Learning to Fly
Pink Floyd
𝐎𝐥𝐢𝐯𝐢𝐚
—Si dejamos que entre muy poca luz, la imagen se mostrará oscura o estará subexpuesta. Si entra demasiada, puede que quede excesivamente brillante o sobreexpuesta. Así es como trabaja la exposición de la luz, por eso...
El sonido del reloj del profesor interrumpió su charla avisando la hora de salida. Nos sonrió cuando empezamos a cerrar las libretas y salimos del salón. Sentía como si las paredes del pasillo me presionaran el cuerpo e impidieran que respirara.
Era la hora del almuerzo. Un almuerzo con Niccolo Bianchi.
Llevaba sin tener un almuerzo con alguien durante... ¿meses, tal vez? Los suficientes para siquiera recordar cuándo fue la última vez que compartí un almuerzo con algún amigo.
Desde que me gradué de la secundaria mis habilidades para socializar se hicieron invisibles. En parte, porque mi único círculo social se basaba en Logan y, porque después de que todos se apartaran de mí por mis acciones, no me interesé en volver a tener amistades.
Se terminarían yendo tarde o temprano.
Con los chicos de la carrera no era como que tuviera muy buena comunicación, y la poca que tenía desapareció después de lo que pasó el otro día que Chris me acompañó a casa. Técnicamente tuve que buscar alternativas para que no se me acercara en horarios fuera de clase, mucho menos si Miller estaba cerca, sería como condenar a Chris a muerte y a mí a una movida un rato por el infierno. Así que el cambio de actitud con todos fue muy evidente y eso hizo que nos distanciáramos un poco.
Abrí las puertas corredizas de cristal hacia las mesas al aire libre y caminé entre los caminillos buscando alguna debajo de un árbol. Me senté en una mesa libre un poco lejos de los demás y saqué mis audífonos para escuchar música mientras esperaba.
Veía a las personas reír y compartir de su comida. Veía a repartidores con cajas de pedidos llegar a donde había grupos de amigos. Observaba a chicos aprovechar el tiempo del almuerzo para terminar sus maquetas o proyectos y luego sentí como dos manos me quitaron los audífonos de la cabeza.
—¿Pink Floyd? —Nico vio por encima de mi cabeza la canción que se reproducía en mi teléfono.
Fue un trabajo enorme que Miller me comprara otro.
—¿No te gusta? —Hice mi cabeza hacia atrás para verlo.
El color azul oscuro del uniforme médico le resaltaba ese leve tono blanco de piel. Supongo que los bronceados que solía tener debido al mar, según la historia que me contó ayer de su hermana y su acento o apellido italiano, había ido desapareciendo con las diferentes temperaturas de Nueva York.
—Claro que sí, no hay nada mejor que estar en medio de una cirugía con Pink Floyd de fondo. —Se sentó a mi lado y puso dos tazas pequeñas de comida en la mesa—. Aunque soy más de Gun's and Roses.
—¿Haces operaciones con música?
—¿Qué persona hace las cosas sin música? Es como salir a correr con zapatos de tacón: no se puede.
Sonreí y lo vi tomar las tazas. Abrió una de ellas y una pasta en salsa roja hizo que suspirara, inhalando el olor a tomate. Nico me pasó el tazón y me sorprendí cuando vi que era para mí.
—¿Me trajiste almuerzo?
—De nuestros almuerzos entre semana me encargo yo. —Me pasó un tenedor y me sonrió son sus labios juntos, formando un pequeño hoyuelo en su mejilla izquierda—. Así te involucro con la gastronomía de mi país.
—Deben de ser deliciosos todos los platillos. —Me relamí los labios al probar la deliciosa salsa.
Dios, este hombre cocinaba como los dioses. No probaba una comida tan deliciosa desde la que la cocinera en primaria hacía. Quitando a mi abuela de la lista, por supuesto. Ella estaba de primera, pero si estaba en Montana era imposible para mí probar su comida.
—Saben mejor rodeados de la arena en Varazze, pero aun así son buenos.
Lo observé comer y mirar distraído hacia las demás mesas donde los otros estudiantes hacían lo mismo. Una sonrisa tímida se me escapó. Antes no me preocupaba por almorzar. Podía comprar en la tienda de la facultad o traer desde casa, pero no era mi prioridad. Prefería pasar los cuarenta minutos del almuerzo sentada en algún pasillo mientras esperaba a que el tiempo pasara. Pero ahora con la compañía de Nico y su deliciosa comida, era como si no pudiera esperar a que llegara el lunes para volver a repetir la escena.
—¿Tus amigos no almuerzan contigo? —preguntó después de un rato.
—No tengo amigos —me sinceré.
—¿No te gusta hacer amigos?
—Es muy difícil que alguien quiera ser mi amigo.
—Pues yo soy tu amigo y para mí no fue para nada difícil decidir serlo.
Intenté esconder una sonrisa, pero no funcionó. Nico llevó su mano hacia mi mejilla para limpiarme algo.
—La salsa va en la boca, no en las mejillas, Livvie.
Sonreí con más ganas cuando escuché como me llamó. Ese apodo lo había extrañado por años, los únicos que me llamaban así eran mis abuelos por parte de mamá, y tenía muchísimos años sin hablar con ellos. Volver a Montana era como algo que me había prohibido, era volver a ver los campos donde crecí tan feliz, donde todo era más normal que antes de llegar a Nueva York y que las cosas se jodieran.
—¿Puedo hacerte una pregunta, Nico? No, espera —fruncí las cejas mientras lo veía—, ¿te molesta que te llame Nico?
—¿Por qué me molestaría? Yo acabo de llamarte Livvie y sé que te gustó. —Hablaba mientras abría un chocolate para partirlo en dos—. Llámame como tú quieras, pero me encanta que me llamen Nico, es cómo si me sintiera más cercano a la persona.
Asentí con la cabeza y recibí mi trocito gustosa. No había persona en el mundo que amara más el chocolate que yo.
—Pregúntame lo que quieras.
Miré el grupo de personas que pasaban por el frente antes de hablarle.
—El otro día dijiste que te preocupabas por mí...
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Editado: 20.11.2024