Flores de primavera en la arena

Tortugas de mar

Could You Be Loved

Bob Marley & The Wailers

𝐎𝐥𝐢𝐯𝐢𝐚

—¿Lista? —me preguntó Enzo.

—No.

Él y Nico nos habían estado enseñando a Aurora y a mí a cómo surfear la última semana. No era lo mismo que montar a caballo o estar sobre la patineta, pero no había sido tan difícil aprender.

Aurora lo traía en la sangre, porque a los pocos días ya sabía cómo manejar la tabla con bastante control. Yo, por el contrario, aún tenía cierto miedo a las olas, y las de hoy eran inmensas.

—Entre más miedo le tengas al mar, más difícil será controlar la tabla sobre el agua.

Empezó a remar con sus brazos para esperar la ola que se estaba formando detrás de nosotros. A unos metros, Niccolò y Aurora hacían lo mismo. ¿Cómo a ella no le daba miedo ver tal cantidad de agua viniendo hacia acá? Me sentía humillada. Nunca había sido miedosa, pero estar sobre litros y litros de agua acojonaba un poco.

Yo los imité. De todos modos, si me quedaba ahí, el agua me iba a cubrir hasta hundirme. Empecé a avanzar hacia adelante hasta alcanzar a Enzo, la ola se empezó a hacer más y más grande y alta. Cuando estuvo lo suficiente cerca de nosotros, ambos nos pusimos de pie sobre la tabla, flexionando las rodillas. Empezamos a buscar el interior de la ola, donde se formaba un arco y el agua reventaba al chocar abajo.

Nico y Aurora estaban al final de la ola, detrás de nosotros, donde el agua solo se elevaba y te dejaba resbalar hacia abajo hasta llegar a la orilla del mar. Enzo técnicamente me había empujado con él hasta el otro extremo de la ola, donde quedabas totalmente atrapado entre el agua.

—¡La mejor ola de toda la semana! —gritó dentro del agua, mientras seguía el transcurso del mar.

La ola pareció escucharlo, porque agarró más fuerza y se cerró completamente, tirándonos de la tabla y arrojándonos al fondo del mar. Ambos empezamos a nadar hacia la superficie, la tabla estaba amarrada con una cuerda a nuestros tobillos, así que nos impulsaba a flotar.

—Recuérdame la próxima no abrir la boca —dijo cuando pudo tomar aire.

—¡La próxima no tomo la ola contigo!

—Había que ponerle emoción a la tarde, Livvie.

—¿Emoción es casi irse a vivir con las tortugas?

—No creo que acepten tortugas tan grandes en la manada.

—Las tortugas no andan en manadas, idiota. Son animales solitarios.

—También pasaste biología básica —me molestó Nico cuando llegó a nuestro lado nadando sobre la tabla.

Lo fulminé con la mirada. Ese chiste estaba empezando a acabar con mi paciencia.

—¡Encontré una caracola! —exclamó Aurora detrás de él—. La ola la empujó hasta la orilla.

Tenía colores rosados y naranjas. Era hermosa.

Todos estábamos a un par de metros de la orilla del mar, donde las olas llegaban más como pequeñas ondas. Me senté sobre la tabla y bajé las piernas a los lados de ella, tocando el agua. Enzo me imitó y, cuando lo vi fuera del agua totalmente, no pude aguantar la risa al ver las algas que tenía en el cabello.

—El que se fue a vivir con las tortugas fue otro.

—No te burles. —Se quitó el largo pedazo de alga del pelo—. Es un truco que uso para tener el cabello que tengo.

—Ya —dijo su hermano.

Sentado sobre su tabla, con la camisa negra empapada y tiñéndose a su figura como una segunda piel, era como estar muriendo ahogada sin tener el agua cubriéndome. Si vestido de doctor se veía brutalmente atractivo, con ese aire playero, con la piel bronceada, el cabello empapado y las mejillas sonrojadas por el sol, era como estar viendo el pecado en persona.

Y yo no podía dejar de verlo.

Alguien silbó detrás de nosotros, en la arena. Los tres nos giramos para ver quien nos llamaba, Aurora seguía viendo el agua como si fueran a salir más caracolas de ahí. El padre de los chicos nos hacía señas para ir hacia allá. Sabía que quería darnos un paseo en bote antes de que el sol se escondiera totalmente. Decía que había una parte de la costa, algo como una playa escondida, donde solo se podía acceder a ella en barco, y quería que su nieta y yo la conociéramos.

—Habló el jefe —dijo Enzo mientras se acostaba sobre la tabla para nadar a la orilla.

Aurora lo imitó, le gustaba mucho estar cerca de él porque la hacía reír. Nico se acercó a mí y chocó su tabla con la mía.

—¿Te gusta mi playa?

—No es tuya —lo molesté.

—Técnicamente lo es. Yo era quien pasaba más tiempo en el mar de todas las personas que viven aquí.

—La compartes con tu hermano.

—Enzo es mantequilla.

Ahora fue su hermano quien nos llamó desde la orilla. Su padre estaba cerca del muelle con Alessandra, alistando el barco.

—Tus padres son muy amigables.

—Les hace ilusión compartir sus costumbres.

—A mí me hace ilusión que me las enseñen. Lástima que solo tenemos dos meses.

—Volveremos.

Aparté la mirada del barco y miré a Nico.

—Quiero seguir viniendo, y quiero que nos acompañes en todas.

—No hace falta que venga todas las veces. —Me ruboricé, apartando la mirada—. Tú también necesitas pasar tiempo con tu familia…

—Tú eres mi familia.

Mi corazón empezó a latir con muchísima velocidad. Había muchas frases, comentarios, caricias… que no eran las que los amigos acostumbraban. Nico nunca había hecho algo que me hiciera sentir incómoda, y sí teníamos el término de amistad en medio de ambos, pero había algo más…, algo más que me despertaba emociones que creía muertas.

—Livvie, yo…

—¿Se van a quedar hablando ahí toda la tarde o van a subir? —gritó Enzo desde el barco. Ya habían zarpado y se habían acercado lo más que podían a donde estábamos nosotros.

Nico suspiró, y yo por dentro, pese a que Lorenzo me agradaba un montón, quise ahogarlo en el mar. Ambos empezamos a nadar hacia el barco, subimos por la escalerilla y dejamos las tablas contra los barrotes de metal.




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