A Sky Full Of Stars
Coldplay
𝐎𝐥𝐢𝐯𝐢𝐚
No había sido un tal vez. Si me había convencido de volar.
No había podido dormir nada la noche anterior por editar las fotografías y poder enviar mi proyecto final. Me atrasé unos cuantos días con la entrega, pero esperaba que el profesor lo valiera con las increíbles imágenes que iban en la carpeta. Las fotos de la boda habían quedado increíbles. Estaba muy orgullosa de mí misma.
—Podría enseñarles a surfear. —Nico no había parado de hablar en las seis horas que llevábamos de vuelo. Le hacía muchísima ilusión mostrarnos su hogar, lo que solía hacer de pequeño, su vida anterior…—. De hecho, les enseñaré. No pueden ir a Varazze y no aprender a surfear. Es tan vital como respirar.
Yo estaba muy nerviosa por aterrizar. Creo que todos lo estábamos, en realidad. Era mi primera vez volando y convivir con la vida de Nico me generaba tanto emoción como nerviosismo. Aurora estaba emocionada por ver a su familia, conocer un lugar nuevo y todo lo que conllevaba la vida aquí en Italia. Después de todo, su familia era de aquí, las costumbres con las que, de algún modo, había crecido en Nueva York, eran de aquí, y eso le entusiasmaba muchísimo.
Y, por otro lado, estaba Niccolò. Sabía que estaba feliz de volver a su hogar, pero detrás de toda esa emoción, había duda y conmoción. Sabía que había superado lo de Emma, o que había encontrado una manera de sobrellevarlo, pero aún le dolía venir a su vida anterior y no verla aquí. Y con Anna, bueno, no sabía la historia completa, no quería presionarlo a hablar sobre las cosas que lo lastimaban, como él nunca lo hizo conmigo, pero suponía que también era una espina en su historia.
Dos horas después de algunas historias por parte de Nico y preguntas curiosas por parte de Aurora, caminábamos por el pasillo del aeropuerto directo a la salida.
—¡Nico! —alguien lo llamó cuando cruzamos las puertas. Ya empezaba a identificar esa voz.
—¡Tío Enzo! —Aurora dejó la maleta en el suelo y corrió hacia él, que se separó del capó del auto y le abrió los brazos a su sobrina para recibirla en un abrazo.
Nico caminaba con mala cara hacia su hermano, pero se le escapó una pequeña sonrisa cuando él le abrió los brazos para repetir el mismo acto que con su hija.
—Fratello, te extrañé más de lo que me gustaría admitir. —Lo tomó por las mejillas y le movió la cabeza para escanearlo—. Te sienta bien el color de Italia.
—Llevo cinco minutos aquí.
—¡Y Livvie! —lo ignoró—. Estás más hermosa que la última vez. —Me besó la mejilla y su olor a bronceador y a playa se impregnó en mi piel.
Lorenzo era un tipo encantador. Definitivamente el tipo de chico que querrías tener como mejor amigo. Era muy agradable y cómodo estar a su alrededor.
—Ahora, a casa. —Tomó las maletas para meterlas en la parte de atrás de su auto—. Mamá hizo una deliciosa lasaña que está esperando por mí.
—Por nosotros —lo corrigió su sobrina.
—Eso fue lo que dije. —Le revolvió los mechones dorados y le abrió la puerta del auto para que subiera.
Después de un viaje de treinta minutos, estábamos entrando a las calles cerca de la casa de Nico. El pueblo era como mostraban a Italia en las películas: había pequeños caminos entre las tiendas y las casas. Las ventanas de las casas que estaban en el centro de la pequeña ciudad eran preciosas, tenían balcones como de películas. Toda una fantasía.
Sin embargo, la casa de los Bianchi estaba más cerca de la playa, literalmente a los pocos pasos de la arena. Las casas estaban agrupadas, todas de colores muy parecidos y veraniegos. La casa de Nico era grande, a la orilla de la calle y del otro lado con la arena rozando lo que podríamos llamar jardín, pero en vez de plantas, había caracolas y palmeras.
—Bienvenidos a casa. —Su hermano le dio un apretón cariñoso en la pierna y bajó del auto. Aurora lo siguió, pero ni Nico ni yo teníamos la iniciativa de bajar pronto.
Él miraba su casa por el vidrio del frente. La veía con ilusión, tenía muchísimos años sin pisar el lugar donde creció, pero también la veía con terror, como si recordara todas las cosas malas que pasaron antes de que él tomara un vuelo imprevisto a Nueva York.
—¿Estás bien? —me atreví a preguntar.
—No va a estar ahí… —susurró.
—Ella no, pero yo sí. —Me puse en medio de los dos asientos delanteros y lo miré—. No planeo ser ella, mucho menos reemplazar, sería un papel que me quedaría muy grande, pero yo estaré a tu lado si sientes miedo, ¿de acuerdo? —Levantó la cabeza y me miró, tenía la mirada húmeda, con lágrimas de nostalgia—. Si quieres salir y pasar toda la noche caminando por ahí para calmar el dolor, te acompañaré con todo el gusto del mundo. Y si quieres ir solo, te acompañaré de todas maneras, porque no pienso dejarte solo, Nico. Tú no lo has hecho conmigo y no pienso romper ese patrón.
Me sonrió con tristeza y yo lo atraje hacia mí para abrazarlo. Siempre era él quien me abría los brazos cuando necesitaba sentir el calor de alguien más, ahora me tocaba a mí hacerlo, porque ya no estábamos en Nueva York. Allá era el lugar de mis tormentos, pero aquí… Aquí había sido la vida de ensueño de Nico y también el lugar donde más sufrió. Y que ahora esos recuerdos volvían cuando tenía al escenario frente a él.
—Gracias. —Se separó de mí y me sonrió mientras abría la puerta.
Bajamos del auto y empezamos a caminar hacia el interior. Nico abrió la puerta de su casa y el olor a lasaña y las risas de la cocina nos recibieron. Había un pasillo frente a nosotros que llevaba hacia la cocina, a la derecha una preciosa escalera de madera hacia el segundo piso y a mi izquierda un salón grande y cómodo, lleno de juegos de mesa y cojines enormes.
—¡Mis niños! —exclamó Alessandra cuando nos vio por el umbral—. Qué lindo tenerlos en casa.
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Editado: 20.11.2024