Fantasía de un último deseo ll

Reunión de líderes

De un momento a otro estaba en el extremo opuesto de Aurora, en el sector de la ciudad que seguía a salvo... pero no sabía por cuánto tiempo más. Las calles estaban desiertas debido a que toda actividad había sido suspendida para que la gente estuviera resguardada en sus hogares. La única protección la daban los militares, que eran los únicos autorizados para estar en la calle, a parte de los Cazadores Espirituales. Incluso los medios de comunicación que mantenían informados a la población acerca de los hechos que estaban ocurriendo tenían prohibido su funcionamiento hasta que la emergencia pasara.

Delante tenía un barrio residencial conformado por glamorosos departamentos. La gente estaba asomada a la ventana mirando hacia ellos. Los notaba temerosos por lo que podría suceder en las siguientes horas y podía notar las dudas que sembraba en las personas al no comprender por qué transitaban por las calles sin llevar ninguna vestimenta de soldado. Se esforzaban en mantener sus vidas con normalidad, pero estando encerrados era una tarea muy complicada.

―Los militares no serán capaces de proteger a nadie. Lo sabes muy bien. ¿Qué intentan aparentar? Además, manteniendo a las personas contenidas solo ayudará a que los Invasores los maten con más rapidez ―dijo el Jefe tras echar un rápido vistazo. A pesar de su negativa, comprendía las razones. La humanidad no estaba enterada sobre los extraterrestres que atacaron y no tenía idea del impacto que podría tener si se revelaba aquella información. Era solo cerrar los ojos para imaginar los efectos negativos que podría generar y que terminaría causando el fin de la especie.

Robert ignoró al Jefe. No tenía necesidad de entrar en un conflicto. Giró para ver a todos los Cazadores Espirituales que iban detrás de él y pertenecían a Sirius. Con solo un asentimiento de cabeza todos se dispersaron por la ciudad con el objetivo de protegerla. Una acción que él mismo había ordenado, absurda e innecesaria. Sabía que los Invasores no volverían a atacar aquella ciudad, pero lo importante era mostrar la preocupación adecuada para no levantar sospechas.

La vista del Jefe seguía clavada en la ciudad. Se respiraba una sensación extraña. Podía sentir la guerra como un tenebroso escalofrío. Una guerra contra los Invasores. Desde hace muchísimo tiempo que no veía algo así.

Siguió al Vicepresidente al interior de un enorme rascacielos, el más grande de la ciudad. Jamás habían tenido una reunión en ese lugar y se preguntó a quién le pertenecía.

Se sorprendió ver que todos los empleadores trataban con respeto y admiración a Robert. El solo ver como caminaba con el mentón levemente elevado y una sonrisa burlesca, le causaba total repulsión. Viera por donde lo viera, Robert se creía el rey del mundo.

―Fuiste demasiado duro con Alex ―dijo el Jefe al ver que su acompañante no decía palabra alguna. Tampoco deseaba hablar, pero el silencio y el estar rodeado de lujosos adornos lo ponía muy incómodo.

―No me importa si lo dañé o si lo dejé llorando en las ruinas. Es un Cazador Espiritual, no puede seguir tan perdido por la vida. Merece que alguien lo haga entrar en razón con una buena paliza.

En cierta parte, tenía razón. Por lo mismo el Jefe ya estaba evaluando que Alex se sometiera a un duro entrenamiento junto a Yuuki y Max. Era partidario de que este último tuviese su tan ansiada revancha, e incluso que Yuuki estuviese involucrada para complicar aún más la batalla. Era la hora de que demostraran el por qué son Cazadores Espirituales con más experiencia que Alex. Se preguntaba si sería capaz de dejarse vencer tan fácilmente en un combate de ese estilo. Una desventaja numérica era un gran desafío para hacer que reaccionara y mejorara.

Tras recorrer un largo pasillo que llevaba hasta el centro del edificio, subieron a un amplio ascensor rumbo al último piso.

―Somos pocos, pero con nosotros basta para tomar decisiones de lo siguiente que haremos. Aunque me habría gustado que hubiesen estado todos los encargados ―exclamó Robert cuando abrió la puerta de la única habitación de aquel nivel.

Una sala que encandiló al Jefe por el brillo que emanaba. Todo lo que contenía era oro puro, desde las paredes hasta la mesa rectangular decorada con flores artificiales del mismo material. Solo estaban tres personas sentadas impacientemente, vestidos con trajes negros muy elegantes como si se tratara de una reunión de altos ejecutivos. El Jefe era el único informal, vestido con las prendas veraniegas que siempre usaba.

―Ya era hora ―dijo el único hombre sentado alrededor de la mesa. No dejaba de lanzar miradas al Jefe contrayendo cada músculo facial. El odio que le tenía era indescriptible.

―Como ya les dije antes de ir a buscar al Jefe, seremos los únicos presentes ―pronunció Robert sentándose en la silla de cabecera.

Absorto en sus pensamientos, el Jefe estaba mirando la ciudad sobre la única ventana que había en la habitación. Lo que llamaba su atención era el inmenso mar que se extendía hacia el oeste. Las famosas playas eran el principal atractivo turístico que ofrecía la ciudad. Las personas adineradas, los grandes negocios y los lugares más famosos estaban a salvo.

―Algo que me está molestando es el hecho de que los Invasores atacaron solo el sector pobre de la ciudad. La otra parte, donde está la gente rica y más poderosa, no se ha tocado en lo más mínimo ―expresó el Jefe con muchas dudas. El detalle del cual se había dado cuenta era algo muy importante a considerar. ¿Desde cuándo los Invasores se preocupaban por elegir a quién exactamente matar y a quién no? Se preguntó. Seguían ocurriendo sucesos que por ahora no lograba explicar.

―Es un buen detalle, Jefe. Siéntate para que podamos discutir todos los asuntos correspondientes

El Jefe aceptó a regañadientes, mientras seguía contemplando la ciudad, sospechando que algo muy turbio estaba ocurriendo que iba mucho más allá de un simple ataque.



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En el texto hay: extraterrestres, superpoderes, romance accion aventura

Editado: 09.07.2022

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