Fragmentos de Ella

La primera Fisura

La puerta de vidrio se cerró tras ella con un suave clic. En la sala de juntas, las voces se apagaron apenas Nora cruzó el umbral. Todos estaban ya sentados: los vicepresidentes, asesores legales, jefes de división. Hombres y mujeres que durante años sirvieron a su padre con devoción casi religiosa, y que ahora la observaban con una mezcla de respeto, escepticismo y cálculo.

El silencio era una prueba.

Nora ocupó su lugar en la cabecera de la mesa. Su traje color grafito estaba impecable, su espalda recta, el rostro sereno. Pero por dentro, un pensamiento martillaba sin tregua, una imagen reciente que no lograba borrar. Tuvo que obligarse a encerrarla en una caja mental y girar la llave.

Ahora no. Concéntrate.

—Gracias por esperar —dijo con voz clara, sin temblores. No podía permitirse ninguno—. Podrían comentarme, ¿Qué está ocurriendo?

Una mujer de expresión aguda y movimientos precisos tomó la palabra. Clarisse Delattre, directora de comunicaciones.

—Esta mañana, varios medios filtraron documentos internos relacionados con los proyectos de ValensCorp en África Occidental. El archivo más delicado menciona intervenciones genéticas aplicadas a poblaciones rurales entre 2011 y 2013. Documentos firmados por tu padre, Nora.

Un murmullo leve recorrió la mesa.

—¿Intervenciones de qué tipo? —preguntó Nora, mirando directo a Clarisse.

—Mapeo genético con supuestos fines médicos, pero hay acusaciones de prácticas experimentales sin consentimiento informado. Organizaciones de derechos humanos ya están pidiendo una auditoría internacional.

Un hombre mayor, traje claro y voz engolada, intervino con tono apaciguador.

—Estos documentos son antiguos. No hay pruebas concluyentes de irregularidades. Podríamos emitir un comunicado breve negando las acusaciones y dejar que el escándalo se diluya.

—¿Y si no se diluye? —preguntó alguien más desde el fondo—. ¿Y si aparecen más pruebas?

Otra voz, más impaciente, se alzó.

—Esto puede ser un ataque planeado por la competencia. Si reaccionamos demasiado, parecerá que aceptamos la culpa. No podemos arriesgar la imagen de la empresa por rumores sin fundamento.

Nora los escuchaba a todos, pero también los evaluaba. Había crecido viendo a su padre moverse entre ellos como un titán. Ellos lo reverenciaban. Ella era distinta. No tenía el aura de leyenda. Solo tenía… responsabilidad.

Miró la tableta que le ofrecían. Nombres de pueblos desconocidos. Códigos. Formularios. Firmas y el título de “Proyecto Éter”. No entendía todo el lenguaje técnico, pero sí reconocía algo: la manera en que todo parecía diseñado para parecer legal… sin ser necesariamente ético.

El aire de la sala estaba denso. No por el oxígeno, sino por el peso de las decisiones que no querían tomarse.

—Necesito acceso inmediato a todos los documentos relacionados con este proyecto —dijo finalmente Nora—. Voy a revisar cada línea. Y quiero un equipo legal, ético y de relaciones públicas trabajando en paralelo. No podemos actuar a ciegas.

—¿Planeas abrir una investigación interna? —preguntó Clarisse.

Nora asintió.

—Sí. Transparente y total. Si no encontramos nada, mejor. Si encontramos algo, lo afrontaremos.

Algunas cejas se alzaron. Unos pocos asintieron con respeto. Otros solo intercambiaron miradas rápidas entre sí, como si evaluarán hasta qué punto esa nueva CEO pensaba cavar.

—Eso será todo —concluyó Nora, poniéndose de pie.

No necesitaba su aprobación. Solo su silencio, por ahora.

Salió de la sala con pasos seguros, pero al cruzar la puerta, algo se quebró por dentro. No era solo la sombra del escándalo. Era la certeza que crecía, como una semilla en tierra fértil: su padre no era el hombre que ella creía conocer.

Y lo que sea que estaba enterrado… estaba empezando a emerger.

La oficina de Nora estaba bañada por la luz grisácea de una tarde nublada. El ventanal ofrecía una vista panorámica de la ciudad, pero ella no la miraba. Tenía la tableta frente a sí, apoyada sobre el escritorio de roble oscuro que una vez perteneció a su padre.

Aquel mueble olía todavía a su perfume.

Deslizó el dedo por la pantalla. Más códigos, más firmas. Un patrón se repetía en varios informes: ubicaciones remotas, sujetos con identificadores numéricos, anotaciones clínicas imprecisas. Algunos informes estaban redactados con un lenguaje tan técnico que parecían diseñados para disuadir cualquier intento de comprensión.

Pero lo que más le inquietaba no era lo que leía, sino quién firmaba al final de cada página.

Alexander Valens.

—¿Qué hiciste realmente, papá? —murmuró.

Recordaba su voz, sus consejos. La forma en que hablaba de ciencia como si fuera un arte, una promesa de futuro. Jamás le habló de África. Jamás mencionó proyectos como estos.

¿Había sido ella tan ingenua?

Nora se reclinó en el asiento. Cerró los ojos. Sintió el peso de la empresa sobre sus hombros, y debajo de eso, el peso más insoportable: la duda. No sobre los hechos. Sobre la figura que había construido durante años en su memoria.

¿Y si siempre fue así, solo que yo nunca quise verlo?

La pantalla se oscureció de pronto al entrar en modo de espera. Nora la tocó con el dedo índice, como si al reactivarla pudiera también reanimar las respuestas que tanto necesitaba.

Pero algunas verdades, lo intuía, no estaban en los archivos.
Estaban enterradas en las decisiones que su padre nunca explicó.

Y ahora… le tocaba a ella desenterrarlas.




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