Felices por Siempre

Capítulo 7

Cuando llego de traerle el café, tengo a mi mejor amigo esperándome en la puerta quien me observa con los ojos grandes antes de subir al piso que corresponde en el edificio donde funciona la empresa.

Es decir, en plural, las empresas porque resulta que ahora trabajo para más de una empresa a la vez, pese a que he perdido mi trabajo en la anterior.

Basil me atrapa y me sujeta uno de los cafés.

—¿Es que ibas a pedirte dos y no me lo habías dicho?

—Lo siento, pero resulta que uno es para nuestro nuevo jefe y el otro es para Muriel porque quiero darle algo de mi parte en su último día con nosotros.

Él me ayuda empujando la puerta para que yo pueda seguir sosteniendo el café y llegamos al ascensor.

—Cuéntame qué sucedió—me pide.

Y detengo el ascensor con el codo.

—Siempre le tuve pánico a usar ese botón—confiesa Basil.

—Es la primera vez que yo lo hago. Correré el riesgo.

—Bueno, no pongamos en juego nuestra suerte y dime antes de que se den cuenta de que estamos reteniendo el ascensor y vengan a buscarnos. ¡¿Qué se supone que ha sucedido con ese tipo ahí arriba?! ¿Ahora eres su asistente que le lleva el café?

Me le quedo observando hasta que encuentro las palabras.

—Hablando con precisión, sí, lo soy. O eso parece. No sé en verdad para qué me quiere, pero me ha dado a entender perfectamente que soy una suerte de esclava inútil que no tiene ninguna clase de utilidad de aquí en más y que si no me pongo a estudiar o me actualizo, terminaré por quedar en la ruina absoluta.

—O llevándole el café a un bombón que te tiene ganas.

—¡Oye, qué dices!

—Está claro que entre tú y ese tipo hubo fuego, cielito.

—¿Eh? Claro que no.

—Te odia. Pero hay deseo en sus ojos. Dime qué le hiciste.

—No le hice… Bueno, sí.

—¿A ver?

—Pero no creo que tenga que ver en absoluto con lo que está sucediendo ahora, no tiene sentido, pasaron diez años de aquello.

—¿Qué fue eso tan terrible?

—Eramos compañeros de la escuela y ya sabes lo que sucede con los chicos, sobre todo en la adolescencia, son crueles.

“Somos” crueles, me corrige la voz de mi consciencia. Sí, fuimos crueles de adolescentes, pero eso no quiere decir que hoy seguiría actuando o pensando como lo hice en aquel momento.

—Ni hablar, me torturaron siempre en la escuela, ya podrás adivinar los motivos. Por suerte, llegué en un buen momento en que el amor propio y la aceptación hicieron su parte para mi benestar emocional y mi salud mental en general. ¿Entonces?

—Bueno… Lo rechacé. Me reí de él. Se rieron todos de él. Llegué a ser una…abusiva.

—¡¿Qué?!

—Chissst, no me enorgullece para nada.

—¿Tú, Sophie, una bravucona de las que infringe acoso escolar a otros chicos que nada tienen que ver? ¿En serio? Debe haber sido él muy malo, está claro que es un tipo cruel. Y también tiene todo el aspecto de ser bueno en la intimidad.

—No lo sé y creo que tampoco lo averiguaré. Créeme que no era en absoluto la persona que recordaba, ha cambiado por completo. Antes era un nerd raro, muy delgado y feo, además que no encajaba en nada ni con nadie, lo que sí se puede destacar es que era inteligente, siempre destacó por sus calificaciones lo cual ocasionaba que más se rieran de él.

—¿Quien se “burla” de otros por sus éxitos, no debiera ser al revés?

—Ya lo dije: la adolescencia es cruel.

—Y tu eras cruel.

—Sí…

Mi móvil vibra.

Él me ayuda a sacarlo y me lee el mensaje en voz alta:

—”¿A qué hora piensas traerme el café?”

—¡Carajo, se enfría!—le digo, volviéndome al tablero para poner en actividad de nuevo el ascensor, alterada por lo que acaba de suceder.

—¡Cuidado!—me dice él.

Me he girado tan de prisa para accionar nuevamente el ascensor que he volcado parte del contenido de ambas bebidas hasta rebalsarrlas.

—¡Cielos!

Y al intentar sujetarlas con las puertas del ascensor, impido que sigan perdiendo.

Basil me habla desde atrás:

—Amiga, no creo que sea buena idea que hagas eso.

—Tranquilo, tengo todo controlado—le aseguro.

Hasta que las puertas se abren, mantengo el equilibrio de los vasos que ahora me están quemando con el café y en cuanto pongo un pie fue del cubículo de lata, una pared se encuentra conmigo y le derramo encima ambos cafés, quemándome las manos.

—¡Ayyy!

—¡Sophie!—me llama Basil desde atrás.

—¡Qué haces!—me grita la pared desde adelante.

Un momento. ¿La pared?

¿Por qué la pared acaba de gritarme? ¿Por qué tiene el mismo tono de voz que mi jefe? Un momento.

Tiene que ser una broma.

Levanto lentamente la cabeza, presa de la vergüenza, descubriendo que esa “pared” es en verdad el torso macizo de un hombre con un porte enorme y es nada menos que Gabriel Kyriakou quien tiene sus ojos puestos en mí desde allá arriba, pareciendo estar al borde de echar fuego a través de ellos como un dragón con las facies abiertas.

—Señor…—murmuro, queriendo que el suelo zanje una abertura fatal y me sumerja ahí dentro cuando antes—. ¡Lo…siento!



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En el texto hay: humor y romance, madre soltera, jefe y empleada

Editado: 30.10.2023

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