El módulo en el que Luna se había refugiado estaba enterrado más allá de los límites de cualquier mapa oficial. Solo el viento rojizo lo visitaba a diario, como si incluso el tiempo se hubiera olvidado de aquel rincón marciano. A diferencia del laboratorio de Arytza, este lugar no zumbaba con actividad constante; aquí, el único sonido era el de su respiración rebotando en el casco, seguido por el susurro de su mente intentando mantenerse en una sola pieza.
Cada rincón del refugio estaba invadido por patrones incompletos. Algunos se apagaban, otros se bifurcaban en caminos sin salida, y los más antiguos simplemente se repetían en bucles silenciosos. Luna había venido hasta allí para silenciar las voces externas, pero en su interior, los ecos nunca habían sido tan fuertes.
Un patrón en particular insistía con una frecuencia incómoda. No respondía a las modificaciones, ni al borrado, ni a las sobreescrituras. Era una figura fractal simple, apenas un triángulo girando sobre sí mismo, pero cada vuelta parecía llevar consigo un susurro. No de palabras, sino de sensaciones. De recuerdos que no eran suyos.
"Arytza fue el primer error. El primer acierto. La primera grieta."
Luna se detenía ante esa frase cada vez que volvía a aparecer entre los fragmentos aleatorios. No la había escrito, y sin embargo, la reconocía. Era como si otra versión de sí misma la hubiese dejado allí. Tal vez la Luna que todavía creía que podía convencer a Chen. Tal vez otra, de otro ciclo. Tal vez la que aún no había nacido.
Había momentos donde se preguntaba si realmente estaba sola. No en el módulo, sino dentro de sí. Porque cuando el silencio era absoluto, había pensamientos que surgían con una voz distinta. Y esa voz, aunque no lo admitiera en voz alta, a veces se parecía demasiado a la de Kahel.
Pero Kahel ya no estaba. No ese Kahel.
Y sin embargo, los patrones insistían.
Una semilla en el vientoEl patrón giratorio había cambiado.
No de forma evidente, pero Luna —tras semanas de observarlo— notó una alteración mínima en la simetría. Un vértice estaba desfasado. Una línea apenas más larga. Podría haber sido un error en el código, una falla en los sensores, incluso un simple producto de su fatiga... pero no lo era. Era una señal.
Activó su registro mental de vigilancia —una red fractal que ella misma había incrustado en el flujo cuando decidió desaparecer— y rastreó el cambio hasta un punto de origen: una transmisión casi imperceptible, escondida entre residuos dimensionales, con una firma que no reconocía... pero que sentía cercana.
“¿Kahel…?”
La señal no traía un mensaje directo. Era un eco, una suerte de onda reflejada, como si alguien más estuviera intentando mirar hacia ella desde otro lado del flujo. Pero esa mirada no era inquisitiva. Era… comprensiva. Dolida. Casi humana.
Y ese era el problema.
Porque nada que se sintiera humano en el flujo era humano.
Sintió el impulso de borrarla. De protegerse. Pero no lo hizo. En lugar de eso, introdujo un ancla: una semilla de patrón codificada con una única intención. No informar, no controlar… sino hacer una pregunta.
"¿Quién sos vos?"
Liberó la semilla como quien lanza una botella al océano. Sin expectativa, sin dirección. Y luego, volvió al silencio.
La noche marciana era tan hostil como siempre, pero Luna no sintió frío. Se quedó frente al patrón modificado, observando cómo el vértice fuera de lugar comenzaba a vibrar. Como si el flujo, por primera vez en mucho tiempo, hubiera aceptado que la estrategia había comenzado.
Y que, en algún rincón del multiverso, alguien —o algo— estaba escuchando.