Ferox

Un organismo agonizante

 

 

 

 

 

 

 

Lu regresó con el grupo. Ahora, todos vestían con trajes idénticos al suyo.

—Genial, uniformes… —exhaló. Se puso de puntillas y buscó a Eva.

Aguardaba tranquila al fondo.

Se acercó. Iba a preguntarle qué tal se encontraba, pero no lo hizo. No dijo nada. Tan solo se mantuvo a su lado.

«Al menos, tú no tienes que vivir esto. Tienes suerte, seguro que no te estás enterando de nada».

Atravesaron un nuevo corredor repleto de puertas. Parecían puertas de madera, simple madera, y paredes de ladrillo recubierto con yeso. Sabía que no lo eran.

—Esperad —ordenó Oja. Todos interrumpieron su avance—. En breve os asignarán una habitación —explicó—. No se admiten conductas hostiles. —Miró a Lu. La había estado vigilando durante todo el trayecto.

El grupo suspiró al unísono y mostraron una agradable sonrisa.

Lu frunció el ceño.

 

 

La habitación destinada para Eva y Lu era un pequeño cubículo con dos camas ubicadas en los laterales. También poseía un baño común con todo lo que se podría esperar de cualquier baño, excepto por la ausencia de armarios, cajones o estanterías. Lu se dispuso frente al pequeño espejo que colgaba sobre el lavabo.

«Deprimente», pensó.

Giró la llave del agua caliente, pero del grifo no salió nada. Pretendió lo mismo con la ducha y, en lugar de agua, segregó una sustancia espesa. Se apartó para evitar tocarla y regresó al cuarto.

Eva se había sentado sobre la cama del lado izquierdo.

—De acuerdo —aceptó Lu—, para mí la de la derecha.

Una tenue sonrisa cifraba sus pensamientos y la aislaba del mundo.

Eva se llevó las manos al pecho y convulsionó. Primero, débilmente; después, de forma violenta.

Lu se puso alerta.

Eva se inclinó hacia delante y colocó la cabeza entre las piernas. No dijo nada, solo se revolvió y tosió fuertemente.

—Eva, ¿qué te ocurre? —Se acercó despacio. Algo brotaba de su boca. Un tentáculo verdoso se deslizó hasta el suelo. Aquello procedía de su interior—. ¡Eva! —Se llevó las manos a la boca y tomó distancia—. Madre mía, ¿qué es eso?

Las imágenes de un alíen rompiéndole las costillas nublaron sus pensamientos por unos segundos.

Otra oleada de convulsiones expulsó el resto de aquella especie de alga tentacular. La extraña masa se desplomó sobre el suelo como vómito naranja y verde, y Eva se incorporó. Recobró la postura y esa sonrisa anodina.

Lu se acercó hasta ella y frotó su espalda. No dijo nada, no podía dejar de mirar esa masa palpitante.

Un corazón deformado.

Un organismo agonizante.

Se agachó para observarlo de cerca. Un fuerte olor putrefacto la obligó a retroceder. Siguió revisándolo a una distancia prudencial. Tenía un núcleo principal del que brotaban tentáculos traslúcidos. Una baba naranja lo rodeaba.

Sin más, la masa palpitante se diluyó dejando un charco ambarino en su lugar.

—Eva, ¿qué era eso?

No respondió, tan solo se puso en pie y se dirigió hacia el pasillo.

Lu evitó el charco y salió tras ella.

—¿Adónde vas?

—Es hora de comer.

—Avisa cuando te alejes —le ordenó.

—Claro —respondió Eva.

La siguió hasta una sala que les presentaron como la sala de ingesta alimenticia, SIA: un enorme comedor habilitado con cientos de mesas y sillas metálicas.

Tomaron asiento de forma aleatoria. Lu se aseguró de estar cerca de Eva.

Un tipo comenzó a repartir bandejas. Tan solo contenía un recipiente repleto de una masa espesa y parduzca, y un vaso de agua cristalina.

Una vez que el grupo fue servido y que cada uno disponía de su propio plato de masa repugnante, otro numeroso grupo de personas entró en la sala. Estos nuevos comensales vestían también con aquellos trajes de falso «neopreno».

¿Era algo positivo que hubiera más gente?

Dudó. Realmente no estaba segura de si eran seres humanos. No era sencillo reconocer a uno de «ellos» si se lo proponían.

Eva dio cuenta de una porción de aquel alimento pastoso. No pudo evitar que lo hiciera, ya pasaba por su garganta. El resto hizo lo mismo y no parecía disgustarles.

Lu alejó su bandeja y se apoyó sobre la mesa. Se quedó inmóvil, en silencio, observándolo todo a su alrededor. Era la peor pesadilla que jamás había tenido. Se masajeó las manos suavemente. Empezaban a estar frías.

Un tipo orondo, perteneciente a este nuevo grupo, se sentó en su mesa.

Lu se irguió de nuevo y se apoyó sobre el respaldo de la silla para después volver a frotarse las manos con fuerza.

—¿No comes? —El tipo que tenía enfrente, de unos treinta años y entrado en carnes, se dirigió a ella. La observaba con los ojos brillantes y los mofletes rellenos por el último bocado. Su rostro estaba invadido por pecas y su cabello era del color de las naranjas. Lu lo ignoró.—. Si no lo quieres, yo la tomaré por ti —sugirió amablemente.

Empujó la bandeja hacia él.

El tipo engulló el alimento de ambas bandejas con entusiasmo, como si de un manjar se tratase.

El estómago se le resintió al verlo. Se encogió sobre sí misma y miró hacia otro lado.

—No te ha sentado muy bien, ¿eh? —comentó de pronto.

—Ni siquiera lo he probado.

—Me refiero al viaje. Es complicado, pero no te preocupes. Tienes buena cara, en unas horas habrás mejorado.

—Si tú lo dices… —Toqueteó su «traje-neopreno». Aún lo sentía extraño—. ¿Cómo funciona? —le preguntó.

—¿A qué te refieres, amiga?

—El traje, juraría que antes me obedeció.

El tipo sonrió.

—No te creas especial —señaló burlonamente—, los han diseñado para nosotros. Hacen lo que pides. Fascinante, ¿verdad?

—¿Cómo lo hago? No sé cómo pedirlo. ¿Hay alguna palabra…?

—No, amiga. No hace falta que hables en voz alta, es algo más cerebral —explicó golpeándose el cráneo—. Nos lee la mente.




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