Favores En San ValentÍn . Relato

2.  UN FAVOR INESPERADO

La brisa del amanecer acariciaba las cortinas de la cabaña, filtrándose suavemente y llevando consigo el aroma de los pinos y la tierra húmeda. Camelia se encontraba en el porche, envuelta en una manta, con una taza de chocolate caliente entre las manos, perdida en la inmensidad del bosque que se extendía ante sus ojos.

A lo lejos, Ariel observaba la escena, una sonrisa adornando su rostro mientras los últimos rayos del sol se deslizaban por su cabello, otorgándole un halo dorado. Se acercó sigilosamente, sus pasos amortiguados por la alfombra de hojas caídas, y con un suave gesto, cubrió los ojos de Camelia con sus manos.

—¿Ariel? —susurró ella, una risa burbujeante emergiendo de su garganta.

—Shh, tengo una sorpresa para ti —murmuró él, su voz un suave ronroneo que prometía aventuras y secretos compartidos.

Ariel la guió de regreso al interior de la cabaña impidiendo que hablara cada vez que lo intentaba. Donde el fuego crepitaba en la chimenea y un festín de recuerdos los esperaba. Fotografías de su vida juntos adornaban las paredes: su boda, el nacimiento de sus hijos, las vacaciones en la playa... cada imagen una promesa cumplida, un desafío superado.

—¿Qué es todo esto? —preguntó Camelia, asombrada.

—Es nuestro viaje, Cami. Nuestro viaje a través del amor y la vida. Quiero que sepas que cada día a tu lado es un San Valentín para mí —dijo Ariel, tomando sus manos entre las suyas.

Luego adoptando una postura exageradamente rígida y una expresión de fingida seriedad.
—Señorita Camelia— comenzó, imitando a un ejecutivo demasiado formal —me han informado que hoy es un día de suma importancia. San Valentín, ¿le suena familiar?

Camelia cubrió su boca para contener la risa antes de responder con un tono dramáticamente angustiado, retorciendo un extremo de la manta entre sus dedos.
— Oh, señor — dijo, parodiando su propia ansiedad pasada— tengo... tengo miedo de los regalos. Los regalos son... ¡Son tan atemorizantes!

Con un guiño cómplice, Ariel se acercó a ella, extendiendo una mano con una caja de bombones de chocolates.

—Pero señorita, he aquí su regalo — anunció con pomposidad. —¡Unos bombones! Y deberá comerlos todos hoy. Son mi regalo de disculpas por haberla raptado.

Camelia fingió desmayarse dramáticamente hacia atrás, llevándose una mano al corazón.
—¡Demasiado generoso, señor! ¿Cómo podría yo, una simple mortal, aceptar tal obsequio sin caer en desgracia? No tengo buenas memorias de bombones en San Valentín, señor. Pero si usted insiste, me los comeré todos.

Riendo abiertamente ahora echó un bombón en su boca saboreando el rico licor en su interior, Ariel se unió a ella en el acto tomando no uno sino dos y los engulló de un golpe.
—¡Oh, calamidad! ¡He caído en su trampa, señor! —exclamó Camelia quitando la manta y dejando ver que se había colocado el hermoso juego interior que su hermana le había comprado rojo. —Esos bombones…, esos bombones que me ha dado señor, deberá hacerme el favor toda la noche, jijiji
—¿Está segura señorita que quiere que yo le haga el favor? —preguntó Ariel— porque me temo, que también he caído en la trampa, y ya sabe lo que dice el refrán: “Favor con favor se paga” Y me temo que usted al finalizar me deberá unos cuantos favores.

Camelia, todavía en su pose teatralmente desmayada, abrió un ojo y miró a Ariel con una sonrisa pícara.
—¿Favores, dice usted?— replicó con fingida sorpresa. —Pero señor, ¿no sabe que los favores de San Valentín se pagan con besos y promesas de amor eterno?

Ariel se inclinó sobre ella, su rostro ahora cercano al de Camelia, su aliento mezclándose con el aroma del chocolate y la emoción del momento.
—Entonces, señorita— susurró con una voz que simulaba gravedad, pero que no podía ocultar la alegría que sentía —prepárese para una eternidad de mi compañía, porque mis favores son inagotables.

Camelia se incorporó entonces, abandonando el juego por un momento para mirar a Ariel con todo el amor que sentía por él.
—Y yo te seguiré el juego— dijo, ya no actuando, sino hablando desde el corazón. —Porque no hay trampa en la que preferiría caer más que en la de tu amor.

Ambos rieron, los sonidos de su alegría llenando la cabaña y mezclándose con la luz del amanecer. Los bombones quedaron olvidados por un momento mientras se abrazaban, recordando todos los "favores" y momentos compartidos que los habían llevado hasta ese día. Ariel miró a Camelia y le dijo con una sonrisa genuina:
—Te amo, Cami. Y si tengo que hacer favores toda la vida para demostrártelo, entonces será mi mayor alegría.

El amor y la risa eran su lenguaje secreto, uno que habían perfeccionado a lo largo de su relación. En el suelo de la cabaña, entre risas y mantas desordenadas, la pareja se miró a los ojos y se dio cuenta de lo lejos que habían llegado. La tensión de aquel San Valentín había sido reemplazada por la comodidad de su amor maduro y el conocimiento compartido de que, sin importar los obstáculos, siempre encontrarían la manera de reír juntos.

—Te amo— dijo Ariel, aún con una sonrisa juguetona.

—Y yo a ti— respondió Camelia —incluso cuando me 'secuestras' para recordarme lo que realmente importa.

El día se desplegó en una serie de momentos encantados: bailaron descalzos sobre la madera rústica al son de su canción favorita, cenaron bajo la luz tenue de las velas y se entregaron a la pasión con la misma intensidad que aquel primer San Valentín en que él le concediera su primer “favor”




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