Flüo

1° Secuestro Exprés

¿En algún momento te has escapado de tu hogar cuando eras un infante y al vergonzoso tiempo de dos minutos en los que saliste te arrepentiste para querer volver como perro desolado?

De niño no tuve el privilegio de hacer eso, pero nunca es tarde para ello, incluso a tus tiernos veinticinco años.
Acabo de escapar de mi castillo y Reino hace quizás dos horas y ya quiero regresar como perrito desolado.
¿El inconveniente? Que estoy siendo perseguido por cinco bestias con poderes que tratan de asesinarme como si la vida les fuese en ello.

Sigo corriendo con todas mis fuerzas a través del frondoso bosque, doy un vistazo hacia atrás notando como logro escaparme rápido de ellos, excepto de uno que parece ser el más viejo. Las ramas me laceran el rostro por el impacto con el que chocan. El herbazal entero parece odiarme ya que todo dificulta mi huida al lastimarme, los animales, las rocas y el piso cuando me encuentro con rocas que salen de la nada misma. El choque violento que me doy con estas me hace caer y rodar en un pequeño barranco que de haber logrado esquivar las rocas, podria saltarlo sin problemas.

Siento golpe tras golpe y movimientos raudos involuntarios, quizás una que otra costilla rota por allí; hasta que me freno en seco derrotado cuando llego al fin de la caída. Claro que no me rindo e intento arrastrarme con pesadez aprovechando la gran ventaja que les llevaba a esas cosas, pero con el retardo de la caída y mi cuerpo moroso al movimiento me alcanzan unos minutos después.

Escucho sus pasos frenar detrás de mi cuerpo en el suelo y resollidos que me preocuparían en otras circunstancias por lo agotados que suenan. Suspiro resignado a mi muerte, supongo que ese día iba a morir de todas formas, y me volteo para ver a las cinco bestias frente a mí.

Cuando me encontraron, no me dí el tiempo de apreciarlos como ahora, con solo ver sus ojos negros como el fondo del océano a mitad de la noche, supe que tenía que correr; pero viéndolos mejor, no parecen tan tenebrosos como imaginé que serían.

Primero me fijo en una chica que tiene mitad de su cuerpo oculta tras uno de ellos. Es una chica de cabello castaño claro, con sus ojos oscuros que viajan a todos lados como el azogue que jurarías trata de adivinar cada incógnita del mundo con ellos. Tiene su mano en la nariz acariciando con dolor ya que, del miedo, le dí una patada para poder correr. Se me hace extraño que no tenga sangre o al menos un moretón, porque no fuí delicado en lo absoluto.

—¿Qué hace aquí? Nunca salen si no están en grupo… o con sus armaduras —inquiere un chico bastante joven con el cabello igual de negro que sus iris. Este tiene dos cristales sin mucha forma, pero con bastante filo en las manos que me intimidan bastante.

—Quizás está perdido —responde la chica a la que patee.

Mientras estan distraídos descifrando qué ocurre conmigo, me levanto inyectado por el miedo para correr otra vez, pero al instante comienzo a sentir como cada gota de sangre en mi interior comienza escocer. De las pequeñas heridas distribuidas por todo mi cuerpo sale una cantidad de sangre anormal para lo que eran.

No siento mucho dolor, solo molestia, pero en la desesperación y el miedo de la anómala sensación que tengo les ordeno que paren lo que me están haciendo.

Detengo mis pasos apresurados y la sensación para también. Vuelvo a girar mi cuerpo a su dirección con cautela para que no se les ocurra hacerme otra cosa.

—Mel, no le hagas nada —advierte el hombre que no logré perder tan fácil antes, eso mientras trataba de cubrirla más con su cuerpo.

El no entender qué hizo conmigo antes me pone nervioso al no saber con qué me enfrento, y eso me hace juguetear con un anillo de plata que siempre traigo puesto. No puedo huir de ellos sin saber qué son capaces de hacerme, quizás todos tienen esa capacidad de lastimarme por dentro y prefiero no averiguarlo a las malas.

—¡Me pateó la nariz! —replica la chica aún con la mano en el mismo sitio—. Déjame devolverselo.

—Ya le herviste la sangre, están mano —le reprocha y ella alza el mentón satisfecha—. Ahora hay que llevarlo con Rainer.

Cuando describí de forma aleatoria cómo me sentía pensando que mi sangre hervía, fue como una intrépida metáfora, no creí que literal esa cosa acaba de hervir mi interior.

Todos se acercan a mi cuando recuerdan que me tienen enfrente y vuelvo a desesperarme lo suficiente como para olvidar que si corro me ebullen desde adentro.

—No te haremos nada, deja de tener esa cara —dice lo que parece ser una chica bastante bajita con el cabello rubio y los mismos ojos negros que tienen todos. Me comienza a aburrir tan poca variedad.

No escucho lo que me dice porque trato de correr de nuevo pero mi rostro se estrella con una piedra gigante recién salida del infierno parece.

—Creo que no va a escucharnos —responde el de pelo negro pero yo me enfoco en otro chico moreno al fondo que tiene los ojos blancos por una décima de segundo.

—Solo tomenlo de las piernas y ya —indica el chico cuando sus ojos pasan del blanco al negro habitual de los demás.

—Ni siquiera lo piensen, bestias —les digo arisco buscando mi espada en la funda sin éxito— ¿Qué? ¿Dónde…?

El mayor muestra mi arma que toma casi con hastío por la punta del mango con los dedos, como si fuese venenosa. Al instante que noto mi espada en sus manos veo que también tienen mi corona y no se perdió en el bosque como lo pensé antes.

»¡Devuelvan mis cosas, ladrones! —exijo extendiendo mi mano y solo se miran entre ellos juzgándome.

—¿No éramos bestias? —pregunta el moreno socarrón.

El mayor parece cansarse y luego de un suspiro de paciencia me pregunta:

—¿Vendrás por las buenas o por las malas?

Yo siempre complicaré todo incluso si me afecta a mí. Así que esquivo la roca con la que antes encaré y trato de huir despavorido una última vez, sin éxito alguno, claro, ya que un súbito y tormentoso dolor me invade de tal forma que no soy capaz de soportarlo, cayendo desmayado al suelo.




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