El aire de la sala estaba cargado, denso, casi palpable. Mis padres, que normalmente eran un bastión de calma y estabilidad, estaban inmersos en una discusión que me heló la sangre. La palabra «matrimonio» sonaba en mi cabeza como un eco distorsionado de una pesadilla. Henry Miller, un nombre que siempre había asociado con frialdad y negocios, era la clave para salvar nuestro mundo de la ruina. Mi padre, el hombre que siempre me había protegido, estaba al borde del abismo y yo, su hija, parecía ser la moneda de cambio.
—¿Está pasando algo? —pregunté, intentando disimular el pánico que me consumía.
—No, princesa —respondió mi padre, desviando la mirada.
—Sí, ocurre, hija. No le mientas, Mateo —interrumpió mi madre, su voz cargada de frustración.
—¿En serio que pasa? Tanto misterio me tiene muy preocupada.
—Ven aquí, cariño —me dijo mi madre, extendiendo su mano hacia mí.
—Espera, Amanda... —la detuvo mi padre, su voz tensa.
—¿Qué quieres esperar, Mateo? Es por esperar por lo que estamos metidos en estos líos. Hija, por favor, espera en tu habitación. En un momento subo, tengo algo muy serio que decirte.
Subí las escaleras con paso firme, pero mi mente era un torbellino de preguntas sin respuesta: ¿qué significaba todo esto?, ¿qué papel jugaría Henry Miller en mi vida? El futuro se extendía ante mí como un laberinto oscuro y yo era un simple en un juego que no entendía y del que me iban a excluir.
El eco de sus voces se desvaneció cuando cerré la puerta de mi habitación. Me senté en el borde de la cama, con las manos sudorosas. ¿Qué me diría mi madre? El miedo me oprimía el pecho y me costaba respirar. Mi padre, Mateo Clark, había sido una vez un hombre poderoso y respetado, pero ahora estaba arruinado y era un jugador. Y mi madre, Amanda, siempre calculadora y ambiciosa, seguramente tendría un plan para salir de esta situación, un plan que probablemente me incluiría a mí. Sus palabras resonaban en mi mente, recordándome constantemente que mi único valor radicaba en casarme con un hombre rico. Mis sueños de independencia y libertad se sentían cada vez más lejanos, atrapados en esta jaula dorada que llamaban hogar. La tristeza me invadía, una ola de desesperación que amenazaba con ahogarme. Me sentía sola e incomprendida, como un simple peón en el juego de poder de mis padres.
El silencio se hizo denso cuando mi madre entró en la habitación. Su rostro, que solía ser impecable, denotaba preocupación y lágrimas.
—Mi amor, tengo que hablar contigo de un asunto muy importante —dijo, mientras su voz temblaba ligeramente.
—Dígame, mamá —respondí, sintiendo un nudo en el estómago. Su tono solo confirmaba mis peores sospechas.
—Están pasando cosas en la casa. Nos hemos quedado prácticamente en la calle, cariño. Tenemos que dejar la finca en unos días y no sé qué hacer —dijo, y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos.
—Ya, mamá, quédese tranquila —le dije, aunque yo también estaba nerviosa.
—Mi amor, te pido que me escuches con mucha atención. Si no estuviéramos en esta situación, créeme, no te pediría tu ayuda.
—La escucho, mamá.
—Como ya te acabo de decir, estamos en la miseria. Henry Miller, el dueño de la hacienda más importante de Ohio, se ha ofrecido a ayudarnos. Me dijo que se encargaría de pagar la deuda si aceptabas casarte con él.
—¿Qué? ¿Cómo así? —pregunté, mientras la incredulidad y el horror luchaban por salir en mi voz.
—Escúchame, mi amor, no he terminado aún. Hazlo por nosotros, tus padres. Nos debes la vida, Laura. No puedes permitir que nos echen a la calle como a perros. Eres nuestra única hija y nuestro futuro está en tus manos. Por favor, ayúdanos —suplicó, mientras le resbalaban las lágrimas por las mejillas.
—Es increíble todo lo que me dices, mamá. Yo no amo a ese señor, ni siquiera lo conozco, y lo que dicen de él en el pueblo es fatal. Tiene muy mal genio. Lo que me pides es muy descabellado.
—No tenemos elección, cariño. No tienes mucho que pensar, solo tienes que aceptarlo. Henry es un muy buen partido. El amor son puras sandeces que se inventan para hacernos creer tonterías; eso solo pasa en cuentos ridículos de hadas. La realidad es otra, y la nuestra está en tus manos, mi amor.
—Mamá, por Dios, me colocas en una situación muy difícil —dije, sintiendo cómo la desesperación comenzaba a apoderarse de mí.
—Laura, ya estoy harta. Escúchame, voy a hablar de inmediato con Henry para que venga a pedirte la mano. Tu matrimonio es un hecho, ¿me has oído? No tenemos tiempo para sentimentalismos ni para bobadas; lo que nos está pasando es muy serio —puntualizó mi madre, y salió de la habitación dejándome sola con el peso de su decisión.
El mundo se detuvo, el aire se volvió denso y pesado, y sentí como si me hubieran arrancado el alma. Mis padres, en su desesperación, me habían vendido como ganado, ofreciéndome en matrimonio a un desconocido para saldar sus deudas. La idea de casarme con Henry Miller, un hombre del que solo conocía rumores oscuros y perturbadores, me ponía la piel de gallina. ¿Cómo podían hacerme esto? ¿Cómo podían obligarme a entregar mi vida y mi libertad a un hombre al que ni siquiera conocía? La injusticia me quemaba por dentro, una rabia sorda y amarga que amenazaba con consumirme. Me sentía atrapada, sin escapatoria, como un pájaro enjaulado al que le han cortado las alas.
#4977 en Novela romántica
segundaoportunidad, embarazo millonario y diferencia de edad, matriminoforzado
Editado: 21.02.2025