Flores de primavera en la arena

Los secretos no eran buenos. Al menos no los que podían arrebatarte la vida

Daddy Issues

The Neighbourhood

𝐎𝐥𝐢𝐯𝐢𝐚

La sala de espera del hospital se sentía vacía y fría, como si en ella se respirara la muerte.

Mis párpados y mejillas tenían manchas negras por las lágrimas y el maquillaje corrido. El cuerpo me pesaba con cansancio y la cabeza no dejaba de darme vueltas.

«Fue mi culpa...» repetía una y otra vez en mi cabeza. «Fue mi culpa» «Fue mi culpa» «Fue mi culpa...»

¿Olivia Moore? La voz de una enfermera me trajo a la realidad. Su hermana ya despertó, ¿desea verla?

Asentí levemente con la cabeza y me levanté desorientada para seguirla por los pasillos. Pasamos por varias salas y nos detuvimos en una puerta con un número de habitación sobre ella.

Tiene diez minutos me informó la enfermera.

La vi desaparecer por el pasillo y me quedé de pie frente a la puerta, inmóvil.

«Stella no quiere verme. Nunca quiere verme».

Di un paso hacia atrás con recelo, pensando en irme.

«Pero yo sí quiero verla. Necesito verla».

Tomé la manilla de la puerta con las manos temblorosas y la abrí.

Stella estaba acostada en la camilla con un montón de vendas alrededor del cuerpo. Tenía algunos mechones de pelo cortos, como si se los hubieran cortado al llegar aquí para quitar las partes quemadas. Tenía una aguja clavada en el brazo, bajo las vendas que cubrían sus quemaduras, con una intravenosa dejando caer un líquido transparente. Sus ojos estaban cerrados, pero los abrió débilmente cuando me escuchó dar un paso hacia la habitación.

Vete... dijo en un susurro.

Stell... Las lágrimas no tardaron en bajar por mis mejillas.

¿Qué hiciste, Olivia? ¿Dónde estabas? ¿Por qué lo hiciste? ¿Querías matarnos...? soltó preguntas con una rapidez increíble.

Me acerqué hacia ella con el cuerpo temblando. Le aparté un mechón corto de la frente, pero ella se apartó con furia.

¡No me toques! gritó demasiado alto. ¡Tú los mataste!

Negué con la cabeza varias veces y un sollozo escapó de mis labios.

No, Stell, yo no quería, yo no...

Eres una maldita, Olivia. Eres una orgullosa y malcriada. Te lo dieron todo y ¿así se los pagas? ¿Matándolos? dijo con asco de mí.

Me dio un escaneo visual y me acercó hacía ella para olerme la ropa. El olor del tabaco se mezclaba con el olor del hospital.

Me das asco. Me empujó hacia atrás, alejándome de ella.

Stella, por favor...

¡Maldita adicta! me interrumpió entre lágrimas de furia.

La máquina marcando los latidos de su corazón se empezó a acelerar. Stella comenzó a llorar con mucho dolor y llevó una de sus manos para golpearse el pecho. La puerta de la habitación se abrió de golpe y unos doctores entraron con desconcierto y pánico.

Déjela sola, váyase. Uno de ellos me tomó del brazo y me llevó afuera de la habitación.

En el pasillo vi como la puerta se iba cerrando lentamente y ellos empezaron a calmar a mi hermana. Sentía como su dolor se expandía por todo su cuerpo. Sentía como mi dolor se expandía por todo mi cuerpo al escuchar sus palabras.

«Fue mi culpa».

Nunca me lo perdonará. Ellos nunca me lo perdonarán. Yo nunca me lo perdonaré...

—¿Olivia Moore?

Logan y yo levantamos la cabeza hacia donde la enfermera habló en el pasillo. La manera en la que pronunció mi nombre fue exactamente de la misma forma en la que la enfermera me llamó la vez que visité a mi hermana en el hospital después del accidente.

Así lo llamaban todos. Todos menos yo.

Asentí con la cabeza como respuesta y ella me pidió que fuera con ella. Logan se levantó para acompañarme, pero la enfermera lo detuvo.

—Solo la paciente, es por temas de higiene.

Me giré hacia él y le di una pequeña sonrisa. Tenía las cejas fruncidas y la mirada con desconfianza.

—Voy a estar bien, no tardo. —Le di un beso en la mejilla.

Logan suspiró y se volvió a sentar en la sala de espera. No podía renegar, sabía que no le convenía hacer más problemas.

Hace ocho días que me suturaron la herida, y conforme pasaron los días, ya era momento para retirar los hilos. Tenía otras cicatrices en el cuerpo por otros accidentes y anécdotas sin sentido, pero ninguna tan grande como la que tenía ahora en el abdomen. Si antes no tenía permitido usar prendas cortas que dejaran a la vista el abdomen, ahora con menos razón las iba a querer vestir.

Caminamos por varios pasillos y llegamos a una habitación con solo una camilla y un organizador con varios instrumentos médicos sellados sobre él.

—La doctora vendrá en un segundo a atenderla.

Le agradecí a la enfermera y me senté en la camilla a esperar. Veía a las personas pasar por el pasillo y el corazón se me comprimía al ver a niños pequeños con diminutas batas blancas, caminar con un trípode a su lado que se conectaba a una intravenosa en sus brazos.

Eran tan pequeñitos como para sufrir por cosas que no les correspondían. Si yo con veintidós sufrí al entrar al hospital por una simple herida en el abdomen, no me quería imaginar lo que esas criaturas debían de sentir y pensar al pasar día tras día en una habitación de hospital, en vez de estar en algún jardín o parque jugando con otros niños.

Una doctora con una bata con muchos dibujos animados pasó por el marco de la puerta, llamando mi atención.

—Hola, Olivia, soy la doctora...

—La doctora que no te atenderá porque ese papel lo tendré yo. —El mismo doctor de la otra vez la interrumpió.

Se cruzó de brazos y le dio una brillante sonrisa. Ella negó con la cabeza y nos sonrió a ambos.

—Toda tuya, Bianchi.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.