Fantasía de un último deseo

Accidente

Alex asistió al funeral del abuelo de su amigo que se realizó dos días después de su fallecimiento. Estuvo apoyando a su amigo hasta el final. Lamentablemente, luego de ese día, no volvió a reunirse con Nicholas. Fue a verlo al colegio, pero su amigo no estaba acudiendo. La novia de él le dijo que lo estaba pasando muy mal y hace poco había recuperado el apetito. Desde la pérdida de su familiar estaba en control con psiquiatra por una fuerte depresión. Pese a que Ivette le mencionó que Nicholas quería estar solo, Alex fue a visitarlo a su casa en reiteradas ocasiones, pero él nunca le abrió la puerta. A Alex no le quedó más remedio que resignarse.

Diversos motivos le afectaron su vida. El alejamiento de su mejor amigo le afligía. Escuchar cada día como aumentaba el número de muertes debido al Invasor Gigante lo deprimía aún más. Y para rematar sentía que Luna trataba de evitarlo, incluso muchas veces ella le respondía de forma muy cortante.

Debido a todos sus problemas personales su rendimiento en atletismo bajó. En tres meses más tenía la competencia internacional de 5000 metros planos y no se sentía preparado. Y no era capaz de concentrarse cuando estudiaba. Algo le estaba pasando y no sabía exactamente qué era.

Entrenó mucho esos días, pero no lograba ningún avance. Quería desarrollar una nueva técnica, pero le era imposible. En su interior, sentía que su poder ya no tenía mejoras.

La aparición de los Invasores rango cuatro y cinco volvió a la normalidad, por lo que Alex mataba a muchos durante el día. Pero ni eso lo ayudó a mejorar sus habilidades. Estaba estancado completamente. El Jefe le decía constantemente que no se inquietara y que estuviese tranquilo.

―Lo más importante para mejorar tus habilidades es que tu mente y corazón estén en paz ―decía el Jefe una y otra vez.

Iba a visitar a diario al Jefe a ver si tenía información sobre el tipo que había matado al abuelo de su amigo o sobre el sujeto que mandó los mensajes. No había nada nuevo. Eso cada día lo frustraba aún más.

En un día de mediados de junio iba descendiendo por la larga escalera hacia la casa del Jefe. Eran tantas veces por la que había pasado por ahí que se conocía el camino de memoria, incluso aunque estuviese todo a oscuras. Antes usaba el celular para alumbrar el camino, pero ahora no lo necesitaba. ¿Qué le podría pasar?

Descendía lentamente pensando en lo intranquilo que se sentía. Le estaba gustando tanto Luna, pero no encontraba la forma de declararse. Ni siquiera era capaz de tener una conversación normal con ella. El miedo lo frenaba mucho. Además, Luna no daba ni una señal de que sintiera lo mismo. Quería invitarla a salir, pero no era capaz de dar ese gran paso.

―¡Hola! ―dijo una voz que salió sorpresivamente de la oscuridad.

Fue tal el asombro y el susto que le causó, que dio un salto entre los escalones. Cuando aterrizó, trató de mantener el equilibrio, pero se dobló el tobillo y empezó a caer por los peldaños. Y siguió cayendo. Trató de detenerse afirmándose a algo, pero la velocidad a la que estaba rodando le impidió hacerlo. Luego, trató de usar la Defensa Espiritual para no resultar dañado, pero un golpe en la nuca lo dejó semiinconsciente, desactivando su poder. Con cada vuelta, sentía que un hueso se le rompía. Ya cuando llegó a la entrada de la casa del Jefe, el suelo lo detuvo. Estuvo unos minutos tirado boca arriba, preguntándose qué fue lo que le había pasado. ¡¿Cómo era posible que cayera así?!

Trató de mover tanto sus brazos como piernas, pero no pudo hacerlo. No sentía su cuerpo. De hecho, ya en los últimos escalones no había sentido nada, ni dolor alguno.

―¡Ayuda! ―gritó desesperado y al borde del llanto―. ¡Viejo, ven a ayudarme!

La puerta de la casa se mantuvo cerrada. Insistió con los gritos hasta que la puerta se abrió y el jefe se asomó, mirando hacia todas las direcciones, para saber qué estaba sucediendo.

―¿Qué es todo este escándalo? ―preguntó.

―¡Viejo, ayúdame! ¡No puedo moverme!

―¡Alex! ¿Qué fue lo que te pasó? ―dijo el Jefe corriendo hacia él.

Del interior de la casa, salieron los demás Cazadores preguntándose qué era lo que sucedía afuera.

―¡Pero hombre! ¿Cómo es posible esto? ¿Tan idiota eres? ―Max al ver la situación en la que estaba Alex, no pudo evitar reírse.

―¡Cállate, Max! ¡Fue un maldito accidente! Algo me asustó, me tropecé y caí.

Todos los demás lo miraban descojonados.

―¡Ya paren! Por un momento pensé que uno de ustedes había sido el gracioso de la broma. Pero veo que todos ya estaban dentro de la casa. Estoy seguro de que sentí una voz de mujer.

Alex cerró los ojos. Sintió como el dolor le recorría desde la cabeza hasta la punta de los pies.

―Debió haber sido tu imaginación. Hemos estado todo el día entrenando ―dijo Yuuki. Se agachó para ver el cuerpo de Alex. Quedó horrorizada al ver una mancha roja en el pelo de él―. Estás muy mal, Alex. Hay que llevarte al hospital.

―¡Es que mírate! ¡Estás todo doblado! ―Max insistió en mofarse de su amigo.

―¡Cállense y ayúdenme, por favor!

―Luna ―el Jefe había tomado la palabra después de estar observando todos los daños de Alex―. No necesitamos hospital cuando estás tú. Usa tu magia de curación. Te servirá para entrenarla. Te tomará varios minutos porque necesitas reparar muchos tejidos, tanto hueso, músculos, nervios, piel... de todo, y probablemente te quedes sin energía. ¿Puedes hacerlo?

Luna asintió, aunque en el fondo le incomodaba un poco.

―Gracias, Luna ―respondió Alex con una voz muy apagada y con los ojos aún cerrados. El dolor aumentaba con cada respiración.

―Ustedes, vuelvan a entrenar ―dijo el Jefe a Yuuki y a Max

―¿Por qué tengo que ir con el puercoespín? Prefiero ir sola.

―Yo tampoco quiero ir a entrenar con la cabeza de chicle. Además, me encantaría ver cómo Luna cura a este imbécil.




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