Felices por Siempre

Capítulo 10

Al día siguiente he coordinado con la niñera para que llegue antes a cuidar a Alexia y le he enviado un presente a Muriel para agradecerle por la consideración a lo largo de estos años y también como disculpas por haberme comportado ayer como una boba, simplemente no fue mi día y estoy haciendo todo lo posible para que hoy sí lo sea. Un ramo de flores de sus favoritas y una tarjeta a modo de condecoración que ella seguramente recibirá con gusto, la conozco y es una persona muy amable que se ha ganado mi corazón, pero a quien ya no tendré cerca para que me oriente y me enseñe o perdone todo lo que debo mejorar.

De camino compro dos cafés. Observo el reloj en mi móvil antes de salir de la cafetería y ando con cuidado hasta el edificio donde funciona la empresa.

Saludo en recepción y sigo mi camino por el ascensor, dando así con mi teoría en un acierto que no me decepciona, era de esperar.

Las luces aún están tenues, afuera apenas acaba de amanecer y en una de las oficinas las luces están encendidas con el ruido de unos dedos tecleando furiosamente en el ordenador mientras una música tranquila de piano se oye de fondo.

—Permiso—murmuro, golpeando la puerta de vidrio.

Él levanta la mirada y me hacer gesto para que entre.

—Buen dia. Le traje su café de la mañana, señor.

—¿Te caíste de la cama también?

Detesto que no tenga la decencia de saludarme, lo estoy intentando, me estoy esforzando, pero su falta de reconocimiento consigue despertar una parte irritable de mí que ni siquiera sabía que existía.

—¿”También”?—pregunto mientras le hago un gesto para que me diga qué debo hacer con el café. Está bien que el vaso hace su intento de aislar el calor, pero me va a quemar si sigo aquí. A él parece divertirlo, ¿es que acaso está buscando que esta vez se lo arroje a la cara con toda la intención?

—Digo, porque ayer te caíste de manera desagradable.

—Oh. —Gracias por recordármelo, señor, es usted muy gentil, ¿por qué no se va un poquito a la m…?—. Siento mucho ese incidente, le prometo que no volverá a ocurrir, nunca antes en los años que llevo trabajando para esta empresa, me había sucedido algo así.

—Eso espero. Tráeme el café, o qué esperas, a qué se enfríe acaso.

Sí, definitivamente está poniendo todo su esmero en que se lo arroje encima.

—Claro, perdone.

Sigo adelante y le dejo el café en el escritorio.

—¿Qué puedo hacer hoy por usted?—insisto.

—Puedes empezar por salir de aquí, ¿no ves que estoy trabajando?

Trago grueso y asiento. 

—Me preguntaba, señor, si tiene a disposición alguno de los cursos que me sugirió antes para poder ir actualizando mis conocimientos.

Levanta una ceja y se deja caer hacia atrás, con la espalda afirmada en el respaldar. Me observa con atención, inhalando y exhalando profundamente.

—¿Quién eres y qué hiciste con la Sophie de ayer y con la Sophie de hace algunos años atrás?—. Frunce el entrecejo.

—Esa Sophie ya no existe más. —Si quieres que agache la cabeza y siga soportando tu maltrato, eso haré, haré de cuenta que callada me veo más bonita, cederé a tu manera de ser tan hostil y te demostraré que te arrepentirás de haberme maltratado, déspota. Aunque puede que me lo merezca por haberme comportado de la manera que lo hice en la adolescencia, ahora somos adultos y deberías ser considerado—. Siento mucho lo que ha sucedido en el pasado, señor, pero la vida me ha obligado a cambiar. Por suerte. De la manera que lo era antes no me estaba conduciendo a ninguna parte. 

—¿Tu vida era miserable y por eso le hacías la vida miserable a otros?

Trago grueso.

Me hiere, es como hiel deslizándose entre mis huesos, pero es la verdad y debo reconocerla. Si es necesario para que algo de esta conversación consiga arreglar algo de nuestra relación atravesada por infortunios, estoy dispuesta a doblegarme. No sin que el odio por su trato y nuestra posición asimétrica me haga cambiar.

—Es probable que así fuera—contesto con un hilo de voz.

—¿Ahora no es miserable, acaso?

Es que no entiendo por qué lo deja casi por sentado como un hecho al asunto. Me esfuerzo en arrancar las palabras desde lo profundo de mi pecho para reconocerle que…

—Sí y no. Mi vida es maravillosa gracias a mi hija que es el motivo de que me levante todas las mañanas para intentarlo nuevamente—y el motivo de que decida tragarme esta conversación, jefecito—, pero al mismo tiempo siento que intento construir esa madre de la que ella algún día se sienta orgullosa.

Inspira profundamente y luego procede a mirar algo en su computadora. Teclea. Sigo de pie. ¿Está pasando de mí? Quiero ignorarlo, pero no puedo, su manera de ser tan atractiva me mantiene apabullada a la espera de que me diga algo.

Estoy a punto de considerar darme la vuelta y salir de aquí, no obstante, su voz sale sin mirarme directamente:

—Te envié un enlace. Prepara la sala de reuniones, en breve recibiré a uno de mis socios y en dos horas inicia una capacitación para todo el viejo personal. Si tienes tiempo en algún bache, lo cual debería suceder si es que resultas eficiente, puedas ver esa clase de una hora. Te recomiendo economizar el tiempo y escucharla mientras ordenas sillas y preparas el material multimedia.

Asiento.

Y algo dentro de mí desata un chispazo en cuanto le agradezco su gesto, lo cual se ve intervenido por el sonido del ascensor que percibimos de fondo ya que las oficinas han quedado sumidas en el silencio a raíz de que los empleados aún no comienzan a llegar.

—Toma el pedido del café de mi socio, no te vayas—me dice y eso hago.

—Claro.

Espero.

Los pasos suenan.

Espero.

Son zapatos contra el piso radiante.

Espero.

Y su perfume que me resulta familiar me llega justo antes de que aparezca por la puerta vidriada que permanece abierta mientras estoy de pie a un lado para recibirle.



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En el texto hay: humor y romance, madre soltera, jefe y empleada

Editado: 30.10.2023

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