Cuando llego a la empresa, la reunión ya ha comenzado. Me siento intimidada ante las miradas de todos los presentes alrededor de la gran mesa redonda de roble lustrado en cuanto entro a la sala y captan que estoy llegando tarde.
—Lo…siento—murmuro, con una incómoda sonrisa plantada en mi rostro.
—Por favor, Sophie, toma asiento—me pide mi jefa quien está de pie junto a un hombre fornido quien permanece de espaldas a la gente, señalando con el cursor la enorme pantalla.
Echo un vistazo hacia atrás, pero todos los lugares están ocupados, mi mejor amigo se encoge de hombros en cuanto distingo su rostro moreno y sus rulos bien formados, acomodándose las gafas y encogiéndose de hombros.
No tiene que ser cierto.
Hay un lugar que es el que está más adelante de todos, es decir que seguiré siendo el centro de atención, ¡fabuloso!
Me adelanto, busco una de las sillas forradas en cuero y me ubico aquí.
—Bien, como les decía, siguiendo con la nueva estructura organizacional de la empresa—continúa Muriel, mi jefa saliente.
Entonces todo mi mundo se me pasa frente a los ojos en un segundo en cuanto el atractivo hombre trajeado que está delante marcando lo que deduzco han de ser instrucciones, se vuelve y me lo cruzo cara a cara.
Ambos nos detenemos un segundo, lo cual me da la pauta de que también me ha reconocido. ¿Es probable? Claro que sí. De hecho, si no fuera porque se me ha quedado mirando fijamente, no hubiese yo reparado en quién es él.
Pero está distinto.
Muy…distinto.
Un recuerdo se viene a mi cabeza.
Cuando iba a la escuela en la ciudad donde me crié, nos invitaron una vez a una fiesta donde ya estábamos todos más o menos grandes. Todos nuestros compañeros e incluida yo, teníamos alrededor de dieciséis y diecisiete años.
Fue en medio de una fiesta y un baile que estábamos al centro de la pista y el chico delgado de ojos claros y acné en todo el rostro se acercó a mí para sacarme a bailar, yo ya lo tenía visto de entre clases, pero siempre lo ignoré con absoluta intención.
En esa fiesta, le sentí cerca de mí varias veces, pero no entendía si quería ser mi amigo o qué, el asunto es que mis amigas me sugirieron algo de lo cual me arrepentí siempre.
Yo no era así, jamás pretendí serlo y menos con él que era todo un intelectual estrella y no porque fuese popular sino todo lo contrario, su fama se daba al “nerd rarito de acné en la cara” quien no paraba de hacerme sentir avergonzada con sus sonrisitas, sus adulaciones y en un momento me trajo un trago, se lo acepté y se lo arrojé en la cara. Solo le di un golpecito a modo de broma, pero lo quiso sujetar, presionó el vaso de plástico y se lo arrojó todo en las gafas, en el rostro, en la camisa.
Todo el mundo se le echó a reír.
Mi intento de cortarle con todo su interés mediante una broma, terminó de la peor manera ya que han pasado cerca de diez años de ese hecho y aún no me lo puedo olvidar. Porque, además, no volvió el lunes siguiente a la escuela. No volvió a la escuela, sencillamente. Cerró sus redes sociales porque empezaron a viralizar el vídeo donde sucedió el incidente y todo me parecía gracioso a mí porque me estaba haciendo popular y nuestros pares aprobaban eso, yo con mi mentalidad de hoy, jamás lo aprobaría y si Alexia le hace algo así a un compañero la castigaría y la obligaría a pedirle disculpas.
Fue parte del tiempo pasado, no me enorgullece en absoluto lo que sucedió entre nosotros, podría haberlo hablado con él de manera sensata.
¡Quizá simplemente quería ser mi amigo! Pero la estupidez de la adolescencia me llevó a tratarlo de esa manera. Por una parte, mis compañeros apañaban ese destrato como si la norma fuese “vamos a divertirnos y a hacerle la vida imposible al rarito de Gabriel” mientras que a mí me daba cierto bienestar saberme parte de un grupo.
Era querida por mis amigas.
En mi casa todo iba tan mal… Estar en la escuela y ser querida era una obligación para sostener el respeto. ¡Siendo yo una irrespetuosa!
Ojalá cambiara muchas cosas de mi pasado.
Personales.
Familiares.
Pero no se puede.
Así que decidí que podría enmendarlo con mi propia familia que ahora tengo, incluyendo gatitos que no me dejaban tener de niña. Mi padre hizo daño a uno cuando llevé un gatito a casa y, desde entonces, jamás me atreví a intentarlo otra vez.
Pasé lo mío, pero no justifica que haya tomado a Gabriel como blanco fácil para descargar mis broncas en la secundaria.
Caray, espero que él haya dejado de lado las broncas y realmente esté dispuesto a que volvamos a empezar, más aún cuando descubro que…