Flores de primavera en la arena

Las olas del mar eran capaces de quitar cualquier mal

Slipping Through My Fingers

ABBA

𝐍𝐢𝐜𝐨

Veía las olas de mar con mamá a mi lado. Ambos sentados en la arena.

Se sentía tan bien volver a casa, no podía negarlo, pero también era extraño sentir la calma que no sentí en mi último año aquí. Se sentía extraño haber salido del país para lograr sanar y volver a crecer, pero se sentía reconfortante que, al haber vuelto, las cosas hayan cambiado para bien.

Ver mi hogar me dolía de cierto modo. No escuchar las risas de Emma o ver sus cosas desordenadas por toda la casa era ajeno a lo que acostumbraba seis años atrás. Pero me reconfortaba ver que todos habían avanzado.

Estaba bien llorar, yo a veces lo hacía, sobre todo los días festivos como su cumpleaños, navidad, año nuevo… O esas fechas donde recordaba ver su ataúd cubriéndose de tierra, pero era parte de ser seres humanos. De sentir, de recordar, de extrañar, de amar…

—¿Crees que puede vernos y escuchar lo que le decimos? —me preguntó mamá mirando donde el cielo se mezclaba con el azul del mar.

—Claro que sí, pero no pasa pendiente de nuestras vidas, mamá. Ella está feliz, descansando. Solo está presente cuando le decimos lo mucho que la seguimos queriendo.

Me miró con una sonrisa.

—A veces me sorprende lo mucho que te pareces a tu padre, con esa tranquilidad y madurez que los caracteriza a ambos.

—Enzo y Emma no sacaron eso de él.

La risa de mamá se escuchó entre el golpe de las olas en la orilla de la arena.

—Para nada. Aun sigo sintiéndome orgullosa de mí misma en cómo pude afrontar tres crianzas diferentes. Mientras Enzo se metía en problemas en la secundaria, tu encerabas tu tabla de surf en la arena y Emma se escondía en algún espacio entre los cojines para pegarnos un susto.

—Que placer me da saber que yo era el menos problemático.

Me pegó con el codo de manera divertida.

—Que va, ni tanto. Me esperé ser abuela de manera inesperada por tu hermano mayor, no por ti.

—Pero la adoras, no puedes negarlo.

Eso la hizo sonreír. El viento le movía el cabello y así, de perfil, era cómo ver el retrato de Emma si en una realidad alterna hubiera llegado a tener la misma edad de mamá.

—Estoy feliz por ti, Nico —confesó—. La vida que tienes es lo que siempre soñé para ustedes tres: que fueran felices. Y estoy orgullosa de que hayas podido volar de vuelta a casa, aunque esa estadía tenga fecha de caducidad.

—Pienso volver, más veces de las que te imaginas.

—¿La traerás en todas?

—¿A Aurora?

—A Olivia, tonto. A mi nieta claro que la tienes que traer. O si no iré yo por ella.

Crear la imagen de Olivia con nosotros de nuevo en el avión era agradable. Apenas llevábamos un día aquí, pero se sentía muy diferente a estar rodeados del ambiente de Manhattan. Era un ambiente aún más agradable, como si aquí, en este pedazo de playa en Varazze, todos pudiéramos ser nosotros mismos.

—Sí —respondí a su pregunta.

—¿La quieres?

—Tanto que hubiera deseado conocerla más antes.

Mamá me miró con sorpresa. Trató de no sonreír, pero no pudo evitar que la comisura de sus labios se levantara.

—No juzgues el tiempo, Nico. Todo está perfectamente donde debe estar.

Lo sabía. Había aprendido eso tras años de ponerlo en práctica en mi mente, pero a veces sentíamos que el tiempo era injusto, cuando en realidad su trabajo era extraordinario.

Alessandra se levantó de mi lado, sacudiéndose la arena de sus manos.

—Tienes dos meses fuera de la rutina, donde puedes hacer lo que quieras. Sabes que Varazze es ese lugar donde has creado tus momentos más importantes. —Levanté la cabeza para mirarla—. Quitando todo lo malo que pasó en el último año. Pero no debemos enfocarnos solo en lo negativo, Nic, sino todos llevaríamos una nube negra sobre la cabeza. Debemos saber apreciar las cosas buenas la mayoría del tiempo posible. —Miró a su derecha, hacia la casa, y sonrió—. Así que saca provecho de estas semanas. La vida es muy corta.

Pasó sus dedos por mi cabello y comenzó a caminar de vuelta a casa. Yo apoyé los brazos sobre mis rodillas, abrazando mis piernas. Adoraba el olor del mar, de la arena, el olor a bronceador, a la parafina que utilizaba para encerar la tabla para surfear…

Unas manos me abrazaron por detrás, juntándolas delante de mi pecho.

—Lamento levantarme tan tarde. —Olivia apoyó su mentón sobre mi hombro—. El sonido de la ciudad despierta por las mañanas era mi despertador.

—Aquí no tendrás eso.

—No, y eso es lo que me gusta de tu pequeño pedacito de playa. —Me soltó y se sentó a mi lado, viendo el mar—. Que me recuerda a la misma calma que transmitía mi pueblo en Montana.

—Con la diferencia de que aquí encontrarás peces en vez de caballos.

—Los peces también me gustan. —Sonrió.

Traía los mismos pantalones cortos y la misma camiseta con la que durmió anoche. Después de hablar con mis padres en la cocina, subí a decir buenas noches, pero me sorprendió no ver a Aurora en la habitación que le correspondía. Después de revisar la mía y tampoco encontrarla ahí, me sorprendí aún más viéndola dormir con Livvie. Nunca había tenido una expresión de serenidad tan plasmada como la que tenía mientras ella la abrazaba.

—¿Por qué durmió contigo?

Livvie me miró, con las cejas un poco fruncidas.

—La vi vulnerable. Ella… extrañaba a Emma y… también a su madre.

Que la nombrara me hizo enfocar mi atención en ella.

—¿Eso te dijo?

—Con palabras más sofisticadas y elaboradas, pero sí.

Suspiré y volví a ver el mar. Dios, cómo lo extrañaba. ¿Cómo pude tomar la decisión de irme con todo el cariño que le tenía? Después de lo que pasó con Emma le agarré cierto recelo, porque había sido en parte su culpa que le haya pasado lo que le pasó, pero era solo la naturaleza, no podía juzgarla tampoco. Y esa naturaleza, ese enorme espacio lleno de agua, había sido también por muchos años lo que más felicidad me había traído.




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