo desconcertaba cada vez más.

En un primer vistazo, parecía que su padre perdía el control del volante. Pero mientras más veía, más se daba cuenta que algo empujaba al auto desde el costado izquierdo. Algo invisible.




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