Llego a la ubicación indicada. Es un bar. ¿Acaso me ha traído de tragos? ¿Qué se supone que pretende Gabriel? En cuanto anuncio a la mujer de recepción que estoy en el lugar, ella advierte respecto de la reserva y me lleva hasta un sector apartado de esos VIP que siempre miras con ganas en un lugar nocturno, pero este es un sector exclusivo en un lugar exclusivo. Me siento como toda una celebridad.
—Acompáñeme—me propone una chica que se acerca a mí y me conduce hasta un juego de living donde está él de pie mirando a través de una baranda un DJ que pone música en el escenario de abajo con un importante juego de luces y vídeos en pantalla reproduciéndose. Me resulta divertido.
Hay una botella al centro en un cubeta fresca.
—´Señor Kyriakou—le digo con cierto resquemor.
Él se vuelve a mí y el corazón se ensancha en mi pecho.
Dios, es tan atractivo. Lleva puesta una camisa blanca de punto, con los botones desprendidos hasta la altura media de los pectorales. Una cadena de oro brilla sobre su piel, consiguiendo que todos mis sentidos queden en cierto limbo entre la excitación, la cordura y el odio en mis recuerdos por saber quién es y de la manera que me trata.
—Sophie. Vaya. Pensé que no vendrías—me dice, con cierta extrañeza en la voz.
La música está alta por lo que tenemos que hablar un poco más elevado que de lo común, pero el sector tiene cierta comodidad para poder conversar.
Me señala el sillón del living y me ubico aquí, en el más grande. Él se sienta el que está contiguo a este, individual.
Acto seguido llega una persona del servicio y me ofrece, intento evadirlo, pero Gabriel insiste en que me gustará.
—No me gusta el alcohol—le digo, con seguridad.
—Porque no has probado esta champaña.
—A lo mejor querrías envenenarme.
Sonríe.
—La abrieron delante de nuestros ojos.
—No sé qué esperar de usted, señor.
—¿Crees que pretendo drogarte o envenenarte?
Me encojo de hombros.
—No te juzgo, yo pensaría lo mismo de ser alguien me trate como yo te he tratado a ti.
—Wao, al menos lo admites.
Levanta la copa.
—¿Brindamos por una oportunidad?
—¿Oportunidad para qué?
Me recuerda que sigue ahí, echando un vistazo a las copas.
Suelto un resoplido y accedo.
Su mentón marca un hoyuelo al centro que le queda de infarto, sumamente atractivo. Me encanta verle así, distentido, diferente a la expresión tensa y seria que siempre sostiene en el trabajo.
Aún así me intriga saber por qué estoy acá.
—Y bien—insisto—, parece que se ha dado cuenta señor de cómo me viene tratando este tiempo.
—Me disculpo, pero era necesario.
—¿Por qué?
—Para que te quede bien en claro lo mal que me caes.
—Mmm.
Tras probar la champaña, que tiene razón, sabe deliciosa, dejo la copa delante de mí con su líquido burbujeante y le miro con atención.
No me agrada en absoluto.
—Qué clase de veneno tiene esto—murmuro, consiguiendo sacarle otra risita, divertida.
—Ya te dije que no te traje hasta acá para envenenarte.
—¿Entonces para qué?
—Para negociar.
Acto seguido se levanta, se sienta a mi lado y me enseña la pantalla de su móvil. Me pone un poco tensa la cercanía, pero su perfume consigue ablandar todas mis resistencias. Su cabello revuelto y su mentón cuadrado consiguen llamar mi atención antes de dirigir la mirada a la pantalla con lo que tiene para mostrarme.
Son cámaras de seguridad.
Hay un hombre en una oficina, está con una computadora que parece no ser la suya porque la usa con un gesto sospechoso. Luego se levanta, saca unos papeles a su lado y se retira.
Acto seguido aparece él mismo, Gabriel, mira la cámara y la apaga.
—¿Qué es esto? Un momento… El tipo. El otro tipo es mi ex.
—Así es.
—¿Qué estaba sucediendo?
—Me estaba robando.
—¿Qué? ¿Desde tu propia computadora?
—Exacto.
—Vaya. No me extraña. Ese tipo es escoria.
—Por eso mismo, quiero eliminarlo. Lo metí como socio y ahora haremos que quiera salirse solito de la compañia.
Frunzo el entrecejo.
—Cómprale su parte.
—Es la idea. Pero haremos que prácticamente me lo quiera entregar en bandeja.
—¿Y eso cómo?
—Contigo.
—¿Eh?
—Cuando me pidió que te eche, sabía que algo extraño estaba sucediendo entre ustedes.
—¡Yo…yo…lo sabía!—salto, furiosa.
—Entonces sabía que debería conservarte. Luego supe lo de tu hija y fue demasiado fácil llegar a una conclusión, dos y dos son cuatro.
—¿Entonces no me odias porque él es tu amigo?
—No te odio, Sophie.
—¿Finges que me odias?
—¿Tienes resentimiento por lo que sucedió en el pasado? O remordimiento, más bien.
—El que guarda resentimientos puede que seas tú—murmuro.
—Quería que renuncies sola. Pero tengo un pez más gordo del cual deshacerme y, ya sabes, el enemigo de tu enemigo es tu amigo.
—¿Y cómo voy a ayudarte yo con eso?
—Bésame.
—¡¿Qué?!
Acto seguido se adelanta hacia mí y pega sus labios a los míos.
El corazón se me sube a la garganta y me siento repentinamente acalorada. ¡Jesus, que alguien traiga a los bomberos urgente, estoy al borde de morir incinerada!
En cuando se aparta luego de su beso, sus ojos se fijan en los míos a los cuales respondo de manera casi hipnótica y debo traer nuevamente a mis pensamientos mi lado racional porque acaba de robarme un beso y en verdad debería sacudirle el rostro de una bofetada. Pero no lo hago solamente porque quisiera que me bese de nuevo.
—Sophie—dice él—, quiero que finjas que eres mi novia delante de tu ex, vamos a arruinarle la vida y lo sacaremos de la nuestra para siempre. Te daré un cheque en blanco. Pon tu precio y luego lo cobras. ¿Qué dices?