Prefacio

Mi dulce amado.

Las frondosas ramas de mi amor no ejercen el conocimiento de los límites de tu terreno. Irrespetan tus fronteras, y se avientan a la inocente lucha de adentrarse en tu mundo.

Tus aguas son reservas de manantiales gozosos de encanto, producto de lucidos encuentros de los desemboques de ríos salvajes resguardados de dos majestades dignas de portar los inmensos rubíes.

Mi deseo irrespeta la muralla de alejamiento que construiste con tu desdeño. Las espinas de tu rechazo exprimen el jugo carmín de mi pecho. Las manchas que dejas en mi piel son las llaves que sueltan los canales de agua de mi retina.

Mientras yo trato se sopesar cada una de tus acciones, la cama pasa por una etapa de condescendencia, adaptándose al clima de la soledad de mi cuerpo atrapado en el enorme espacio que antes compartíamos con tal libertad de enamoramiento.

Me niego a aceptar que tu caluroso amor se desvanece ante mí para brillar al pie de alguien más. No puedo aceptar que el brillo de tu iris se reluce al mirar la figura de un sol oscuro para mí vida. No aguanto el saber que tu fragancia se mezcla con la esencia de aquel con el que formaste un nuevo nudo de satisfacción.

Me duele sentir el hielo de tus abrazos y el insípido sabor de tus acaramelados labios. Me duele el no poder erizar la piel de tu espalda ni romper el equilibrio de tu cordura.

Extraño jugar con las horquillas de tu cabello. Extraño las aclaradas mañanas cuando tu cuerpo tendido entre las sábanas me brindaba un buen día silencioso. Extraño los fogosos besos de despida y las locuras de enterrarse en tu alma.

Anhelo con volver a sentir los arranques de mi cuerpo por caer rendido al apriete de tus manos; ruego por revivir las lluviosas madrugadas con charlas disipando el miedo; caigo preso del deseo de hallarme otra vez envuelto en los cálidos roces de tus belfos danzando al son de la melodía de mis dígitos al deslizarse por el camino angosto de tu cintura.

Pero lo que más extraño, son aquellos días en los que estabas enamorado de mí.

—Regresa pronto Yoongi—murmuró en un quejido ahogado en llanto, mientras su regordeta mano acariciaba sobre la delgada tela, el inicio de su vientre...