Fantasía de un último deseo

El Invasor Gigante

Los profesores del colegio Los Halcones se encontraban en la sala de reuniones. Cada uno revisaba las pruebas de sus materias correspondientes.

―Amudiel, tengo pena ―terminó de revisar la prueba de Max. Tenía todas las respuestas correctas. No dudaba de las capacidades intelectuales de su alumno.

―¿Qué sucede? ―preguntó Araxiel.

―Yuuki y Max han sido muy buenos alumnos. Me han caído muy bien. Hemos sido sus profesores durante toda la secundaria. Les tengo mucho cariño.

―Yo siento lo mismo. ¿Recuerdas la primera vez que los vimos? Fue hace 4 años.

―Desde el primer momento que los vi, noté el gran potencial que tenían. Es una pena que hayan terminado convirtiéndose en Cazadores Espirituales. En unos minutos más estarán muertos. A pesar de todo el aprecio que les tenemos, no podemos permitir que sigan con vida. Pueden terminar interfiriendo en los planes de Balam.

El rugido del Invasor los sobresaltó. Se levantaron de sus asientos para mirar tras la ventana. Quedaron sorprendidos por el tamaño del Invasor.

―Mierda. Creo que exageramos un poco ―Araxiel se llevó ambas manos a la cabeza―. Si esa bestia pierde el control puede destruir la ciudad completa.

―Está bien así. Que empiece el espectáculo. ¿Cómo van a detener algo así? Es imposible. Cazadores Espirituales de Lyon llegó la hora de su muerte.

Luna, Alex y Max salieron a la superficie. Yuuki ya estaba ahí, mirando el cielo con una cara de horror. Todos alzaron la vista. No podían creer lo que veían.

En el firmamento había un agujero más grande que los que habían visto hasta ahora. Comenzó a salir un Invasor, pero era muy distinto a los que han enfrentado. Este era muy grande, mucho más de los que habían aparecido hace más de un mes en la plaza. Cayó de rodillas, justo encima de una de las montañas, destruyéndola por completo. 

La destrucción del cerro causó que centenares de rocas gigantes cayeran sobre las muchas casas rurales del sector, aplastándolas y matando a muchos seres vivos.

En el momento en el que se puso de pie, los Cazadores Espirituales quedaron asombrados de su altura. Medía por lo menos 50 metros. Tenía la forma de un ser humano, de pies a cabeza. Estaba completamente desnudo. Carecía de zona genital.

―¿Cómo se supone que vamos a matar a esa cosa? ―dijo Yuuki temblando. Debido al asombro, había olvidado por completo que quería pelear con Luna.

―Cálmate, Yuuki ―Max se acercó a ella y le tocó los hombros para tranquilizarla. Al ver que no resultaba, la sacudió―. ¡Reacciona!

―Es... es enorme ―Luna también temblaba.

―Da igual que tan alto sea, tenemos que matarlo. Tenemos que proteger a la ciudad ―dijo Alex―. Hay que luchar con todo nuestro poder ―Se acercó a Luna que no paraba de tiritar. Pronto sería presa del pánico. Alex consideró que en esas condiciones no sería capaz de luchar―. Luna, si aún te cuesta pelear, no es necesario que vayas. Puede ser muy peligroso para ti.

―No. Yo también voy. Acepté esto. Quiero proteger a la ciudad.

Alex asintió.

―Yo me adelanto muchachos. No esperaré a que un grupo de tortugas, como lo son ustedes, llegue hasta allá para pasar a la acción ―Max se alejó a toda velocidad. Si se esforzaba lo suficiente sería capaz de llegar en diez minutos donde estaba el Invasor.

―Vamos, muchachas. Mucha gente debe estar en peligro. Hay que salvar a todo el mundo antes de pelear contra esa monstruosidad.

―¿Y Naomi y el Jefe? ―preguntó Yuuki―. Los vamos a necesitar. Solos no vamos a poder.

―Siguen en la casa ―Alex miró en dirección a la entrada del camino subterráneo con la esperanza que salieran―. No podemos esperarlos. Tenemos que marcharnos antes de que la situación se complique.

La distancia de la casa del Jefe a las montañas donde había caído el Invasor gigante, era de cinco kilómetros. Para cortar los tiempos de espera, los Cazadores Espirituales tomaron un bus que cubría esa distancia. Debido a la contingencia, el conductor del bus no los pudo dejar al final del recorrido, por lo que el último kilómetro lo tuvieron que hacer corriendo. En quince minutos llegaron. Un tiempo que se les hizo una eternidad, viendo como el Invasor avanzaba lentamente hacia zonas urbanas.

Max había llegado mucho antes que los demás y ayudó a escapar a las personas que vivían en las montañas y que por suerte lograron sobrevivir. Sus casas quedaron completamente aplastadas en toneladas de piedras, árboles y tierra. Algunos de los sobrevivientes pensaron que un atentado terrorista había causado el derrumbe. Otras creían que un terremoto había azotado a la ciudad.

Lo que impactó a los Cazadores Espirituales fue ver tanta gente muerta. Se escuchaba el ruido de las sirenas de ambulancia, bomberos y policías. La desgracia era inevitable y si no hacían algo, la masacre se iba a extender por toda la ciudad. Cuando ya no había personas más por rescatar, los cuatro entraron en batalla.

―¡No debemos dejar que avance! ―ordenó Max. Estuvo durante varios minutos tratando de distraer al Invasor. Gracias a eso, el enemigo avanzó muy poco.

―¿Cómo? Debes estar loco si crees que seremos capaces de hacer algo ―Yuuki estaba desesperada. Miraba hacia arriba y ni siquiera era capaz de ver la cabeza del Invasor―. ¡Llegó nuestro fin!

―¿Quieres que a tus padres les pase lo mismo que a las personas que vivían aquí? ―le dijo Max.

Yuuki se quedó callada. Su compañero tenía razón.

Max dio su mejor salto con la esperanza de llegar lo suficientemente alto. Su intención era darle un golpe en el abdomen. Pero sus esfuerzos fueron en vano. Ni siquiera alcanzó la rodilla del Invasor. Estuvo a punto de recibir una patada, pero alcanzó a esquivarlo.

―¡Alex! ¡Hagamos la misma de la otra vez! ―Max se refería aquella ocasión en la que unieron fuerzas para derrotar a los Invasores de quince metros.

―Es inútil Max ―Alex frunció el ceño. Considerando la gran altura que tenía el Invasor sabía muy bien que esa técnica no funcionaría―. Incluso si me esfuerzo al máximo, me será imposible llegar al muslo




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