La luna está alta cuando Fernar llega a la cima de un islote marino, antes desconocido en las cartas. Bajo su luz helada percibe una marea inusual; aguas que se retiran dejando expuesta la entrada a una caverna submarina. Decidido, se lanza al agua salada; la vista de viejos corales gigantes le resulta casi onírica.
En el silencio abisal, surge ella: una bestia colosal, mezcla de serpiente y escarabajo, sus escamas reflejando la bioluminiscencia de profundos secretos. Sus ojos centellean con sabiduría, su respiración rítmica une hombre y mar. Fernar siente su corazón al compás del oleaje y, en vez de blandir acero, extiende la mano en señal de paz.
Desde lo más hondo brota un canto armonioso, compartido por ambos seres. En la lengua antigua del océano resuena la historia: "Hijos del agua y del hombre, somos hermanos en la creación." El guerrero-poeta comprende que las bestias no son viles monstruos, sino guardianes del equilibrio.
Al romper la superficie, la aurora ilumina el beso de cielos y mar. Fernar Shakd escribe un verso en el aire con su espada:
"Quien enfrenta su destino con ojos abiertos / descubre el lazo sagrado que une todas las criaturas."
Lejos de derramar más sangre, ahora sabe que su deber es contar la verdad a su pueblo: las leyendas vivientes guardan más bondad que furia.