La sala del Flujo vibraba, como la caja de resonancia de un instrumento cósmico. Cada eco de la historia que acababan de presenciar se asentaba, formando el primer acorde de una nueva sinfonía. Luna contempló la red de posibilidades, y donde antes veía un sistema, ahora solo percibía un campo fértil, esperando.
Kahel permanecía con los ojos cerrados, sintiendo cómo las hebras de su propia conciencia se alineaban con algo más vasto. Su pulso, si aún podía llamarse así, latía con una cadencia profunda, casi geológica, más antigua que él mismo.
—¿Vos también lo sentiste? —preguntó Luna, sin necesidad de mirarlo.
Kahel abrió los ojos. La profundidad en ellos parecía contener galaxias. Asintió, despacio.
—Fui él —dijo, su voz apenas un murmullo—. O, mejor dicho... siento que siempre lo he sido. Él es la pregunta y yo soy el eco que intenta responder.
Luna se acercó, su movimiento fluido y sin prisa, como el de las propias corrientes del Flujo. Se detuvo frente a él.
—Entonces no eres su reflejo —dijo, más como una confirmación que como una pregunta—. Eres la convergencia. Un nudo en el tiempo donde su sacrificio y tu camino se encontraron.
Kahel tocó su propio pecho, como si pudiera sentir los hilos conectándose en su interior. —Y ahora entiendo por qué siempre supe seguir, incluso cuando todo era silencio. Creía que era intuición, una guía. —Hizo una pausa, su mirada perdida en los recuerdos que ahora florecían en su mente—. Eran fragmentos. Pedazos de su voluntad, de una historia que no era mía... hasta que decidí hacerla mía.
El Flujo pareció responder a su revelación. La resonancia de la sala se intensificó, manifestándose en ondas de luz y sonidos sin forma, como murmullos de aprobación que venían de todas las direcciones a la vez.
Kahel miró a Luna. —¿Fue este el principio de todo?
Fue el Flujo quien respondió, su voz naciendo del aire, de la luz, de ellos mismos: —Esta fue la advertencia. Y también, la grieta.
Luna bajó la mirada, un gesto de reconocimiento profundo. —Lo que eres, Kahel, no busca la redención de su pasado, sino que es la consecuencia directa de su impacto. Eres el precio y la recompensa de una decisión que se atrevió a fallar.
Una sonrisa breve, casi imperceptible, se dibujó en el rostro de Kahel. Una sonrisa de pura comprensión.
—Entonces no estamos acá para salvar nada —concluyó—. Estamos acá porque alguien se animó a perder.
Como en respuesta, el Flujo proyectó una imagen final: la Gran Esfera, derrumbada e irreparable, pero aún emitiendo una tenue y constante vibración. Su luz ya no era la de la memoria, sino la de la posibilidad.
—¿Y ahora? —preguntó Luna, su voz sin rastro de desconsuelo, solo expectación.
Kahel la miró, y su mirada, aparte de ser solo la de un compañero, también era la de un testigo, un convergente.
—Ahora vamos a decidir si esa pérdida sirvió para algo.
El Flujo se replegó, y las luces de la sala se atenuaron, dejando frente a ellos un tapiz de nuevas líneas temporales, brillantes y silenciosas. Ya no eran visiones de un pasado o un futuro. Eran elecciones, esperando a ser tomadas.
Editado: 17.08.2025