Fave | En manos de un psicópata

Capítulo 37

No le importó saber más en ese momento, solo correr detrás de la ambulancia y esperar por horas sentado en la sala de espera moviéndose de un lado a otro. Solo, completamente solo. A su costado solo está su asistente pero guarda silencio sin decir nada.

Antonio comienza a darse cuenta que la única persona que evitaba que volviera a sentirse tan solo como cuando era niño, es la mujer que ahora se debate entre la vida y la muerte. Y todo por su culpa, debió anticipar lo que podría pasar, no tuvo cuidado, no la protegió. Hasta ahora había sido capaz de hacer todo lo que se había propuesto, sin embargo, nunca pensó que la vida podía ser tan frágil y engañosa para hacerlo ver que al final no era más que un simple ser humano que se creía invencible. 

¿Qué hará si pierde para siempre a su pequeña rata enjaulada?

Sus manos tiemblan, su camisa está desabrochada, ni siquiera piensa en donde dejó la corbata que llevaba horas antes. Luce despeinado y ojeroso, después de horas sin recibir noticias. En un estado en que su asistente, quien se acercó a ofrecerle un café, jamás lo hubiera visto.

—Encárgate de hacer que esa infeliz pague por todo y averigua de donde sacó esa arma —habló apretando los dientes rechazando el café.

—Señor ¿Cree que el arma no era de ella? —le preguntó el otro hombre, confundido.

—No lo sé —respondió con sinceridad haciendo que sus piernas temblaran como si no tolerara esperar sentado—, pero haré que todos los involucrados en esto paguen con su vida, se hundirán en la miseria...


En eso el doctor apareció frente a ellos y Antonio se levantó de inmediato de su asiento, ansioso por saber sobre la condición de Susana.

—Las balas fueron retiradas con éxito —le dijo el hombre mayor con seriedad—. Tuvimos que extraer al bebé de su vientre, es pequeño pero está sano y...

—¿Cómo está ella? —lo interrumpió impaciente.

El doctor lo contempló unos momentos antes de responder.

—Debería despertar en unos días, perdió mucha sangre, afortunadamente no hubo órganos dañados aunque sí mucho daño en los tejidos. Sigue en condición critica por ahora.

Antonio arrugó el ceño, la situación es grave, pese al intento del médico de intentar sonar menos trágico de lo que realmente es.

—¿Desea ver al niño? —le preguntó hablando del bebé.

—No —respondió secamente.

Hubo un silencio incomodo. El doctor no quiso insistir. Antonio no quiso ver a su hijo, porque siente que al verlo es aceptar que Susana no estará con ellos. No ve un futuro en donde no esté su esposa. 

Laura observó lánguidamente la triste expresión de su viejo padre. No hubo palabras entre padre e hija, no hubo consuelo para ella ni promesas de sacarla de ahí. Se quedó esperando y solo recibió silencio.

—Padre... —masculló dolida sintiendo escalofríos de imaginarse una vida encerrada en prisión.

—Haremos lo posible para que tengas que pagar tu condena en un hospital psiquiátrico —musitó el hombre llevándose las manos al rostro. Nunca se imaginó que un día terminaría su única hija de esta forma.

Debió escuchar las alertas, haberla llevado con un médico ante los problemas mentales que comenzaba a mostrar. No lo hizo, quiso protegerla y falló.

—¿De qué me hablas? ¡Soy la victima en todo esto! —gritó golpeando la mesa.

El hombre mayor solo la contempló con tristeza antes de colocarse de pie.

—Cuídate hija, no volveré a visitarte —señaló ante la sorpresa de la joven mujer.

Adelantó sus pasos a la vez que la puerta se abrió y un hombre de fría expresión entraba al mismo tiempo. Su padre no mostró sorpresa y se dio cuenta que ya sabía que Antonio Fave vendría a verla.

Laura sonrió aliviada, creyendo en su mundo de fantasías que el hombre que la amaba vendría a su rescate. Más ante la fría mirada de Antonio su sonrisa se esfumó. Aquel cruzó las piernas y se quedó contemplándola con frialdad, intimidándola. Sintió su cuerpo temblar al darse cuenta que si estuvieran solos sería capaz de matarla.

—Antonio, yo lo hice para...

—¿Quién te dio el arma? —la interrumpió con tono seco.

Pestañeó confundida. No pensaba que vendría a preguntarle eso. La verdad es que no tiene respuesta. La policía le ha preguntado lo mismo una y otra vez.

—No lo sé —balbuceó descolocada—, no lo recuerdo y...

No terminó su frase cuando Antonio le azotó la cabeza contra la mesa. Aturdida y espantada ante la violencia de quien pensaba era el hombre ideal no supo como reaccionar, más cuando los gendarme hicieron vista gorda de lo que está pasando.

—¿Ahora puedes recordarlo? —le susurró al oído.

—Cabellos oscuros, ojos marrones, un hombre de mediana edad... no sé quien podría ser, no me dijo su nombre y nada —respondió llevándose la mano a su rota nariz.

El hombre la contempló con indiferencia.

—¿Te dijo que mataras a Susana? —le preguntó y notó como las piernas de Susana temblaron ante está pregunta.

Demoró en responder, como si temiera decir la verdad.

—No... —dijo finalmente tragando saliva—. Me dijo que debía matar a Antonio por su traición, la idea de matar a esa mujer fue... mía.

La feroz mirada que le dio el hombre en ese momento la hizo colocarse de pie de inmediato y retroceder golpeando la puerta para salir de esa sala. Es evidente que al escuchar su confesión la expresión de Antonio es como la de alguien que acaba de perder la cordura y solo quiere aplastar la vida de quien tiene en frente suyo.

No hubo más palabras y salió de ahí dejando a la mujer aterrada sentada en el piso, a futuro no podría volver a dormir sin tener pesadillas de ver a ese hombre perseguirla cada noche, en medio de la oscuridad, con la intención de torturarla.

La información obtenida no sirvió de mucho. La descripción que dio Laura de ese hombre es tan general que más del 70% de los invitados de esa noche caen dentro de esa categoría.




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