Fantasía de un último deseo

Los dos profesores

A causa de la desesperación por sentirse descubierto, Amudiel se vio en la necesidad de combatir. Aquel Cazador Espiritual había logrado dar con su paradero liberando parte de su poder. Preso del pánico, solo pudo observar de pie desde la ventana de la sala de computación cómo su verdadera identidad era revelada. Sentía fluir su Energía Espiritual libremente a causa de los Cazadores.

Todo estaba sucediendo tan rápido que no podía creer que los hechos que veía fuesen verdad. Hace apenas dos horas atrás estaba muy contento dando su cátedra de biología. ¿Por qué estaba sucediendo todo esto? ¿Acaso era algún castigo de los dioses de Inframundo por llevar una vida humana?

Con un odio acumulándose en su interior, empezó a concentrar una cantidad descabellada de Energía Espiritual en la palma de su mano. Lo único que deseaba era matarlos a todos junto a sí mismo, antes de que todo se saliera de control.

Un suicidio digno era mejor que cualquier muerte dolorosa.

Araxiel solo podía correr por el pasillo hacia la salida trasera del colegio. Debido a la vida pacífica que había estado llevando, descuidó por completo su estado físico a favor de los placeres de la vida humana. Su abdomen era una concentración de grasa abundante producto del alcohol y la comida chatarra que consumía a diario. Apenas podía correr y al hacerlo sentía que le faltaba el aire. El cuerpo humano era muy enfermizo y delicado ante los cambios bruscos. Aun así logró sobrevivir durante años con el mismo reservorio gracias a las píldoras de Duriel.

En su agotadora huida, aún no podía creer lo que estaba sucediendo.

Insistió persistentemente a su amigo que escapara, pero él se quedó inmovilizado ante los hechos.

¿Todo era culpa de Balam? Aún no lo sabía, pero todo apuntaba a que sí.

No podía creer que perdería todo lo que había construido durante veinte largos años. Claro, el Rey de Inframundo lo había enviado a aquel planeta para controlar el flujo de las bestias, pero nunca pensó que quedaría encantado con la cotidianidad humana.

Ocupando el cuerpo de un profesor principiante, ayudó a fundar el colegio Los Halcones. En aquellos años era un recinto pequeño, solo para apenas cien alumnos. Con el correr de los años fue mejorando lo suficiente para convertirse en el mejor colegio de Lyon, con una capacidad de más de tres mil estudiantes.

El ave que había ayudado a incubar logró convertirse en un halcón, emprendiendo un vuelo majestuoso por los aires, alzándose como el más grande.

Aquel colegio, un hijo para él, estaba siendo destruido frente a sus ojos por culpa de los Cazadores Espirituales.

La bola de Energía Espiritual se llevó consigo la totalidad de la sala de computación y más de la mitad de los profesores acabaron muertos. Afortunadamente, la mayoría de los alumnos estaban distribuidos en los patios de recreación y en el comedor, por lo que los jóvenes fallecidos eran contados con los dedos de una mano. Eso sí, la cantidad de heridos era desorbitada. El caos reinó en el colegio con el mayor atentado que ocurría en su larga historia.

El fuego que se había iniciado en la sala de computación pronto se propagó por el resto del edificio anexo. En solo unos segundos, la totalidad de las instalaciones estaban en llamas, amenazando con expandirse al edificio central y al comedor.

Para su pesar, Amudiel logró sobrevivir con severas heridas en todo el cuerpo. Había perdido la totalidad del brazo derecho, pero en ese momento no le importaba ni le dolía en lo más mínimo. Su suicidio había resultado en un rotundo fracaso, por lo que decidió huir del lugar para poder alcanzar a su amigo que ya estaba por abandonar el colegio.

Muy pronto el lugar donde había trabajado por tantos años acabaría incinerado por las llamas.

Un fuego infernal desatado por la presencia de los Cazadores Espirituales. Amudiel no tenía dudas de que todo había sido culpa de ellos, a pesar de haber sido el autor de tal desgracia.

Aunque había alcanzado a oír la advertencia de Alex, Max no consiguió esquivar por completo el ataque, resultando con la mitad del cuerpo quemado. Cuando apreció la bola de Energía Espiritual frente a sus ojos escapó usando la teletransportación y así evitar morir producto de ella.

Hizo todo lo posible por correr tras el profesor que escapaba. Sin embargo, estaba a punto de perder el conocimiento.

Lo que más ansiaba era lograr entrar en la Fase Límite y superar todo el dolor que lo tenía prácticamente inmovilizado en el suelo. Pero no pudo por lo conmocionado que estaba. ¡Uno de sus profesores más queridos era un Invasor!

Max ya lo sabía. Inconscientemente estaba enterado que aquel profesor no era alguien normal. Hace un tiempo, cuando aún era un inexperto con su habilidad de Percepción Espiritual había sentido fluir una extraña energía alrededor del profesor de biología. Más nunca averiguó de qué se trataba y no le prestó mayor atención. Un error que ahora cientos de personas podrían pagar con sus vidas.

Observar el caos desatado en el colegio frente a sus propios ojos, dejó a los Cazadores por unos segundos paralizados, sin saber qué hacer. Se miraban entre ellos preguntándose en su interior si acaso lo que estaba sucediendo era culpa de ellos.

Las consecutivas explosiones de las salas aledañas al salón donde había surgido todo, despabiló a Alex de su sorpresa. El Jefe lo había dejado de líder y tenía que responder como tal ante la emergencia que estaba estallando.

―¡Luna! ―gritó, tratando de encontrar la tranquilidad para tomar buenas decisiones en aquel instante tan crucial.

Ella lo miró fijamente. Como si estuvieran conectados telepáticamente, solo asintió para ir corriendo tras él mientras buscaban a Max.

―¡Yuuki, Axel! ―los fuertes alaridos de Alex retumbaban en todo el colegio―. ¡No permitan que el fuego llegue hasta el otro edificio!




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.