Flores de primavera en la arena

La salida del laberinto que de algún modo debía encontrar

Shades of cool

Lana del Rey

𝐎𝐥𝐢𝐯𝐢𝐚

Escribir sobre mí no había sido fácil. Había tenido que rebuscar entre los escombros de mi pasado y desenterrar cosas que ni siquiera sabía que estaban ahí, pero me había ayudado a aliviar el dolor que había guardado durante años. Aunque también había sacado cosas que me lastimaban, pero eso era necesario, ¿no? No solo ver las cosas buenas, sino las malas también...

Desde que llegué el jueves pasado a casa lo primero que hice fue buscar una libreta que tenía guardada con hojas lisas y amarillas y empecé a escribir cosas. Al inicio fue difícil, estuve horas —¡horas!— con el lápiz en la mano y con la mente en blanco, pero cuando vi mi reflejo en uno de los espejos del salón, todas las ideas volaron a mi mente.

Volaron recuerdos, traumas, problemas, emociones, sentimientos, pensamientos... Volaron muchísimas cosas que me habían estado lastimado desde pequeña: como la indiferencia de mis padres, la diferencia de trato entre mi hermana mayor y yo, el rechazo...

Cosas de mi adolescencia: problemas, adicciones, vínculos tóxicos, regaños, reprimendas... Así como también cosas más recientes de mi adultez: manipulaciones, soledad, desconfianza, amenazas, golpes, heridas, distancia emocional, autocrítica... La lista seguía sin parar.

Muchas cosas que había retenido y que no quería notar o aceptar, pero que de algún modo sabía que estaban ahí, solo que no había tomado el tiempo para plasmarlas e identificarlas.

Tuve que explicarle a Logan entre lágrimas que estuve viendo una película triste que involucraba a un perro para que no hiciera ninguna pregunta sobre la libreta que escondía bajo el sillón y la cual tenía cosas escritas conforme a él que me lastimaban. Así que ahora parecía una niña de diez años que escondía su diario de sus padres para que no lo leyeran y no se enteraran que se había tocado la mano con un chico de su escuela.

Y después de un largo fin de semana escribiendo a escondidas y pasando los días sin deliciosos almuerzos y conversaciones profundas, estaba aquí, esperando de nuevo en la mesa a que el doctor Bianchi apareciera.

Lana del Rey sonaba por mis audífonos y dejaba que sus suaves notas me envolvieran. Volví a sentir unas manos retirar los audífonos sobre mi cabeza y asomarse por arriba para ver la pantalla.

—Un poco triste la canción, ¿no?

Llevé mi cabeza hacia atrás para ver a Nico. Él me sonrió cuando miró mis ojos.

—Se supone que, si estás triste y escuchas música triste, te pondrás feliz, ¿no? —Lo miré con los ojos un poco entrecerrados por el sol detrás de él—. Negativo más negativo, es positivo.

—Mira, si pasaste matemática básica.

Hice un chasquido con la lengua y Bianchi rio mientras se sentaba a mi lado.

—La música queda en nuestro subconsciente, Livvie. Debes escuchar música que te influencie positivamente, no una canción que trate sobre alguien con un corazón inquebrantable y que no puedas lidiar con sus demonios.

Sinceramente no era de prestar tanta atención a las letras, me guiaba más por la melodía, pero había de aceptar que ciertas canciones también tenían ese sentimiento de tristeza y melancolía.

—Mira, escucha algunas de las canciones que suelo escuchar en casa con Aurora. —Sacó su teléfono para buscar una canción.

—Si está en italiano...

—Aprendes italiano para que la entiendas, sencillo.

Lo miré con una ceja enarcada y una sonrisa divertida. Andaba con muchísimo humor y energía, tanta que podía compartirme un poco y hacerme sentir mejor. Bianchi puso mis audífonos sobre mi cabeza y una canción que solía escuchar en el radio en las tardes de Montana comenzó a sonar por los pequeños parlantes.

So many things that I want to say —empecé a cantarla.

You know I like my girls a little bit older —Nico siguió la letra.

I just want to use your love tonight.

I don't want to lose your love tonight.

Me quité los audífonos cuando la canción iba por la mitad y miré a Nico con aprobación.

—A ver, tampoco es que tenga la letra perfecta...

—Pero el ritmo contagia energía, tienes razón, Nico.

—Ahí lo tienes.

Lo vi abrir de nuevo las tazas y esperé pacientemente a que me pasara una.

—Lasaña. —Me pasó un cubierto y el tazón—. Mamá la solía hacer los fines de semana, así que probarás su receta especial.

Asentí con la cabeza en señal de aprobación cuando el sabor de la lasaña se impregnó en mi boca.

—Dile a tu madre que es una receta increíble.

Nico sonrió y se enfocó en su comida.

Debería darme miedo compartir con él, y no lo decía por lo que Nico pudiera hacerme, no. Lo decía por lo que pudiera pasarme a mí si alguien se enteraba que compartía con él. Y en parte me asustaba que llegaran a dañarlo.

Cuántas cosas, cuántas personas había dañado por tener la influencia de la persona equivocada en mi vida... Y sabía que el ciclo simplemente no se iba a terminar; al contrario. Cada vez se volvía como una rutina el joderlo todo.

Pero, aunque supiera que yo era como una sustancia que iba contaminando todo poco a poco, no me quería apartar, porque el sonreír me hacía bien, y él me hacía sonreír, muchísimo. No me había costado aceptarlo, porque sabías tan bien cuando llegaba un sentimiento, una emoción nueva a tu vida, que identificarlo era muy fácil.

Y lograr identificar las sonrisas por él había sido justamente eso.

—¿Escribiste? —preguntó después de un rato.

Ambos nos concentramos en el juego al aire libre que estaban haciendo unos estudiantes en el otro extremo del parque.

—Muchísimo, gracias por la idea.

—¿Sirvió de algo? No a todas las personas les sirve el escribir, pero pensé que tal vez a ti sí.

Dejé el cubierto sobre el tazón y entrelacé mis manos sobre mis muslos sin ver a Nico. Claro que sirvió de algo, sirvió para darme cuenta del montón de cosas que había estado reteniendo todo este tiempo y de las cuales era consciente, pero tenerlas plasmadas en papel y no solo dando vueltas por mi cabeza hacía que fueran más realistas, más significativas.




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