Flores de primavera en la arena

Los trucos de magia no eran exactamente mágicos

King

Olly Alexander (Years & Years)

𝐍𝐢𝐜𝐨

Las calles del pueblo estaban llenas de personas por el festival de verano.

En la plaza del centro había gente haciendo trucos de magia, pero mucho más increíbles que los tradicionales que hacían en fiestas infantiles. Por las orillas de las calles habían puestos de comida, de artesanías, de objetos que no necesitabas pero que por algún motivo querías…

—Vengan. —Enzo nos guio a los tres. Papá y mamá estaban en el área de los postres.

La cafetería de mamá era parte del evento, así que tenían un puesto con sus deliciosos postres, pero ella estaba como espectadora hoy. Los demás años sí había participado de la actividad.

—Necesitan tener uno de estos. —Levantó un collar con pequeñas caracolas, igual al que tenía él en el cuello.

—¿Tiene algún significado para ustedes? —preguntó Olivia con curiosidad, moviendo las espesas pestañas.

El bronceado le quedaba de maravilla. Llevaba la parte de arriba de un bañador y un pantalón corto de mezclilla. Su cabello recogido en un moño alto desordenado y los tenis que siempre la acompañaban. Las pecas parecían hacerse más notables en esta época del año, y ella había hecho lo posible por no esconderlas tras el maquillaje.

—Casi todos en la playa tienen uno —respondí.

—Y si no ves que tienen uno en el cuello, posiblemente tengan una pulsera igual en el tobillo —siguió Enzo—. Es como cuando todos usan guantes y bufanda en el invierno. Aquí en la playa es lo mismo, pero todo el año.

—Ese me gusta. —Aurora señaló uno con caracolas blancas, pero con una estrella de mar en el centro.

Yo ya tenía el mío. Era igual al de Lorenzo y el mismo con el que Emma había sido sepultada. Se negaba a quitárselo y siempre nos obligaba a nosotros dos a nunca hacerlo. Yo lo había dejado guardado en un cajón de mi habitación cuando me fui de Italia. De todos modos, en Manhattan no lo iba a usar, pero me había arrepentido por un tiempo.

—Yo quiero ese. —Olivia señaló uno igual al de Aurora, pero en vez de una estrella tenía una pequeña tortuga.

—Ya vi que te gustaron las tortugas. —Enzo se lo pasó—. Vas a tener que tatuarte alguna para recordar tu primer paseo.

—Lo tenía pensado.

La miré con las cejas fruncidas y ella me sonrió con inocencia. Enzo pagó los collares y se agachó para ayudarle a su sobrina a ponerse el suyo.

—Date la vuelta —le pedí a Livvie.

Acató mi petición y se giró, dándome la espalda. Aparté las tiras de su bañador que se juntaban en el cuello y amarré el ganchillo de la gargantilla. Su piel se erizó al sentir mis dedos tocando su cuello para acomodar las tiras a los lados del collar.

Enzo siguió guiándonos por el festival mientras veíamos las atracciones que había en las calles. Aurora caminaba a su lado, tomando su mano. Sentí la de Olivia tomar la mía en un acto distraído. No era extraño para nosotros tomar la mano del otro, se había vuelto una caricia distraída que hacíamos, pero a mí me gustaba sentir su piel contra la mía.

—Creo que dejaré la carrera, la galería y me traeré a Horus conmigo a vivir aquí.

—Cuando lo hagas, avísame para presentar mi carta de renuncia también.

—Es como una fantasía vivir aquí, Nico. Ahora entiendo porque siempre que hablabas de Varazze se notaba el cariño en tu voz, aunque no lo hayas pasado tan bien los últimos meses.

—Aprendí que eso no quitaba el amor que le tenía a mi pedacito de playa.

—Pues tu pedacito de playa me encanta. Tendrás que compartirla.

—Mientras sea contigo no tengo problema.

Eso la hizo sonreír y dejar que el color rosado llegara a sus mejillas.

En la tarde odié a Enzo por un segundo al quitarme el impulso de decirle a ella todo lo que quería decirle, pero en el fondo le agradecí por hacerlo, porque no era el momento indicado.

Tenía miedo de que, si tal vez decía algo, jodería el resto de nuestras vacaciones. Pero ella esperaba que hablara, lo notaba por la manera en la que se quedaba expectante a lo siguiente que saldría de mi boca.

—¿Quieres helado? —le pregunté.

—Nunca se niega un postre, doctor Bianchi.

Sonreí. Me gustaba que me llamara así. Me acerqué hacía el puesto de helado y le hablé a la chica en italiano. Algunos de los residentes sabían inglés, sobre todo los de las zonas más turísticas, como lo era Varazze en ciertas épocas del año, pero yo prefería usar mi idioma natal cuando estaba aquí. Allá en Nueva York solo lo utilizaba con Aurora.

Pedí un helado para cada uno y le agradecí a la chica. Olivia me miraba embobada cuando me giré hacia ella.

—¿Podrías no dejar nunca de hablar en italiano, por favor?

—¿Qué gracia tiene dejar el inglés entre nosotros? Así puedo molestarte y que entiendas.

Me empujó con el hombro y llevó la cuchara a su boca. Aurora se acercó a nosotros cuando Enzo se quedó hablando con uno de sus tantos conocidos que estaban en el festival.

—¿Es de fresa? —nos preguntó.

—Sí, ¿quieres? —Olivia le ofreció y ella asintió con la cabeza.

Nos detuvimos en la calle para que le diera a probar del helado y alguien pasó su mano por mi espalda para girarme.

—¿Nico?

Levanté la cabeza hacia la persona y fruncí el ceño.

—¿Victoria?

—¿Qué haces aquí? Pensé que te habías ido.

—Y tengo derecho a volver, ¿no? También soy de Italia por si se te olvida.

—No, no, claro que puedes, lo digo porque me sorprende verte aquí con… —Miró detrás de mí, dónde estaban Olivia y Aurora mirándonos con curiosidad—. ¿Esa es Sofía?

—Aurora —la corregí—. Sí.

Victoria se agachó frente a ella admirada y alzó la mano para tocarla, pero Aurora dio un paso hacia Livvie, pegándose a su pierna.

—Lo siento, es que me recuerdas mucho a tu mamá…

—Victoria —le advertí.

Mi hija me miró con cierta impresión y volvió a ver a Victoria.




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