Fragmentos

Parte 4

El cazador

Klen estaba dudoso. Como había predicho, le tomó solo un día cazar diez Varkirones. No fue un desafío para él. De hecho, lo hizo sin mucho esfuerzo. Pero aunque ya había completado su tarea, no podía salir del bosque hasta que terminara la actividad de cacería.

Podría relajarse. Tomarse un descanso. Pero algo dentro de él le decía que no lo haría.

Se encontraba sentado en lo alto de un árbol, una de sus posiciones favoritas cuando quería pensar. Las ramas crujían bajo su peso, pero él se mantenía en equilibrio con facilidad. Su mano descansaba en su barbilla mientras debatía consigo mismo.

Los sonidos del bosque eran fuertes, el viento sacudía las hojas, los animales nocturnos despertaban, y en la distancia escuchaba los pasos de otros estudiantes cazando. Pero eso no le importaba.

Lo que realmente le molestaba era la pregunta que rondaba en su cabeza:

¿Era una buena persona?

Nunca se había detenido a pensar en eso. Nunca le había importado nada más allá de sus padres y él mismo. No sentía apego por los demás, ni tampoco necesidad de ayudar a nadie. ¿Eso lo hacía malo? ¿O simplemente era práctico?

Suspiró y dejó caer la cabeza contra el tronco del árbol.

No era su problema.

Cuando decidió dormir un poco, unos gritos lo sacaron de sus pensamientos.

Eran lejanos, débiles para un oído normal. Pero él no era normal. Su audición, perfeccionada a lo largo de los años, captó el sonido con claridad.

Gritos de desesperación. De miedo.

Por pura curiosidad, Klen se dirigió hacia el origen del alboroto. Se movía entre las sombras con rapidez, sin hacer ruido, hasta llegar casi al límite de la zona de cacería impuesta por la academia. No es que estuviera prohibido salir, pero sabía que los instructores lo considerarían mal visto.

Desde su posición en lo alto de un árbol, vio todo con claridad.

Cuatro vampiros.

Una mujer lobo y su cría.

Los vampiros jugaban con el pequeño alfa como si fuera una simple pelota, lanzándolo de un lado a otro. La mujer, una omega, intentaba liberarse de los dos que la sujetaban, pero era débil. No tenía oportunidad.

Klen chasqueó la lengua.

Patético.

Debería ignorarlo. No era su problema.

Pero algo dentro de él lo hizo quedarse.

En momentos así, solía preguntarse qué haría su padre, Noah. De los tres, él era el más bueno.

Y aunque le fastidiara admitirlo… su padre lo ayudaría.

—Qué molestia.

Sacó su arma. Dos balas.

No valía la pena desperdiciarlas.

Deslizó el cuchillo de plata de su bota, se inclinó ligeramente y saltó del árbol, cayendo justo frente a los vampiros.

La sangre salpicaría su ropa de nuevo.

"Qué fastidio."

Los vampiros se quedaron en silencio por un momento. Sus rostros se transformaron en sonrisas burlonas cuando percibieron su aroma.

—La luna nos favorece esta noche —dijo uno de ellos, dejando de jugar con la cría—. Nos envió otra florecita.

Klen no respondió.

No tenía sentido hablar. No valía la pena.

Se movió antes de que pudieran reaccionar. Rápido. Preciso.

Hundió su cuchillo en el corazón del primero.

Presionó con fuerza y, con un movimiento brutal, sacó su corazón con las garras.

El cuerpo cayó de golpe al suelo.

Todo se paralizó.

Los vampiros lo miraron incrédulos. Incluso la omega dejó de luchar.

—Hijo de pu—

No terminó la frase.

El segundo vampiro lanzó al niño a un lado y se abalanzó sobre Klen con furia. Klen lo esquivó con facilidad.

Le bastó una patada para enviarlo lejos. Cuando cayó de cara al suelo, Klen ya estaba sobre él.

Sus garras perforaron la espalda del vampiro.

De un solo tirón, arrancó su corazón.

Los otros dos intentaron reaccionar, pero fue inútil. Fueron tan fáciles de matar como los primeros.

Cuando todo terminó, la mujer corrió hacia su cría y lo sostuvo con desesperación. Lloraba, agradecida, aterrada.

Klen observó los cuerpos en el suelo. Cada uno con el corazón arrancado.

Se miró a sí mismo y suspiró con fastidio.

"Genial. Me manché de nuevo."

Caminó hacia el primer vampiro y recuperó su cuchillo.

—G-Gracias… —la omega sollozaba mientras abrazaba a su hijo. Sus ropas estaban hechas jirones, su cuerpo cubierto de suciedad y sangre.

Klen la observó sin expresión.

—Si quieres sobrevivir, hazte más fuerte.

Ella lo miró con sorpresa.

—Este mundo no está hecho para los omegas. Si no eres lista, más situaciones así te esperan. Incluso peores.

Su voz era fría, carente de emoción.

—Pero… no soy fuerte.

Klen la miró fijamente.

—Pues aprende.

El miedo en los ojos de la mujer era evidente. Pero Klen no tenía intención de consolarla. El mundo no tenía piedad.

—Dirígete al este —dijo finalmente—. En la parte de los desterrados hay omegas que pueden ayudarte. Allí casi no hay alfas, y todos odian a los vampiros. Diles que Klen te envió.

Le lanzó su chaqueta.

—Sigue el río. Si vas por el centro del bosque, solo serás presa fácil.

La mujer tembló, asintiendo.

—Gracias… —murmuró con voz temblorosa.

Klen no respondió. Había hecho suficiente.

Dio la vuelta y comenzó a caminar de regreso.

Treinta pasos.

Entonces se detuvo, no estaba solo.

No se giró de inmediato. Sus sentidos captaron la presencia detrás de él.

Pasos ligeros. Olor a tierra y especias.

No era la mujer omega de antes, su peso, su olor, su presencia era distinta. En un solo movimiento, sacó su cuchillo y acorraló a la persona contra un árbol.

Presionó la hoja contra su cuello lo suficientemente fuerte para que este sangrara un poco.

—Vaya, esto sí que es una sorpresa.

Frente a él, una chica de piel oscura y cabello avellana lo miraba sin miedo.



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En el texto hay: desamor, amor, odio

Editado: 22.03.2025

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