Farsa de amor

El comienzo

El ómnibus avanzaba por la ruta, el sol se ocultaba en el horizonte, manchando el cielo de naranja y despidiéndose del verano.

En el asiento de al lado, Lara roncaba bajito, con la cabeza apoyada en su mochila.

Cerré los ojos por un segundo. Estaba regresando por fin a Montevideo, a la universidad, a todo lo que había intentado olvidar en el verano.

Todo... incluyéndolo a él.

—¿Estás lista para verlo? —murmuró mi prima, sin abrir los ojos—. Sabés que los chicos van a estar esperándonos en la terminal.

Mi corazón martilló en mi pecho.

—Estoy lista para todo —mentí.

—Pff, vas a tener que mejorar tu habilidad para mentir si querés que todos piensen que nada pasó entre ustedes dos —se acomodó la mochila más abajo de su hombro y por fin me miró a los ojos—. Sabés que se van a dar cuenta enseguida si no mantenés una conversación normal.

¿Por qué todo tenía que terminar siendo tan complicado? Tener que mantener una apariencia con todos los demás por algo que había sucedido con Mike... como si no fuera suficientemente incómodo todo lo que ya había pasado.

Incómodo y humillante.

—Debería haber mantenido la boca cerrada, pero Lisa siempre fue una desgraciada conmigo.

—Uy, ¿con esa boca besás a tu madre? —se rió y volvió a cerrar los ojos.

El paisaje cambió de repente: dejamos de ver el hermoso campo y los edificios empezaron a asomarse a medida que nos incorporábamos a la ciudad.

Mi ansiedad crecía cada minuto, revolviéndome incómoda en el asiento.

Cuando el ómnibus dobló en el semáforo, dejándome ver la terminal, me empezaron a sudar las manos.

Lara se desperezó justo cuando el ómnibus frenó suavemente en su andén correspondiente. La gente empezó a pararse, alcanzando sus bolsos para por fin bajar.

—Vamos, drama queen —bostezó Lara mientras se paraba—. A poner cara de "nunca pasó nada".

Recogí mi mochila de debajo del asiento y me paré rápido, antes de que Lara bajara sin esperarme.

Cruzamos las puertas y el sonido del shopping llenó mis oídos.

—Los chicos dijeron que nos esperaban frente a la agencia —dijo Lara, guiándonos entre la multitud. Para ser las ocho de la noche, el lugar estaba abarrotado.

A lo lejos, un feliz Zack vino corriendo a saludarnos, abrazándonos como siempre le gustaba hacer.

—¿Cómo están mi par de chicas favoritas? Apuesto a que me extrañaron todo el verano —dijo Zack, revolviendo mi pelo mientras nos ayudaba con las maletas.

—Por favor, tu trasero nos extrañó más a nosotras que nosotras a vos —se rió Lara, golpeándole el brazo.

Me reí con ellos y aparté la mirada.

Mica nos esperaba sentada, saludando con una sonrisa. A su lado, Lucas, con el brazo alrededor de ella, se levantó al vernos.

Diego se acercó enseguida... y detrás de él, lo vi.

Mike.

Apoyado en una columna, con los brazos cruzados. Mismos pantalones cargo. Mismo buzo de Nirvana.

Mis ojos se encontraron con los suyos y, al instante, se separó del grupo con una sonrisa.

Caminó hacia mí como si nada hubiera pasado. Como si fuéramos los mismos de siempre.

Extendió los brazos para abrazarme, como siempre hacía.

Por instinto, di un paso atrás.

Me detuve a medio movimiento.

No hagas una escena. No ahora.

Me dejé abrazar.

Su olor me embriagó, trayendo todos los recuerdos que tanto había intentado enterrar.

Se separó, aún sonriendo.

—Creo que nunca habíamos estado tanto tiempo sin abrazarnos —me revolvió el pelo con su mano derecha.

A diferencia de Zack, me recorrió un escalofrío por la columna vertebral cuando él lo hizo.

Con Zack era distinto. Con él, podía bromear, ser yo misma.

Con Mike... me sentía dura. Incómoda. Plantada en el suelo.

—Supongo que no —respondí, sintiéndome rígida.

Me revolví incómoda. Tenía los nervios a flor de piel, sin saber cómo comportarme. Si era demasiado esquiva, todos iban a notar que algo había pasado. Pero si era demasiado abierta...

No creía que mi corazón pudiera soportarlo.

Me quedé quieta, incómoda, mientras Mike seguía sonriendo y mirándome.

Alguien se aclaró la garganta.

—Mike, movete, así puedo abrazar a Charlotte —dijo Diego, empujándolo del hombro y envolviéndome con fuerza.

Era como una estufa humana. En invierno se agradecía. En verano, no tanto.

—¡Dios, apestás, Diego! Sabés que no me gustan tus abrazos... a menos que sea julio —me reí, empujándolo apenas.

Lucas y Mica se acercaron enseguida. Me abrazaron y me dieron la bienvenida.

—Espero que tengan hambre —dijo Lucas, tomando la mano de Mica—. Pensábamos subir a la plaza de comida y cenar algo rico. Ya saben, algo que no termine quemado esta vez.

—Muero de ganas de algo bien grasoso. Hoy pienso romper mi dieta —Lara se rió.

—Uy, yo tengo ganas de unas ricas pizzas de Sbarro —sugerí—. Aunque, primero, preferiría dejar las maletas en el auto y usar un baño... incluso si es el de la terminal.

—Qué tal si Diego y Mike nos consiguen una mesa lo suficientemente grande para que entremos todos, y los demás vamos al auto a dejar las cosas —propuso Mica.

—Muy bien, nosotros conseguimos la mesa y los esperamos. Pero si demoran más de diez minutos, elegimos sin ustedes —dijo Mike, riendo.

Me guiñó un ojo antes de darse la vuelta y subir con Diego por las escaleras mecánicas.

Ojalá ese guiño no me afectara.

Iba a ser la cena más larga de mi vida.

La plaza de comidas estaba a rebosar, como si todos en la ciudad hubieran decidido cenar ahí esa noche. El aire estaba lleno de olor a hamburguesas, papas fritas de McDonald's y pizza recién hecha. El ruido era un murmullo constante de charlas, risas y bandejas golpeando contra los contenedores de basura.

Encontramos a Mike y Diego en el segundo piso, sentados en una mesa larga, estratégicamente ubicada contra la pared. Diego ya tenía una bandeja de papas fritas delante; Mike estaba recostado hacia atrás en la silla, revisando su celular con una media sonrisa que amaba y odiaba al mismo tiempo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.