En el frío y lúgubre Reino de Tsukigakure, la princesa Aika vivía entre las sombras del palacio. Aunque su nombre significaba "canción triste", su espíritu era tan fuerte como las cadenas que la ataban a su destino. Su padre, el despiadado Rey Daijirō, era temido por su crueldad y su obsesión por el honor y la sangre noble.
Aika encontraba consuelo solo en una persona: Haruki, su guardaespaldas personal. Un joven noble caído en desgracia, de corazón puro y sonrisa serena. Él le enseñó a leer poesías escondidas en las paredes del jardín trasero, y le hablaba del mundo más allá de las rejas de marfil. Nadie sabía que entre los suspiros y las miradas fugaces, había nacido un amor prohibido.
El día que Aika cumplió 17 años, Haruki le entregó una flor de loto blanca. "Para ti, mi princesa. Porque incluso entre el barro, floreces con pureza", susurró él.
Esa noche, un sirviente espió el encuentro. Y el secreto no duró.
El rey, en un estallido de furia, mandó encerrar a Aika en el calabozo subterráneo —un lugar donde los gritos no podían escapar. A Haruki lo arrastraron ante la corte al amanecer. Fue ejecutado en la plaza real, acusado de deshonrar a la patria por tocar el corazón de la sangre real.
Aika gritó hasta que su garganta se desgarró. Sola, encadenada y manchada con las flores rotas de su alma, juró venganza. El amor de su vida se había ido... y algo oscuro nació dentro de ella.
Una voz en la oscuridad y odio susurro:
"Tanto tiempo estuviste haciendome feliz y un día te arrebatan de mi, por favor regresa a mi"