Matilda
Harry Styles
𝐎𝐥𝐢𝐯𝐢𝐚
—¿A dónde vas, Olivia?
—¡Lejos! ¡Lejos de ustedes!
Mamá se asombró cuando le grité. Papá apareció por el pasillo y me dio una cachetada que me hizo desorientarme.
—¡Cuida el tono de voz con tu madre!
Me llevé la mano a la mejilla y los miré con la vista borrosa por las lágrimas, lágrimas de cólera. Éramos un equipo de cuatro, una familia de cuatro... ¿Por qué se esmeraban en arruinar las cosas? ¿En cambiar lo que éramos? ¿Qué diferencia había entre ella y yo?
—¡Siempre es Stella! ¡Siempre! Nunca me preguntan cómo estoy, ni que me pasa, que me preocupa...
—Pues nosotros te vemos muy bien. Te lo estás pasando genial con ese chico, ¿no? Viajando en auto por las calles de Nueva York mientras se meten mierdas al cuerpo y terminan en algún lugar de mala muerte a esperar que el efecto pase, para repetir la misma escena el día siguiente, y el siguiente, y el siguiente...
—Daniel, déjalo —mamá le pidió con lágrimas en los ojos.
—No, déjalo no. Pago montones de dólares por la educación de ambas como para que tu desperdicies ese dinero drogándote con ese chico —papá me habló furioso—. Te lo advertimos, Olivia, dijimos que no queríamos que ese chico se involucrara en tu vida porque sería un problema.
—Pero tampoco hicieron nada para apartarlo, y ya no hay nada que hacer. Tal vez él es exactamente lo que necesito para ser feliz.
—¿Esto es ser feliz? ¿Parecer un zombi?
—Al menos él dice que me quiere —lo interrumpí—. ¿Cuándo me lo han dicho ustedes dos? Porque podemos preguntarle a la obediente y perfecta Stella cuántos «te quiero» recibe al día por parte de ustedes y sería imposible contarlos todos.
A papá no le cabía la furia en el rostro, pero detrás de todo ese enojo, había decepción en sus ojos azules. ¿Por tener la clase de hija que era? Tal vez, pero ellos eran los que habían hecho la Olivia que era ahora: una Olivia de diecisiete años rota, que cargaba con dolor emocional, que cargaba con maltratos que ellos no veían, manipulación emocional que ellos no veían, frustración escolar que ellos no notaban.... Y no hacían nada por apoyarme, porque siempre estaría Stella y su perfecto nivel académico y extracurricular. La hija perfecta, la hija deseada...
—Lárgate, Olivia. —Papá me señaló la puerta—. Desaparece de mi puta vista y no me vuelvas a siquiera dirigir la palabra.
Vi como Stella apareció escondida por las escaleras, viendo la escena. De hermana mayor no tenía nada, era una cobarde por nunca protegerme y eso nunca se lo iba a perdonar.
Le di una mirada de rencor a los tres y cerré la puerta con fuerza al salir.
Esperaba con paciencia en la sala de espera del hospital. La misma historia otra vez: Logan desesperado mientras movía las piernas con impaciencia a un lado mío en el sofá, yo nerviosa por ver al doctor nuevamente y sentirme expuesta, el montón de personas pasando de un lado a otro y dándonos una mirada extraña...
Miré a Logan de reojo. Tenía la mirada perdida en la pared del frente y los ojos cansados. «Tal vez él es exactamente lo que necesito para ser feliz...» Que equivocada estaba y cuánta razón tenían ellos.
Tal vez si los hubiera escuchado nada hubiera pasado y ellos seguirían ahí, pero no podía hacerlo. Me hacían daño, me lastimaban; palabras, acciones, reproches... ¿Por qué? ¿Qué tenía Stella que yo no? ¿Belleza? Ambas éramos iguales: cabello castaño, fino y ondulado, piel blanca como porcelana, labios rozados.... La única diferencia eran los ojos, pero después de ahí éramos exactamente iguales. ¿Entonces? ¿Qué diferencia había?
—Olivia Moore, ¿me acompaña? —La misma enfermera de la otra vez me llevó por el pasillo.
Pasamos frente a habitaciones, recepciones, y nos detuvimos frente a la puerta de la misma habitación de la vez pasada. El doctor Bianchi estaba adentro, llenando unos papeles sobre un escritorio mientras le daba la espalda a la puerta.
La enfermera desapareció por el pasillo y yo entré con cautela.
—Buenos días.
Nico se giró hacia mí con sorpresa y me regaló una bella sonrisa.
—Buongiorno, Olivia.
Una sonrisa tímida me delató cuando su acento hizo una impresión sobre mí. Había idiomas que para mí siempre superarían el inglés, y entre esos estaba el italiano. Hablaban de una manera tan espectacular que era muy atrayente.
—¿Cómo has estado estos días?
—Muy bien. —Subí a la camilla y él se quedó frente a mí—. Sobreviviendo a los temarios de los exámenes de la siguiente semana.
—¿Quieres hablarme de eso? De tu carrera.
Lo observé hacer el mismo protocolo de higiene de la vez pasada.
—Bueno, yo.... No hay mucho que contar. Estudio fotografía desde hace ya...
Traté de recordar el tiempo que llevaba en la carrera, y los recuerdos de lo que pasé antes de empezar volaron a mi mente; clínicas, terapia, psicólogos, dietas.... Todos de manera torturadora.
—¿Desde hace ya...? —Nico me incitó a hablar mientras se colocaba los guantes.
—Dos años.
—¿Y qué tal la fotografía? ¿Te gusta?
—Me fascina. La fotografía es una manera de capturar la esencia de los momentos, o de los verdaderos pensamientos de alguna persona en ese instante.
—Suena interesante tener la habilidad para capturar lo mejor de las cosas en una imagen.
Le sonreí y Nico me dio una mirada de curiosidad e intriga detrás de sus lentes. Sus ojos eran de un color café precioso. Bajé la cabeza hacia mi ropa y levanté mi camiseta cuando me lo indicó. La herida —aún más sana que la vez pasada— apareció ante él y la analizó.
—Están listos para retirar.
«Gracias al cielo». Agarró las tijeras y empezó a cortar los pequeños nudos con la ayuda de unas pinzas. Cinco minutos después mi piel quedó sin rastro de los hilos, y una línea larga y rosada se mostró a cambio en mi abdomen. Bianchi pasó sus dedos con delicadeza por encima y yo aguanté la respiración con nervios. No pude esconder el desaliento y desánimo cuando vi lo grande que era la marca.
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Editado: 20.11.2024