Fantasía de un último deseo

Una nueva Cazadora Espiritual

Dos semanas después, el primer jueves de junio, Alex se encontraba estudiando en la biblioteca que estaba cerca del preuniversitario. Sistema circulatorio, sistema nervioso y sistema excretor lo mantuvieron ocupado y entretenido tres horas seguidas. Apenas se había levantado para ir al baño una vez. Había completado medio cuaderno con apuntes y esquemas para poder entender correctamente la materia estudiada. De a ratos bebía agua de una botella. La gente pasaba sorprendida al lado de él, por lo mucho que era capaz de estudiar y concentrarse. Muchos lo conocían porque pasaba todos los días internado en la biblioteca.

Toda la concentración de esas extenuantes horas de estudio se esfumó cuando miró a la mesa de su izquierda. No podía creer lo que miraban sus ojos.

"No puede ser... No puede ser verdad... ¡Es ella! ¡La hermana de Roxy! ¡Luna! Oh, rayos, esto no me lo esperaba".

Bajó la mirada a su cuaderno, tratando de leer los apuntes. Las letras revoloteaban frente a él. Sintió como su cuerpo se tensaba a niveles insospechados. Respiró, pero ni eso era capaz de tranquilizarlo. Dadas las circunstancias solo le quedaba una sola opción.

"Debo hablarle... ¡Es ahora o nunca! ¡Ahora o nunca! Tengo que acercarme y dejar de ser cobarde. Ya. Ya. Ya. Respira. Respira. Ahora. Vamos. Si ya intercambiamos un hola hace un mes, saludarla nuevamente no debe ser un problema. Además, ella también debe recordar que soy el amigo de su hermana. Esto será pan comido".

Se levantó del asiento dispuesto a hablarle, con todo el cuerpo tembloroso, con la respiración y el corazón echando una carrera por ver quién iba más rápido. Estaba acercándose poco a poco, pero no llegó muy lejos, porque en el instante en que ella alzó la mirada para verlo, se desmoronó entero. Sin poder aguantar más la presión de su propio corazón, se desvió en el camino y fue hacia una estantería de libros para pensar mejor la situación y encontrar alguna forma de relajarse.

"La mujer que tanto deseo conocer esta ahí. Hombre, tengo 19 años, ya tengo que dejar de ser tan cobarde. Tengo que ser valiente. Es hora de dejar de lado la pusilanimidad con la que me he caracterizado toda la vida y empezar a mirar de frente. Pero ¡Mira cómo estoy tiritando! ¡Da la impresión de que tuviera Parkinson! No puedo...pero quiero hacerlo. Quiero saludarla. Pero no así. Vamos, tengo que calmarme, respirar hondo una y otra vez... Y luego podré acercarme a ella. Pero si le digo "hola, soy el mejor amigo de tu hermana", ¿qué le diré después? "Qué hermosos ojos tienes". No eso no, ni que fuera un conquistador o el degenerado de Charles. "Qué linda eres". Tampoco. Quizás que cosas piense de mí sí me acerco diciéndole eso. Se pondrá en alerta y saldrá corriendo y gritando "¡Un psicópata quiere apoderarse de mí!". ¿Qué otras opciones tengo?... "Madame, hace mucho tiempo que deseo conocerla". ¿Acaso estoy loco? Diablos, se me ocurren puras estupideces. Realmente no sé si me lo estoy tomando en serio".

Miró la colección de libros que tenía frente a sus ojos. Agarró uno al azar. Lo abrió para leer cualquier cosa. Repitió lo mismo tres veces. Cada libro que sacaba lo ponía más ansioso.

"Obvio que me estoy tomando esto en serio. Son solo los nervios que me hacen pensar tantas tonteras. ¡Ya! Llegó el momento. Solo tengo que acercarme a ella y decirle un simple hola, lo demás saldrá solo... ¿Y si se me sale un pedo? ¡No! ¡Como rayos pienso tanta estupidez! Ahora vamos. Saldré con toda mi personalidad de aquí y le diré hola. No pierdo nada. ¡Vamos campeón! ¡Vamos que se puede!"

Salió de su escondite y fue completamente decidido a donde estaba sentada ella. Iba dispuesto a todo. Pero, lamentablemente, Luna ya no estaba. Una expresión de angustia se apoderó de su rostro. Buscó por toda la biblioteca en vano. Frustrado consigo mismo, volvió a su asiento.

"¡Tonto! ¡Tonto! Esto te pasa por pensar mucho las cosas y nunca actuar, Debo pagar las consecuencias. Nunca seré capaz de hablarle. Acéptalo. Soy un cobarde. Llevo un mes y medio viéndola y ni siquiera le he podido hablar por cuenta propia. A la mierda todo".

Volvió a revisar el libro de Biología con el que estudiaba. Movió cada hoja rápidamente buscando algo de interés para leer. Sin embargo, no podía sacar de su cabeza a Luna. Cerró el libro con mucha fuerza, enojado por no poder concentrarse.

"Seguir estudiando aquí, así como me siento, no tiene sentido. Mejor me largo. En treinta minutos más empieza la clase de lenguaje, de seguro que ahí la volveré a ver, pero con tanta persona en la sala no me atreveré a acercarme a ella ¡Ah! ¡Soy un caso perdido!"

Guardó sus cosas en la mochila. No podía creer la oportunidad que había dejado escapar. Resoplaba una y otra vez. Antes de salir de la biblioteca, la alarma comenzó a sonar.

"¡Lo que faltaba, que estos estúpidos aparecieran para que arruinaran mi día! Llevan días sin aparecer y lo hacen ahora. ¡Hijos de puta!"

A regañadientes, fue al lugar en donde se encontraba el Invasor. Nada fuera de lo común, medía tres metros y tenía forma de un gorila. Lo derrotó enseguida. Le llamaba mucho la atención que no hayan vuelto a aparecer los gigantes de más de diez metros y no solo eso, sino que también en el último mes la cantidad de Invasores que aparecían eran demasiado pocos. Lo podía contar con los dedos de una mano. Pero de inmediato dejó de pensar en eso. Luna había estado ocupando un lugar en sus pensamientos y sentimientos. A esta altura, dejar de pensar en ella era una misión casi imposible. Y más ahora, con lo que había sucedido hace poco en la biblioteca.

Mientras veía como el Invasor se desintegraba, una persona delante de él lo miraba. Aquel uniforme del Lyon College, aquella sonrisa, aquellos ojos mirándolo eran únicos y ya los había visto hace unos minutos en la biblioteca. Era ella, Luna. Alex no sabía que creer.




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