Fragmentos

Final: Aprender a vivir sin ella

El frío de la noche se filtraba en mi piel, pero el vacío en mi pecho era aún más helado. Mi corazón latía con furia, ahogándose en el torbellino de emociones que había reprimido durante tantos años. Linda estaba parada frente a mí, su expresión era una mezcla de confusión y dolor, sus ojos grandes y cristalinos, fijos en mí como si intentaran descifrar algo que jamás había dejado que viera.

—Háblame, por favor. Dime qué pasa.

Su voz tembló con súplica, y sentí que me rompía aún más.

Mis manos se cerraron en puños a los lados de mi cuerpo, mis uñas clavándose en mi propia piel, tratando de retener lo inevitable. No podía hacerle esto. No podía desbordarme. Ella estaba recién casada, felizmente casada con el hombre que amaba. Yo no podía manchar eso con mi miseria.

—Por favor, Linda… no ahora.

Mi voz se quebró, y traté de alejarme, pero ella me retuvo.

—¡Dime qué pasa! No puedes irte e ignorarme como si nunca me hubieras conocido.

Y algo dentro de mí explotó.

—¡Pues ojalá nunca te hubiera conocido! ¡Tal vez así no me sentiría como una maldita mierda ahora!

Su rostro se llenó de desconcierto, pero ya no podía detenerme.

Todo lo que había reprimido durante años, todo lo que había enterrado, todo lo que me estaba matando desde adentro… estaba saliendo.

—Si nunca te hubiera conocido, Linda, no sabría lo que se siente amar a alguien que nunca será mío. No sabría lo que es ahogarme en este amor que me destruye, que me rompe en pedazos cada vez que respiro.

Ella dio un paso atrás.

No lo entendía. Claro que no.

Nunca lo sospechó. Nunca se dio cuenta. Jamás.

—¿De qué estás hablando, Chris? —preguntó, con la voz rota. Intentó acercarse, pero yo retrocedí bruscamente, como si su proximidad me quemara.

—¡Que te amo, maldita sea!

Mi grito desgarró el aire.

—¡Te amo, Linda! ¡Te he amado por veintiséis años! ¡Desde que tenía cinco años, siempre has sido tú! Siempre, en cada momento, en cada jodido segundo de mi vida, has estado aquí —me golpeé el pecho con fuerza, intentando arrancarme el dolor, pero no podía, nunca podría.—. Te amo tanto que el día de tu boda casi me suicido de lo jodido que me sentía.

Sus ojos se abrieron con horror.

—Chris…

—Pero te amo tanto que no pude hacerlo —mi voz se quebró—. No podía arruinar tu felicidad. No podía arruinarte a ti. Así de grande es mi amor por ti.

El silencio cayó entre nosotros como una sentencia de muerte.

Ella me miraba con las manos temblorosas, los ojos llenos de lágrimas, los labios abiertos, tratando de encontrar las palabras correctas. Pero no existían palabras para esto.

—Yo… yo no lo sabía, Chris. No lo sabía.

Reí, una risa amarga y rota.

—¡Por supuesto que no! Nunca quise que lo supieras. ¿Crees que quería esto? ¿Crees que quería escupir mis sentimientos como si fueran un veneno? ¡No!

Mi garganta ardía, mi pecho dolía, todo dolía.

—Yo solo quería que fueras feliz con el hombre que amas. Quería que me olvidaras mientras yo aprendía a vivir con el vacío que dejaste en mi pecho. Pero no, aquí estás, intentando arreglar lo que no tiene solución. Porque así eres tú. Porque incluso eso amo de ti.

Y ahí estaba.

Llorando.

Frente a la única persona que jamás debía verme así.

Me cubrí el rostro con una mano, intentando ahogar mis sollozos, pero no pude. Estaba roto. Destruido.

Sentí su calor envolviéndome, me abrazó, no la aparté. No esta vez.

El silencio que siguió fue sofocante, tan pesado que apenas podía respirar. Mi cuerpo temblaba, no solo por el frío de la noche, sino por el peso de lo que acababa de decir. Lo había arruinado todo.

Linda aún me abrazaba, su agarre tembloroso, como si ella misma estuviera desmoronándose. Su perfume, el mismo de siempre, me envolvía y me hacía recordar los momentos en que podía estar cerca de ella sin que me doliera. Pero ya no era así. Ya no podía ser así.

Sentí cómo sus manos se aferraban a la tela de mi abrigo, como si quisiera retenerme, como si tuviera miedo de soltarme.

—Chris… —su voz era un susurro, apenas audible entre mis sollozos.

Me obligué a separarme. Me obligué a mirarla a los ojos, aunque cada parte de mí quería seguir sintiendo su abrazo, aunque sabía que esa sería la última vez que la tendría así, tan cerca.

Sus ojos estaban enrojecidos, brillantes por las lágrimas que intentaba contener. Me miraba como si estuviera viendo algo que nunca había notado antes, como si por primera vez en su vida me viera realmente.

Pero era tarde. Siempre había sido tarde.

—No debiste venir —murmuré con la voz quebrada.

—No podía dejarte así —contestó, su voz apenas un hilo—. No podía perderte…

Solté una risa amarga, sin alegría alguna.

—Nunca me tuviste, Linda.

Ella se estremeció, como si mis palabras la hubieran golpeado físicamente. Pero era la verdad.

Yo había sido el mejor amigo, el confidente, el apoyo incondicional. Yo había sido todo para ella, excepto lo que más deseaba ser. Excepto el hombre que amaba.

Linda abrió la boca, pero no dijo nada. Porque no había nada que pudiera decir.

—Por favor —susurré, sintiendo cómo mi garganta se cerraba, cómo mis lágrimas volvían a caer sin control—. Déjame ir.

Ella negó con la cabeza, con los labios apretados como si intentara contener su propio llanto.

—No quiero perderte, Chris…

—No me estás perdiendo. Yo ya me perdí hace mucho tiempo.

Y con eso, di un paso atrás. Luego otro. Y otro más.

Linda no me detuvo esta vez.

Tal vez porque finalmente entendió.

Tal vez porque, por primera vez en su vida, se dio cuenta de que yo la había estado amando en silencio durante 26 años.

Y que ahora, por primera vez en mi vida, tenía que aprender a vivir sin ella.



#5138 en Novela romántica
#1477 en Chick lit
#1929 en Otros
#505 en Relatos cortos

En el texto hay: desamor, amor, odio

Editado: 10.03.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.