Brenda se encuentra peligrosamente al borde de un acantilado. Su hermoso cabello pelirrojo ondea tras ella por el fuerte viento. Tiene los brazos extendidos y rígidos hacia el mar como si estuviese ofreciéndose en sacrificio a la naturaleza.
Ella no soporta que sus padres ya no estén junto a ella, está tan desesperada, sin embargo, mira a su perro Otto, un pastor alemán de tres años y se da cuenta de que no quiere que se quede solo como se ha quedado ella.
Se sienta en el acantilado con las piernas colgando y surcándole el aire, las balancea mientras le vienen muchos pensamientos a la mente y por fin decide que va a quedarse en la casa de la isla, la casa que le han dejado sus padres de herencia, donde pasaba los mejores veranos en la infancia.
Ya al caer la noche, recibe una llamada de un amigo compañero de la universidad, donde estudian juntos la carrera de periodismo.
—Hola, ¿Cómo estás? — Dice Dylan con voz entrecortada.
—Estoy mejor, en estos momentos me estoy tomando una infusión, le responde a su amigo, aunque en realidad está deseando colgar el teléfono, pues no le apetece hablar con nadie.
— Mañana voy a ir a Fire Islán, me pasaré por tu casa y te haré una visita.
—Bien, Hasta mañana, es lo que le contesta Brenda y cuelga el teléfono sin más.
Por las noches el subconsciente de Brenda la traiciona y la despierta muchas veces.
Harta de dar vueltas y más vueltas viendo cómo se apodera de ella una nube de tristeza decide levantarse y bajar a la cocina a tomarse un café confiando en que el aroma cálido y tostado la ayude a despejarse.
En la cocina hay un lugar favorito donde siempre se sienta Brenda junto a la ventana frente a ella, los asientos vacíos de sus padres y siente una punzada de dolor que le atraviesa el estómago.
Ella tiene que entretenerse y decide cambiar las flores de un jarrón que ya están mustias al mismo tiempo que recoger cacharros en la cocina que están descolocados, piensa que debe poner la cocina en orden y así estará ocupada el mayor tiempo posible.
Ya está amaneciendo y los primeros rayos de sol entran por la ventana.
Al cabo de dos horas llaman a la puerta, ella está desaliñada con su pijama y una larga bata color beige hasta las rodillas
— ¿Quién es? — Dice ella caminando por el pasillo hacia la puerta
—Soy yo Dylan— Contesta rápidamente en el porche exterior de la casa, sentado en una de las hamacas.
Brenda abre la puerta y recibe a su amigo que se ha trasladado desde New York para ir a visitarla.
Entran al interior de la casa, Dylan, le trae un gran ramo de flores, sabe que le encantan las plantas y que es uno de sus hobbies la jardinería.
Brenda las toma en sus manos y las pone en un gran jarrón de cristal al lado de la ventana de la cocina
Dylan ha decidido preparar la comida del mediodía, todavía es temprano y ha decidido preparar un asado de carne con verduras y patatas al horno animando a Brenda a que ella prepare una gran ensalada de acompañamiento
Mientras preparan todo en la cocina, no deja de mirar a Brenda, al mismo tiempo que la anima una y otra vez, la ve tan triste, con unas ojeras tan grandes de no dormir, al tiempo que divisa que está mucho más delgada
—Da tu primer paso ahora, no es necesario que veas el camino completo, pero da tu primer paso, el resto ira apareciendo a medida que camines —le dice Dylan
— No tengo ganas de hacer nada — responde Brenda.
—Recuerda tus sueños y lucha por ellos, esto pasará Brenda al menos inténtalo —le dice Dylan
Nunca olvides todo el cariño que te tenemos yo y el resto de amigos, al igual que ya sabes que Margaret te adora, aunque no ha podido venir, fue a visitar a su abuela hace unos días y todavía no ha regresado
No olvides lo importante que eres para nosotros y cuánto te apreciamos siempre estaremos a tu lado.
— Lo sé Dylan — contestó simplemente Brenda.
Ya han terminado la ensalada esta lista, pero el asado está en el horno, todavía le faltan treinta minutos para que esté listo.
—¿Damos un paseo? Hace un día estupendo —dice Dylan intentando animar a su amiga en todo momento.
—Bueno, demos, ese paseo — le dice ella.
Juntos van caminando por la orilla de la playa cuando Dylan le confiesa algo que nunca le ha dicho a nadie.
Para mí la vida tampoco ha sido fácil y sé cómo te sientes, pero ahora estoy bien, porque he luchado por mis sueños y he sido fiel a mi corazón, —comenta Dylan—contándole a Brenda que su madre le abandono cuando él tenía cuatro años y que siempre se había criado con su padre.
El cual siempre estaba fuera de casa trabajando, que él había tenido una infancia muy dura, sin amigos y siempre solo y que cuando estaba su padre en casa apenas hablaba con él, salvo para regañarle continuamente
Que él siempre le excuso pensando que era porque llegaba cansado del trabajo, pero que al fin y al cabo a él nunca le falto de nada, salvo su madre.
—Nunca me lo habías contado Dylan— le dijo ella mirándole a los ojos.
—Aférrate a lo que es bueno, aunque sea muy pequeño —contesto él.
Brenda escuchaba cada una de sus palabras, el paseo le estaba sentando muy bien, la brisa rozándole el cuerpo, el sol bronceando su piel, sus pies descalzos tocando el mar y esos maravillosos recuerdos que estaban apareciendo en su mente de su niñez.
Cuando con sus padres disfruto esos momentos mágicos de niña en esa misma playa, en ese mismo mar, en esa isla, en esos días, con un cielo azul, con el olor del mar, con el susurro de las olas.
Recordaba aquellos castillos que hacía en la arena con su padre, cuando su madre le echaba bronceador por todo su cuerpo, cuando corría junto con ellos por la orilla del mar, recuerdos que le estaban vibrando en la piel y le estaban dando paz.
Dylan se dio cuenta de que Brenda parecía estar como en una nube, soñando despierta.
—Brenda -—dijo el.
—Dime —contestó Brenda.