Fantasía de un último deseo

Diario de vida VII

El reloj marca las diez de la noche y al fin llegué a mi departamento. Lamentablemente estuve más de la mitad del día inconsciente. 

Creí que había llegado mi hora al tener un pseudo enfrentamiento contra Duriel. Me salvé a duras penas. Sin dudas, su fuerza es incomparable y muy lejos aún de mi alcance. Tengo que seguir entrenando para volverme más fuerte.

Como es costumbre, escribiré todo lo que sucedió. Espero no omitir ningún detalle importante.

Quería ir al Seminario de Investigación donde iba a hablar el Jefe y varios científicos más. Pero, primero que todo, me quedé dormida. Al parecer olvidé poner la alarma del celular. Iba a llegar con casi tres horas de retraso. Y en segundo lugar, cuando iba rumbo a la Facultad un Invasor me impidió el paso. Iba vestido con una túnica negra. Claramente era un Emisario de la Muerte.

Como bien dijo el Jefe sobre el dispositivo que portamos los Cazadores, no se activó ante la presencia del Invasor por lo que cualquier persona me podría ver luchar contra algo aparentemente invisible. Tenía que actuar con cuidado si es que no quería llamar la atención.

El aspecto del Invasor era antropomorfo, pudiéndose confundir con cualquier ser humano. ¿Estará ocupando un cuerpo como reservorio?  Es algo que quería averiguar.  

La Energía Espiritual que irradiaba era muy intensa, destacándose por sobre otros enemigos a los que me haya enfrentado anteriormente.

―Creí que no vendrían a por mí.

―Yo no estoy en el mismo grupo de Emisarios de la Muerte. Trabajo para mi amo. Me dijo que tenía que detenerte para que no sigas sus pasos.

―Si tu amo se llama Duriel, deberías decirle que muestre la cara para terminar este jueguito del gato y el ratón.

―No lo hará, se está divirtiendo con tu presencia. ¿Cuántas muertes más permitirás? Ya debes estar al tanto de que mientras más te demores, más humanos perecerán.

―Lo encontraré. Tú me llevarás ante él.

―No dejaré que toques a mi amo.

Lo sabía muy bien. Estos Invasores no entienden con palabras. La única forma es enterrándole mi espada, que en ese momento la empuñaba firmemente en mi mano derecha.

―Así que crees que puedes derrotarme. ¡Qué pena por ti! Mi amo me ha mandado a matarte.

―Te equivocas, Duriel te envió para hacerte desaparecer. También eres parte de su juego.

Se abalanzó sobre mí intentando agarrarme el cuello con la mano, pero alcancé a defenderme con mi arma.

―Tienes una espada interesante, pequeña. ¿Dónde la conseguiste?

Esas palabras fueron su perdición. No me gusta que me digan "pequeña".

Al ver lo fuerte de mi espada, no volvió a atacarme cuerpo a cuerpo. Esta vez tomó distancia. No sabía que pretendía hacer, por lo que me mantuve alerta, esperando el momento oportuno para realizar un ataque mortal. Podría haberlo acabado con facilidad, pero quería saber sus habilidades.

―Con esto, romperé el acero de tu querida espada.

Algo debajo de su túnica negra había explotado, debido a que se escuchó un sonido muy fuerte. Y casi al instante, sentí como mi brazo derecho perdía el control de mi arma, tirándola al suelo.

En ese momento estaba asombrada. Algo me había lanzado a una velocidad inverosímil.

Nuevamente sentí el estruendo provenir de su vestimenta. Esta vez, utilicé el hechizo Piel de acero. La protección invisible que tenía delante de mí repelió todos sus ataques incesantes. Ahí fue cuando logré apreciar con qué mierda me estaba atacando.

Era una maldita pistola. Las balas desaparecían tras impactar, por lo que concluí que eran de Energía Espiritual.

―Sin tu espada no podrás hacerme nada. Te mantendré a distancia. Mis balas son infinitas.

Suspiré mientras seguía defendiéndome con mi hechizo. Hace tiempo que no peleaba con un rango tan alto. Había olvidado que fueran tan parlanchines.

Y aún seguía bastante enojada por haberme insultado. ¿Hay algún problema con que mi estatura sea menor a un metro sesenta?

En lo que estaba completamente equivocado era en mi estilo de combate. Probablemente Duriel no le había mencionado nada al respecto, lo que me deja más claro que simplemente lo envió para que lo matara. ¿Hasta cuándo seguirá jugando conmigo?

Manteniendo siempre la misma distancia de unos setenta metros, y ya acostumbrada a su patrón de ataque, incineré cada una de sus balas. Sin darle tiempo para una expresión de sorpresa, arrojé rápidamente una lanza de hielo directa a su corazón, pero lamentablemente reaccionó a tiempo, por lo que solo le atravesé el hombro derecho con mi ataque.

―Mi especialidad son los ataques mágicos a distancia. Pero si quieres tener una pelea a corto alcance, con gusto te la daré ―había recogido mi espada del suelo. Me sentí aliviada al ver que estaba intacta a pesar de haber recibido el impacto de una bala.

―No seas tan engreída ―alzó su pistola hacía mí, a la altura de mi cabeza. La lanza de hielo seguía incrustada en su hombro, haciendo los efectos deseados. Casi toda su extremidad estaba congelada. Seguir con esta pelea era inútil―. Estás acabada...

¡Qué sujeto más pesado! Me gustaba más cuando los Invasores no hablaban. Continuando con mi tortura y mis deseos de que se quedara callado en algún momento, conjuré otro hechizo mágico. Electro, lo que causó que todo su cuerpo fuera impactado por una descarga eléctrica.

―Eres una molestia... por tu culpa voy atrasada al seminario.

―Siempre serás una enana...

Una cantidad considerable de cuerpos putrefactos se alzaron debajo de mí. Si el Jefe no me hubiese mencionado las habilidades de estos sujetos, probablemente me hubiese quedado muy sorprendida y hasta quizás habría perdido la pelea. Sin embargo, ya conocía muy bien esa técnica.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.