Fantasía de un último deseo

Diario de vida IV

¡Al fin lo logré! ¡Hoy hablé con el Jefe!

Después de caminar durante cinco minutos por un largo camino subterráneo, que descendía por unos escalones muy empinados, llegué a la dichosa casa del Jefe. Miré tras una de las ventanas que no tenía cortinas. Estaba solo. Toqué el timbre y un señor de unos 30 años abrió la puerta.

―¿Quién diablos toca el timbre? ―fue lo primero que dijo cuando abrió la entrada de su casa. Al parecer está acostumbrado a que nadie vaya a visitarlo o los que van son tan desubicados que entran sin tocar.

Estaba sorprendido por mi presencia. Al verme puso una cara extraña y me preguntó cómo había llegado ahí.

―Buenas tardes. Disculpe por la interrupción. Soy Cazadora Espiritual de Aurora. Estoy viviendo por unos meses en Lyon y necesito su ayuda con urgencia ―dije. Luego saqué de mi bolso la carta que mi entrenador había escrito para él―. Esta es una carta del encargado de los Cazadores Espirituales de Aurora.

―Vaya, vaya. ¡Qué sorpresa! ―dijo tomando la carta que le estaba pasando. Luego sin ni siquiera leerla, añadió ―Pasa, pasa. Siéntete como en casa.

―Gracias.

Me introduje dentro de su extraña y peculiar vivienda. Por un momento pensé que, de un momento, a otro aparecería el resto del grupo. Me asusté al pensar en tal posibilidad, pero cómo escribí antes, a simple vista el Jefe estaba solo. Me senté en una silla y luego el dueño de la casa me dio un vaso con jugo de naranja.

―Dime, ¿Qué te trae por aquí? ¿En qué necesitas mi ayuda?

―En la carta sale todo.

Me volvió a mirar mientras bebía lo que me había ofrecido. Abrió el sobre y leyó la correspondencia. Fueron unos minutos de silencio bastante incómodos.

―Ya veo ―había terminado de leer. Su expresión era seria y en sus ojos logré ver un poco de temor―. Así que estás buscando a Duriel.

―Así es.

―No es mucha la información que tengo sobre él.

―Pero, por favor, lo que sepa dígamelo.

―Está bien. Efectivamente se encuentra en esta ciudad. Se está haciendo pasar por humano y por eso es casi imposible localizarlo. Estás en una búsqueda muy difícil, muchacha.

―Lo sé. Pero me es urgente encontrarlo.

―¿Quieres matarlo?

―Sí. No diré detalles sobre mi vida, pero me ha hecho cosas muy malas.

―Duriel es muy fuerte. Es un Invasor rango cero.

―Lo sé. Y, aun así, seguiré adelante.

―De todas formas, necesitas un permiso de la Asociación si quieres activar tus poderes en esta ciudad.

―Ese es un problema.

―No te preocupes por eso. Enviaré un comunicado a la Asociación para que tengas el permiso. En unos días más deberías obtenerlo.

―Muchas gracias ―sonreí. Las cosas iban por buen rumbo.

―Volviendo al tema de Duriel, sé dónde está, pero como se está haciendo pasar por un humano no he podido identificar quién es. Hace poco tuve un encuentro con él. Pero lo más probable es que haya cambiado de cuerpo.

―¿Dónde está?

―En la Universidad de Lyon, en la facultad de Medicina.

Quedé un poco sorprendida. He ido muchas veces a ese lugar y no he sentido ningún poder sobrenatural.

―Y al parecer tu entrenador no está al tanto de la regla que protege a Duriel. O sino te habría detenido.

―¿Cómo es eso? ―fruncí el ceño.

―Hay un acuerdo de paz con Duriel emitido desde la mismísima Asociación de Cazadores Espirituales. Él puede vivir tranquilamente en este mundo sin cometer atrocidades y nosotros no podemos ir a matarlo.

―¿Cómo es posible que exista una regla así? ¿Nadie puede matarlo? ―pregunté. Era la primera vez que oía algo así. ¿Desde cuándo Duriel vive protegido en este mundo? Grandísimo hijo de puta.

―No. Mi labor es mantenerlo vigilado. Pero últimamente me ha sido imposible localizarlo. Podría ser cualquier persona, un estudiante, un profesor, alguna autoridad, cualquiera. Como ya debes saber, la tecnología del dispositivo que todos los Cazadores tienen, solo se activa con Invasores rango dos, tres, cuatro o cinco, así que tampoco es posible identificarlo con eso.

―¿Qué puedo hacer? ―me mostré desesperada y molesta. He estado persiguiendo durante mucho tiempo a Duriel. No me voy a rendir acá―. A mí no se me ocurre nada.

―Lo único que podrías hacer por ahora es ir todos los días a la Facultad de Medicina a darte vueltas y vueltas, observando a los demás hasta poder encontrarlo. ¿Ya conoces el sitio, cierto?

―Sí. Si tengo suerte debe estar en la misma forma humana y si es así, debe estar haciéndose pasar por un estudiante ―guardé silencio, tras caer en la cuenta de lo que me había dicho el Jefe anteriormente―. Es verdad. Me dijo que peleó hace poco con él ―suspiré―. Lo conozco lo suficiente. Él nunca se mantiene en un mismo cuerpo. Es como usted dice, ya lo debió haber cambiado tras el combate.

―¿No sabes algo más? Me enfrenté con él cuando apareció el Invasor Gigante. No me dejó ir a pelear.

Negué con la cabeza.

―No sé más que usted. Y yo no creo que haya sido el que lanzó a ese Invasor. Él no actúa así.

―Duriel me dijo lo mismo. Hablaré con uno de los Cazadores para que...

―Espere ―interrumpí. Sabía muy bien lo que quería decirme y no lo iba a aceptar―. No necesito ayuda de los Cazadores Espirituales de este lugar. No es por menospreciarlos, los encuentro muy fuertes, sobre todo al hombre que derrotó con sus puños al Invasor Gigante, pero estoy acostumbrada a hacer las cosas sola. Y encontrar a Duriel es algo que quiero hacer sin que me estén estorbando.




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