Fantasía de un último deseo ll

Preludio de un combate

Luna seguía sentada con la cabeza apoyada en el pequeño escritorio. Miraba constantemente la puerta que conducía al baño, preguntándose cuánto tiempo más demoraría Stella en bañarse. Ya llevaba treinta minutos y no había señales de que fuera a acabar pronto.

No le preocupaba el hecho de que pudiese estar intentando huir. El baño de su habitación contaba con solo una pequeña ventana y estaba reforzada con Energía Espiritual. Por muy fuerte que sea Stella sus oportunidades de escapar eran nulas y más si había bloqueado todo su poder.

¡Cómo deseaba ver a su hijo! Tenía curiosidad por saber cuánto había crecido en las dos semanas que se mantuvo fuera de la ciudad. Pese a sus deseos maternales, prefería lidiar pronto con el asunto de Stella y no alargarlo más de lo necesario.

Se levantó con pereza, estirando el cuerpo para calmar el dolor de sus músculos. Atravesó la habitación para posicionarse frente al enorme cristal que le permitía admirar toda la ciudad y la inmensidad del cielo rojizo. La grieta que se extendía rápidamente hacia el este le preocupaba cada día más. ¿Cuánto tiempo faltaba para que su nuevo hogar se destruyera? No tenía ni la menor idea. Ni siquiera los conocimientos de sus espíritus de Invocación le señalaban con claridad cuándo llegaría el fatídico momento. Se sentía impotente de no haber encontrado una solución a tiempo y que lo único que podría salvarlos era conquistando otros planetas.

Cerró los ojos para sentir cómo la Energía Espiritual fluía por todo su cuerpo. Era increíble y difícil de explicar. Hace poco, había adquirido todos los espíritus de Invocación que residían en aquel planeta. Aún se sentía muy extraña. Abrahel le había mencionado que era debido a la falta de costumbre, pero sentía que era algo más. Por alguna extraña razón, algo le faltaba. ¿Acaso era por sus constantes recuerdos y sueños donde estaban presentes Alex y los demás? No lo sabía con exactitud, pero tampoco le quiso dar importancia.

―También necesito limpiarme―expresó mirando la suciedad de su traje negro. Por un momento pensó que una ducha le quitaría lo extraña que se sentía.

Volvió a abrir los ojos para mirar mucho más allá de la ciudad. Podía contemplar el desierto rojo que se extendía por kilómetros en el horizonte sin un fin visible. Solo mirarlo la fatigaba, después de estar días enteros recorriéndolo sin descanso.

Luego de ser convertida en Invasora y presentarse ante los ciudadanos, emprendió rumbo hacia el noreste, caminando por casi dos días. Su intensa Energía Espiritual la protegía de las inclemencias del tiempo; continuamente caían meteoritos, la temperatura ambiental superaba con creces a las de la Tierra y aunque era Invasora y llevara meses viviendo... aun le costaba acostumbrarse. Una bestia gigante con forma de gusano trató de engullirla, e incluso una tormenta de arena trató de impedir su avance. Sin embargo, salió totalmente ilesa.

Al encontrar un enorme santuario, escondido tras las Montañas de la Desolación, sabía que ya había llegado a su primer destino. Estaba protegido por un denso campo de Energía Espiritual que impedía el ingreso de cualquier ser.

Suspiró por el agotamiento. Las gotas de sudor resbalaban por su frente. No estaba acostumbrada a hacer tanto ejercicio físico y el subir pendientes tan empinadas le había quitado todas sus energías. Necesitaba descansar, pero decidió seguir adelante. No pudo evitar pensar en Alex y lo mucho que le gustaba correr en las montañas. Se preguntó cómo lo hacía para resistir con tanta facilidad.

El escudo invisible se desvaneció con tan solo tocarlo con la mano y pudo entrar sin inconvenientes. Avanzó segura por la oscuridad que ni siquiera le dejaba ver su propio cuerpo. Aquello le hizo recordar el día que fue con sus amigos al Hospital Militar para investigar sobre los Emisarios de la Muerte. Los echaba de menos a cada uno de ellos, sobre todo a Alex. Sin embargo, ya tenía preparado el siguiente encuentro que esperaba fuese el último. No tenía miedo de ensuciar sus manos con la sangre de sus amigos. Por el bien de su nueva especie y familia, movida por sus instintos de supervivencia, debía eliminar a todos los Cazadores Espirituales.

Había cambiado mucho en menos de un año. Ya no era la misma niña que se asustaba por unos simples muertos vivientes mezclado con la oscuridad y el caos reinante del hospital. Ahora mismo sentía que era una sola con las tinieblas de su propio corazón.

Al llegar al final del santuario podía sentir un poder cada vez más intenso. Por lo mismo, usó magia ígnea en su dedo índice, levantándolo para intentar visualizar algo. Lo que vio delante no le sorprendió en lo más mínimo. Era lo que tanto estaba buscando. Un enorme caballo blanco dormía plácidamente bajo los pies de un corpulento hombre con armadura negra que estaba sentado afirmando con su mano izquierda una filosa y larga lanza.

―Hace muchos años atrás ―dijo aquel ser levantándose lentamente. Al estar de pie, triplicaba la altura de la Invocadora. No se separaba en ningún momento de su arma, sujetándola firmemente―, fui desterrado de mi planeta para vivir la eternidad en este mundo. Fue mi condena por todas las atrocidades que cometí... Sin embargo, solo había una forma de ser libre de este tormento. Ofrecerle mi poder a la persona que guiaría mi camino y mi salvación. Por lo que veo y siento, eres tú... La Gran Invocadora. Yo soy Odín, Dios de la guerra y la Muerte.

―Necesito de tu fuerza y espíritu ―expresó Luna manteniéndose firme ante el hombre. Pese a su tamaño, no se sentía intimidada.

―Gran Invocadora... ―empezó a caminar mientras su caballo se movía para dejarlo pasar. Al estar frente a Luna, se arrodilló e inclinó la cabeza―. Aquí lo tienes. Llámame cuando lo necesites. Acabaré con todos tus enemigos blandiendo mi lanza con rapidez y furia. Nada quedará con vida a mi paso, mientras tu voluntad así lo pida.

Luna apagó la llama de su dedo para que la oscuridad volviera a engullirla. Con la misma mano tocó el hombro de Odín. Él y su caballo empezaron a desaparecer al mismo tiempo que toda su Energía Espiritual ingresaba al cuerpo de ella. Apenas podía sostenerse en pie y a pesar de todos sus esfuerzos por mantenerse erguida, cayó al suelo inconsciente durante horas. Cuando logró recuperarse no perdió el tiempo y se puso en marcha hacia al sur. Sentía el cuerpo muy extraño con cada paso. Pese a su tenacidad, tardó casi una semana en llegar a la meseta de las Colinas de la Muerte.



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En el texto hay: extraterrestres, superpoderes, romance accion aventura

Editado: 09.07.2022

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