Retrocedo un paso, pero me detengo en cuanto percibo que es Gabriel quien ha hablado. No sigo más porque podría pisarle el pie y ensuciarle un zapato sería la última de las ideas geniales que podría tener con él.
Natan mira a Gabriel y le sonríe con un gesto de incredulidad en el rostro.
—Esto… sí, nos conocemos de alguna vez.
—Vaya—dice Gabriel, incorporándose a mi lado—, entonces podrán enseñarse mutuamente el trabajo. Natan tiene experiencia en las disciplinas que incorporaremos en nuestra empresa y Sophie tiene ya su tiempo trabajando con la marca de juguetes así que será un buen feedback o eso espero.
—Sí, maravilloso—contesta Natan y conozco su tono de voz, lo conozco tanto que millones de recuerdos impactan en mi cabeza todos juntos a la vez. Sé que está siendo sarcástico, sé que está incómodo, sé que está molesto con la sola idea de verme, apenas me mira a los ojos en cada movimiento suyo.
Tengo tantas cosas para decirle, hay tanto que me he estado guardando a lo largo de los años, momentos en los que soñaba con poder cantarle las cuarenta a la cara, la bronca que me dio cuando le pedí ayuda y me bloqueó, su silencio, su indiferencia, todo eso junto consigue despertar en mí nuevamente sentimientos que me traía guardados y ni siquiera era consciente de que seguían ahí.
—Sophie, por favor, sigue con lo que te ordené—me suelta Gabriel desde mi lado.
Le miro y creo que su gesto evidencia cierta molestia, quizás ha notado la rispidez que hay entre su amigo y yo.
Su amigo, quien es mi ex, es el padre de mi hija, es socio de mi nuevo jefe, por lo tanto, de ahora en más será mi jefe.
No va a querer.
Natan me va a echar.
Natan sí que me dejará sin trabajo y no tengo manera de seguir huyendo a mi pasado, quizá sea verdad que tengo que buscarme otro lugar donde ir.
—Si, de inmediato…lo hago—digo, tratando de aguantarme las lágrimas, aunque sé que mis ojos ya muestran una capa cristalina. Hago un esfuerzo por contener que no caigan de las cuentas mientras me retiro directo a la sala de reuniones para ordenar sillas, preparar los multimedia y hacer todo lo posible con tal de que las amenazas que se ciernen en mí no terminen por empujarme a las profundidades del inframundo.
Mis ánimos están por los suelos y debo sentarme en una de las sillas de la sala vacía para buscar calmarme, para respirar profundamente y buscar una foto de mi hija.
Encuentro un vídeo.
Es mi nena jugando con la gata más grande el día que llegué con los gatitos pequeños que encontré en una caja en la calle y les salvamos la vida. Ahora puedo hacerme una idea de lo maravillosa que es la vida gracias a mi hija, pero no sé si podré seguir adelante. Me faltan las fuerzas, me siento sola, angustiada y furiosa.
Furiosa con Gabriel por su destrato, furiosa conmigo misma por mi pasado, furiosa con mis decisiones que me trajeron hasta donde estoy ahora, furiosa con Natan por su silencio, furiosa con mi autoestima por haberme hecho sentir tan poco en su momento y haber perdido el tiempo tantas noches tirada en la cama llorando, furiosa con mis padres porque no cuidaron de mí en su momento, furiosa con mi familia por haber sido tan disfuncional, furiosa con mi padre por haber sido tan irresponsable y con una conducta deplorable cuando era una niña, furiosa con todos los hombres que intentaron arruinarme la vida.
Que lo intentaron.
Me cubro la boca para evitar que alguien que pueda pasar afuera escuche mi llanto y, casi sin pensarlo, mis manos acuden a hacer un llamado a mi apartamento. Aquí tengo un móvil que maneja la niñera y lo dejo a cargo de mi hija solo si por casualidad en alguna situación se queda sola o para emergencias.
Le marco.
Contengo las lágrimas e intento aclararme la voz cuando me atiende al otro lado.
—¿Sophie?
—Gina.
—Sí, Sophie. ¿Cómo estás? ¿Necesitas algo?
—¿Puedo hablar con mi hija un momento…Gina?
—Sí, claro, aquí estamos esperando el bus para ir a la escuela. ¿Tú te sientes bien, Sophie?
—Solo necesito hablar un momento con mi hija…
—Claro.
Me pasa el móvil y mi hija me atiende al otro lado con su bonita alegría de siempre que tiñe mis días de luz:
—¡Mamiiii! ¡Hoy Primrose se acostó en mi pecho y me ronroneaba, no me dejaba que me levante de la cama!
Suelto una risita al escucharla, es cierto que la gata más grande hace eso, soy testigo.
—Cariño, qué lindo saber que al menos ellos se quedaron…durmiendo y calientitos en la cama.
—Siiii, ¿cuánto falta para el fin de semana?
—Algunos días aún, cielo. Algunos días.
—¡Viene el bus!
—Okay, amor, ve. Te quiero mucho, ¿sabes?
—¡Y yo a ti mami!
—Que tengas un gran día.
Y cuelgo.
Sí, esto es combustible natural.
Me levanto de la silla donde estoy ahora, me acerco al amplio vidriado de la sala que me muestra una perfecta imagen de la ciudad, pero también me enseña mi propio reflejo. Me he aguantado las lágrimas, probablemente tendré que soportarlo muchas veces más, he sido capaz de salir adelante con una hija hermosa a quien he criado con todas las de la ley yo sola, a quien no le ha faltado nada cuando lo ha necesitado y que me demuestra que día a día puedo salir adelante, es la prueba viva de que soy capaz.
Sí.
No importa lo que sea que suceda, yo puedo salir adelante.
Trago grueso, busco en mi móvil el mail que he recibido de parte de mi jefe en la cuenta corporativa y sigo su consejo de escuchar la clase que me ha enviado. Me pongo al trabajo escuchando su clase al tiempo que arreglo todo en la sala para la reunión y me detengo al finalizar para tomar nota y luego llevar a mi computadora todo lo que he aprendido en esta instancia.
Para cuando comienzan a llegar, ya tengo todo listo y el aroma a caramelo de la máquina de malteadas funcionando inunda el espacio completo.