No había frío, pero estaba oscuro. Solo los postes de alumbrado público brillaban enseñando el camino.
Un pequeño balbuceo infantil se extendió por esa pequeña calle. Dos mujeres avanzaban con rapidez por la calzada. Una de ellas sostenía entre sus brazos un bulto diminuto del que, era más que seguro, había salido el primer sonido. La otra abrazaba su cuerpo, aún sin aprobar nada.
—No lo dejes ahí, es inhumano abandonar a tu propio hijo —habló la segunda mujer.
—No lo abandonaré, se quedará con su padre —respondió secamente la que llevaba al pequeño ser.
—Sabes que no es su hijo —negó con la cabeza, mientras su rostro mostraba clara desaprobación.
—Hasta que él se entere ya se habrá encariñado con este pequeño. Así no lo votará.
—Piensa bien en lo que haces —soltó.
La tomó de la mano, deteniendola. La otra quedó frente a su amiga, su cercanía quedaba dividida únicamente por el bebé envuelto en mantas para que conserve calor. La miró desafiante, segura de lo que estaba haciendo.
—Te ayudaré, vámonos a Lima juntas. Podemos criarlo lejos de esto —volvió a pedir.
Sus palabras se tornaban lastimeras, estaba rogando a pesar de que su orgullo nunca antes se lo había permitido.
—Sabes que no puedo, es mejor que se quede aquí, ¿¡qué futuro podrían ofrecerle dos prostitutas a este niño!? —gritó desesperada—. Entiende, por favor, él estará bien.
Sus ojos comunicaban miedo. No se sabía si temía por ella o por el niño. Quizá por ambos. Se soltó del agarre de su compañera y siguió avanzando.
—Si nos estabilizamos y nada nos pasa, podremos volver por él —trató de tranquilizarla.
—Sabes como es el proceso de estos orfanatos, los pueden mandar a cualquier parte del Perú. Buscarlo después de eso será difícil —la siguió, tratando de convencerla.
—Pero crecerá feliz, hasta les ofrecen carreras universitarias cuando salgan del colegio. Él no tiene que ver como su madre denigra su cuerpo de esta forma —se juzgó a si misma con la mirada, sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas, un parpadeo y cayeron sobre sus mejillas, aterrizando en las mantas—. Lo bueno es que como no pertenece al estado y el mayor contribuyente a esta causa cree que es su hijo, lo cuidará y dará una buena familia.
—Si cree que es su hijo, por lo menos déjalo con él y no en su orfanato.
—Pero no puedo dejarlo con él. Si lo desea podrá adoptarlo luego.
Su idea no tenía sentido. Aunque tal vez la explicación verdadera estaba lejos del entendimiento de la otra. Ambas habían empezado en ese mundo desde muy jóvenes y ahora, a pesar de que no era tarde para redimirse, existían secretos y ella a esta altura no tenía intención de revelarlos.
Los hombres, por muy importantes y morales que parecieran a los ojos de las otras personas, siempre sucumbian ante el cuerpo de una mujer joven. Llegaban y después de conseguir el placer carnal, se iban para continuar sus bellos actos de caridad. La madre del pequeño, aprovechó esto para hacerle creer que ese niño, era hijo de aquel hombre. Ya no le importaba si en su testimonio quedaban vacíos, después de dejarlo ahí, todo acabaría.
—Entonces dámelo y yo lo cuidaré como si fuera mi hijo —habló después de voltear la última esquina de su camino.
—¡Déjame en paz y cállate! —gritó, haciéndola sobresaltar—. Cuando tengas hijos harás lo que quieras con ellos—sentenció con la voz rota y la mirada perdida.
Unos pasos más y ahí acabó.
Unos pasos más y probablemente no lo vería más.
Dejó al niño en el piso, como suele pasar cuando la gente es demasiado cobarde para no dar la cara. La puerta era simple y de madera, pero sabía que adentro era tan cálido, que muchos niños no notaban la ausencia de sus padres.
Puso sobre su pequeño pecho un sobre amarillo, dentro habían documentos en los que renunciaba a todos los derechos del niño, su cartilla de natalidad y demás formalidades.
—Estefania, recogelo y vámonos —suplicó.
—Ya es tarde para eso —se acercó a la madera lentamente. No dudó. Apoyó su frente en la puerta, golpeó fuertemente una vez y retrocedió con lentitud. Sin mirar abajo, tomó del brazo a la otra y se dispuso a irse—. Alba, vámonos.
Alba se soltó y derramando sus primeras lágrimas, se despidió del hecho de ver crecer a aquella criatura.
—Adiós, pequeño.
***
Pertenecemos aquí, este es nuestro hogar. Si están rotos, pueden dejar sus pedazos para crear el mosaico más bello.
Les dejo mi primer pedazo. :'D