Fractumbras Olvidadas

Acto 5

La grieta en el ciclo

El módulo ya no parecía un refugio. Ni un laboratorio. Era un santuario de pensamientos, de patrones suspendidos en el aire como constelaciones olvidadas. Luna estaba de pie frente a la última consola encendida. El último fragmento esperaba.

Pero esta vez, no lo cargaría con conocimiento.

No con instrucciones.

Lo haría con duda. Con contradicción. Con su propia humanidad.

Extendió la mano hacia el panel, los dedos 8i apenas. El patrón reaccionó. No con la rigidez de siempre, sino con fluidez. Como si incluso él —el ciclo— supiera que algo estaba cambiando.

Luna cerró los ojos y vertió en él sus fallos. Su exilio. Su amor por Chen, por Kahel, por quienes fueron y quienes pudieron ser. Sus decisiones, sus arrepentimientos. Sus certezas y sus miedos.

Era un mensaje. Era ella.

—No quiero que me sigan —dijo, en voz baja, como una confesión al vacío—. Quiero que me interpreten.

La disolución

Los sistemas del módulo se apagaron uno a uno, redirigiendo su energía final al círculo de luz fractal que Luna había trazado en el suelo. No era un portal, sino una promesa. Una cápsula conceptual, sí, pero que zumbaba con un poder casi físico. Luna se detuvo ante el borde, con el corazón latiendo con una calma que le había costado siglos encontrar. Para que algo nuevo pueda nacer, pensó, lo viejo debe dejar espacio. Era su última y más importante siembra.

Respiró hondo, un gesto inútil en el aire reciclado de Marte, pero profundamente humano. Y activó la secuencia.

No hubo una explosión. El silencio que siguió fue más sobrecogedor que cualquier estruendo. Primero, sintió un leve cosquilleo en la punta de sus dedos, como la estática de una pantalla antigua. Levantó las manos y las vio parpadear, volviéndose translúcidas por una fracción de segundo. Vio los circuitos de sus guantes y, debajo, el mapa de sus propias venas, antes de que todo volviera a ser sólido.

El proceso había comenzado.

Sintió una presión en el aire, una presencia fría y analítica que la observaba desde las grietas del tiempo. El Patrón. Estaba ahí, al acecho, intentando clasificar lo que estaba sucediendo, intentando asignarle una variable, una probabilidad. Pero no encontraba ninguna.

El cosquilleo se extendió por sus brazos, ascendiendo hasta su pecho. Ya no era una sensación externa; era ella misma la que vibraba. Su cuerpo comenzó a desdibujarse en los bordes, no como humo, sino como tinta en agua. Los contornos de su figura se deshacían en filamentos de luz y memoria. Por un instante, revivió el tacto de la arena roja de Marte, la sonrisa ambiciosa de Chen al fundar Arytza, la resonancia de la voz de Kahel en el Flujo. No eran recuerdos que pasaban ante sus ojos. Eran la materia misma en la que se estaba convirtiendo.

El Patrón se agitó. La presión aumentó, una fría curiosidad convertida en frustración. Intentó contenerla, definirla, pero ¿cómo se contiene un eco? ¿Cómo se atrapa una decisión? La lógica del Patrón chocaba contra un muro que no podía computar.

Luna cerró los ojos, aceptando la disolución. Su forma física era ya casi un espectro, un tapiz de luz y pasado. Dejó ir un último pensamiento, no como una orden, sino como una semilla lanzada al viento del multiverso. Encuentra la llave. Decide distinto. Sé libre.

Y entonces, se fue.

El silencio en el módulo era ahora absoluto. Donde antes estuvo Luna, solo quedaba una leve resonancia en el aire, un latido casi imperceptible.

El Patrón se replegó, confundido. No pudo impedirlo. Porque no entendía el sacrificio.

No era lógico.

No era predecible.

Era humano.

El rumor que quedará

En la consola, la última señal quedó titilando, esperando una respuesta... O una conexión.

Y en algún rincón del tiempo, en otra historia aún por contarse, alguien —una joven, un niño, un eco de Kahel— tocará ese fragmento. Y no sabrá por qué, pero sentirá que alguien la entendió mucho antes de que ella supiera siquiera quién era.

Porque Luna no se fue.

Solo se volvió posibilidad.




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