Memories
Maroon 5
𝐍𝐢𝐜𝐨
—¡Debemos planear mi cumpleaños!
—Faltan tres semanas, Aurora.
—¿Tan poco? —Detuvo un momento el lápiz y levantó una ceja para pensar.
Negué con la cabeza y la observé volver a colorear.
Hoy era de esos días lluviosos de primavera. Los ventanales del edificio estaban cubiertos de gotas y la calefacción hacía lo posible por mantener el salón caliente.
Tomé un sorbo de café y volví la vista al portátil en mis piernas. Los boletos de avión estaban en un precio excelente para comprar uno ahora mismo y dejar de darle tantos pensamientos a si era correcto o no el ir a Italia, pero el precio era lo que menos me interesaba. Podían estar gratis que aun así los miraría con cierto recelo sobre la pantalla.
Sabía que lo que pasó con Emma estaba en el pasado y no podía hacer nada para traerla de vuelta, y que con Anna no tenía nada más pendiente, pero me asustaba regresar a casa y volverme a sentir vulnerable, sentirme decaído, deprimido.
Por algo me fui de allí: para volver a empezar desde cero y eliminar las emociones que me estaban ahogando. Pero si ya había empezado desde cero, ¿por qué me costaba tanto volver?
El portátil se iluminó con una videollamada y la contesté.
—¡Pero si es mi neoyorquino favorito!
Aurora reconoció la voz y se levantó de la alfombra para venir a mi lado.
—¡Tío Enzo!
Lorenzo Bianchi ensanchó su sonrisa cuando vio a su sobrina.
—¡Mi niña de cabellos dorados! —Hizo un gesto con la mano para saludarla—. ¿Cómo estás? ¿Papá te está cuidando bien? ¿Te deja comer azúcar?
—No —respondió decidida.
La miré con indignación y ella sonrió con malicia.
—Que mal padre, Bianchi.
—Sí la dejo comer azúcar, pero en porciones pequeñas —recalqué eso último—. Tú estás a kilómetros de aquí, no me ayudarás a reparar el desastre que Aurora haga por un subidón de azúcar.
—Mal por ti. Si te hubieras quedado aquí, hubiéramos sido dos padres excelentes. —Me dio un escaneo visual por la pantalla—. Bueno, yo hubiera sido un padre excelente.
—Padre dell'anno, di sicuro —dije con sarcasmo.
Enzo rio con muchas ganas, tanto que parecía que iban a salir emojis de su boca. No solía ser una persona aburrida o amargada, me gustaba conversar, reír..., pero Enzo me sobrepasaba. De los tres, él siempre sería el más divertido y con más energía.
—Sé que me adoras, fratellino. —Me guiñó un ojo—. Así como también sé que me extrañas.
—Ni de chiste.
—Yo sí te extraño. —Aurora pegó su mejilla con la mía para ver mejor la pantalla.
—Lo sé, Stellina mia, por eso iré a verte por tu cumpleaños.
—¡¿Vendrás a Nueva York en unas semanas?! —dijo con muchísima emoción. Yo, por mi parte, sabía cuántas pastillas para el dolor de cabeza tendría que mantener listas.
Enzo era... muy hablador y con un tono de voz muy alto. Él sin duda tomó el gen de entusiasmo más fuerte de los Bianchi.
—Así es, pero llegaré una semana antes para pasar algunos días solos tú y yo.
—¿Con el permiso de? —lo interrumpí.
—¿A quién le importa tu permiso? Te la voy a raptar si es necesario. Eso de estar encerrados en un apartamento en lo alto de un rascacielos les está jodiendo la cabeza. —Lo vi poner el teléfono sobre una palmera pequeña para bajar la tabla de surf del auto—. Les hace falta sol, mar y arena. Les hace falta un verano en Varazze.
—Papá no quiere ir.
—Estoy viendo opciones. —Mi voz salió en un susurro.
Enzo y Aurora me miraron con sorpresa. Sabía cuánto anhelaba ella ir a conocer Italia, y sabía cuánto quería mi hermano que regresara para estar con la familia, pero a ellos no les había afectado lo que pasó cinco años atrás.
Es decir, por supuesto que sí les dolió perder a Emma, claro que sí. Mamá entró en un cuadro depresivo por un tiempo, papá se apartó, Enzo dejó esa alegría y no hablaba con nadie y a mí nadie me escuchaba, nadie me entendía..., pero todos para ese entonces ya tenían su vida hecha, yo no. Mis padres tenían, y tienen, su cafetería, y Enzo vivía la vida que quería, surfeando y pasando encerrado en su estudio mientras dibujaba o llenaba la piel de alguien con la tinta de algún tatuaje.
Yo no tenía nada. Los pocos años que llevaba en la carrera pendían de un hilo, mi estado psicológico estaba fatal y me llegó la sorpresa de que, sin planearlo, iba a ser papá. Así que debía buscar algo para mantenerme a flote, y salir de Italia y venir a Nueva York fue la mejor opción en el momento.
—Los boletos bajaron de precio, estoy... —Miré de reojo a Aurora. Su mirada estaba llena de brillo—. Estoy pensándolo, pero puede haber una posibilidad de que nos veamos ahí en verano.
Lorenzo sonrió con mucha ilusión y miró un momento el mar que se mostraba atrás. Tenía la misma sonrisa que Emma y el mismo tono rubio de cabello que ella escondió con los tintes, pero que aun así se veía hermosa.
—Los esperaremos con ansias, Nico. Sabes que aquí también es su hogar, ¿cierto?
Asentí con la cabeza y le sonreí. Aurora le mandó un beso a Enzo y se despidió. Volvió a su tarea de colorear y yo cerré el portátil para observar la lluvia caer.
Los días lluviosos eran preciosos, pero cuando estabas tan acostumbrado a escuchar las olas del mar, ver el agua caer desde el cielo era como si sintieras melancolía y tristeza. Y en parte lo sentía así porque los primeros días que llegamos a Nueva York la lluvia fue la que nos recibió.
Yo estaba muerto de miedo cuando el avión aterrizó; Aurora dormía plácidamente en mis brazos cuando un chico de una agencia nos recogió en el aeropuerto para traernos a lo que sería nuestra nueva casa. El clima se acopló perfectamente con la tormenta que tenía en mi interior, con el lío de emociones que llevaba dentro... Así que ver las gotas caer me recordaba a uno de los momentos más vulnerables de mi vida, pero también el que hizo al Nico y a la Aurora que éramos ahora.
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Editado: 05.11.2024